Columna de Gabriel Alemparte: La Desesperanza
Hoy nada de lo prometido se cumplió, donde se mire estamos más mal y con desesperanza. Ese arco de centro también por sus valores e ideas debiese tender puentes a un espacio que se abre desde la centroderecha, el centro y la centroizquierda, evitando los populismos.
En 1985, ad portas de los atisbos de apertura democrática, José Donoso escribió, quizás uno de sus libros más desconocidos, pero también político de su trayectoria; “La Desesperanza”. En él sus personajes viven las contradicciones de una izquierda que fracasó y otra que comienza a abrirse a los pactos necesarios para acabar con la dictadura. Mucha agua ha pasado bajo el puente, pero a estas alturas resulta innegable que, con luces y sombras, con defectos y virtudes, el Chile de los primeros 30 años, que termina “imaginariamente” en el ascenso de una nueva izquierda al poder y el estallido social de 18-O, fue un período exitoso en cualquier materia que se compare a “La Desesperanza” del Chile actual.
La Concertación y la oposición (también) fueron capaces, con las resistencias propias de la democracia, de erigir un modelo económico de mercado abierto al mundo, una democracia y un sistema político de Estado de Derecho habilitado y reconocido en el exterior. Millones de chilenos salieron de la pobreza y nuestras fronteras se abrieron a bienes y servicios. Los principios de la Concertación, y por ende, de una izquierda democrática, que parecía haber superado los fantasmas del pasado unió a socialdemócratas con socialcristianos, en un arco de centro y de izquierda que permitió cuatro buenos gobiernos. En los 2000, iniciando Ricardo Lagos su mandato en la coalición nació una discusión entre “autoflagelantes” a lo transcurrido y los “autocomplacientes”. Como toda diferencia de titulares era mucho más profunda que sólo un cuestionamiento al modelo construido.
La historia es conocida, pero si algo es innegable, desde el punto de sus convicciones, la Concertación no claudicó en abrir más espacios para la democracia, igualdad de oportunidad, las que se tradujeron en reformas tan importantes como la despenalización de la sodomía, la igualdad de los hijos sin importar el estado civil de sus padres y el divorcio (tan largamente discutido). A ello se suman el sistema de transparencia del Estado y la digitalización de los procesos de compras, por sólo nombrar las más importantes, y programas sociales como las Jocas, el fin del embarazo adolescente, el AUGE, Chile Solidario, la reforma laboral (Aylwin-Feliú-Bustos), la jornada escolar completa y una apertura en el acceso a la educación que permitió, a fin del siglo, contar con que un 70% del acceso a la matrícula universitaria fuese por primera generación en sus familias.
Pero a partir de 2011, Primavera Árabe por delante, los indignados y los acampes del naciente de PODEMOS en España, comenzaron a marcar un rumbo en una nueva izquierda que perdió gran parte de sus principios democráticos y se embarcó en una forma de agotamiento ideológico que cuestionaba “el modelo”. Hoy más de una década después tienen poco que mostrar en Egipto, España, Argentina, Ecuador, Colombia y Grecia, por sólo nombrar algunos (en Chile está por verse, pero de lo que hemos visto no cambia el cuadro).
Líderes como Ricardo Lagos, Felipe González, François Mitterand, Tony Blair eran duramente criticados por su manera de ver un mundo que se acababa; el mundo de las ideas. Lo que nació fue una izquierda con un lenguaje propio de nicho, una forma de ser de izquierda que separó aguas con esa que nació del eurocomunismo por allá en los 80.
Una nueva generación tomó las riendas, la de la opulencia, esa que accedió a un país donde nuestros padres y abuelos se sorprenden, aún del avance que los jóvenes nunca vieron. Con ellos, también esa izquierda populista y de penetración en causas identitarias y de minorías abandonó sus convicciones de defensa del trabajador, la clase media, el emprendimiento y el orden público, amén de la automatización del trabajo, sin saber leer la realidad cambiante. En definitiva la estética dejó de ser la de la izquierda socialdemócrata con obligaciones y autopercepción de realidad, evidencia y responsabilidad.
El Frente Amplio chileno es el resultado de aquello -generalizando- fruto de un populismo de baja participación electoral, de líderes mediocres y con pocas horas y sentido del estudio, falta de realidad o lisa y llanamente de trabajo. El cuento se cuenta sólo a estas alturas, a poco andar el Gobierno tuvo que echar mano a los “viejos tercios” que con poca convicción, y más ganas de ganarse la vida dedicada a la política profesional, llegaron en rescate de un naufragio inminente.
Lo último de la izquierda sin ideas, que navega sin brújula intentando mantener el poder y el trabajo del Estado, es intentar contradecir todas las convicciones anteriores cambiando a última hora las reglas del juego en una vergonzante reforma electoral que el gobierno (esperemos con cierto sentido de la realidad) se comprometió a vetar (no sabemos si dejando votar a los extranjeros con derecho a ciudadanía, o dejarlos fuera. El cálculo electoral se volvió un “pirquineo” indecente de votos que la izquierda no demoró en contradecir a sí misma. De dejarse fuera del voto a los extranjeros, la Ministra Tohá, que compromete a la vieja guardia, tendrá que aceptar su derrota (una más de tantas) y por decencia retirarse antes de ser cómplice de algo que comprometió.
No se trata solo de una crítica, hablo con nostalgia y pena. La centroizquierda se licuó en esta locura (y en tantas más), sus partidos más centristas, la DC y el PPD, incluso miembros del PS, corrieron a ser parte de un Gobierno del cual nada tienen que ver en principios, lenguajes e históricamente. Parecen esos hombres de mediana edad que con crisis quieren volver a parecer jóvenes al lado de su compañeros. El PC y el Frente Amplio, aunque lo nieguen, se sienten más cercanos a los ideales que derrotamos millones de chilenos en 2022 y que fuimos cancelados por la intolerancia de una izquierda brutal que olvidó los mínimos de dialogo y amistad cívica. Lo curioso, en el poder no demoraron en llenarse de amigos y parientes en el Gobierno, pasaron de la crítica “a la cocina política” para terminar en el “Chease and Wine”. Rigores del poder, por cierto, gajes del oficio, sin duda dirán algunos, pero en la práctica, cada día se comportan más (soterradamente y a veces explícitamente) como el socialismo del Siglo XXI; ese de Evo Morales o Rafael Correa (no quiero llevarlo tan lejos a Venezuela, aunque, algunos se sienten muy cómodos con ella). El diálogo se convirtió en entrega, la soberbia en el lenguaje y los resultados están a la vista.
¿Qué es el centro en este escenario? se preguntaba con agudeza Andrés Velasco esta semana. No es un punto equidistante, es sin duda, y comparto con él, un espacio de defensa irrestricto de la democracia liberal, de la economía abierta que protege a los ciudadanos, de las libertades públicas, el orden y la apertura al multilateralismo. Ese arco pareciera olvidarse.
El 4 de septiembre de 2022, Chile transitó por el abismo, y se dio cuenta votando a esa idea de moderación, prudencia y evidencia empírica, dejando de lado cualquier populismo ramplón y la locura reinante. El desafío de ese espacio comienza (aunque algunos crean que no), a configurarse poco a poco. Es un arco valórico que ya no se define por las diadas de 1988, sino más por el resultado dramático y pernicioso de la violencia física y verbal del 18 de octubre y el plebiscito del primer proceso constitucional.
Hoy nada de lo prometido se cumplió, donde se mire estamos más mal y con desesperanza. Ese arco de centro también por sus valores e ideas debiese tender puentes a un espacio que se abre desde la centroderecha, el centro y la centroizquierda, evitando los populismos.
En el mundo comienzan a soplar nuevos y tímidos vientos (no todo es la ultraderecha). Ese sería un análisis de corto plazo. Hay que ver como Macron se aleja de las puntas y Meloni y Kamala Harris se han acercado al centro y cuanto más resistirá Pedro Sánchez en el poder. Esperanzadora en este sentido es la reelección de Ursula Von der Leyen como Presidenta de la Comisión Europea.
Hay un camino para terminar la desesperanza de esta década, una manera de volver al diálogo, a la evidencia y sobre todo a la responsabilidad que asegure a los chilenos un mejor país que nos saque de una conversación pesada y tóxica. Un país donde la generación de los “treinta años” deje de creer que está entregando a sus hijos un país más conflictivo y pobre, que el que recibió de sus padres. Ese es el desafío.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.