Columna de Gabriel Zaliasnik: ¡Pobre patria mía!

¡Pobre patria mía!
¡Pobre patria mía! Javier Salvo/Aton Chile


Corría el año 2009 y el escritor argentino Marcos Aguinis escribía el texto “¡Pobre patria mía!”, que el mismo identificó como un panfleto. Un escrito político breve y desesperado. “Un grito sublevado, un llamado de atención, una apelación a parar la pelota enloquecida” en la que ya a esas alturas se había convertido su país. Reclamaba “¿hasta cuándo nos perjudicaremos a nosotros mismos?”.

El lamento de Aguinis podría replicarse hoy en Chile. Hasta no hace mucho nuestro país exhibía tres pilares esenciales: la cultura del trabajo, la cultura del esfuerzo y la cultura de la decencia. No era el paraíso, pero había seguridad jurídica y confianza en el futuro. Sin embargo, se demonizó el lucro, se cuestionó el esfuerzo personal, y se atacó el modelo de desarrollo, reemplazando estos pilares por una cultura de mendicidad, facilismo y corrupción. Las consecuencias están a la vista económica, política e institucionalmente.

Económicamente, el decepcionante Imacec de 0,1% en el mes de julio es revelador. No hay que ser experto para advertir que la economía chilena no crece ni avanza. Cae la inversión y caen con ello las esperanzas. Políticamente, Chile está igualmente atascado. Tiene un gobierno inoperante y una oposición fragmentada que enfrenta debilitada el ciclo electoral que comienza en las elecciones municipales de octubre y culmina en la elección presidencial del próximo año, habiendo despilfarrado el inmenso 62% de votación popular que rechazó una propuesta constitucional de corte bolivariano. Institucionalmente, el Estado de Derecho es casi una quimera.

Quizás el temporal de lluvia y viento de la última semana sea una cruel e irónica representación de nuestra fragilidad. En el mismo mes en que se incrementaron las tarifas de electricidad que se habían congelado años atrás, el sistema colapsó en amplios sectores del país. Como es obvio para cualquiera, el insostenible y facilista pretexto de mantener las tarifas fijas se tradujo en una reducción de la inversión en el sector. Las empresas redujeron presupuestos y en la hora de la emergencia contaban con menos recursos humanos y repuestos en stock para enfrentar la situación. La fiesta de la tarifa congelada no fue gratis. A la vez, el gobierno y el oficialismo en forma oportunista guardan ahora silencio para que la presión se dirija contra las empresas y no las autoridades responsables. Persiste la oscuridad.

Y así transcurre el año. Con un gobierno inmóvil, cooptado por dirigentes que idolatran o han idolatrado a Nicolás Maduro. Con un socialismo “democrático” que fue cómplice pasivo del intento por replicar ese tiránico régimen bolivariano en el fracasado proyecto constituyente, y que carece de claridad moral para aplicar un cerco sanitario al Partido Comunista y la extrema izquierda que apoyan la dictadura venezolana. Mientras esa alianza subsista y gobierne, solo nos queda replicar el lamento de Aguinis, ¡Pobre patria mía!

Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, Universidad de Chile