Columna de Guillermo Larraín: Hacer bien las cosas... como la Concaic
Recientemente, Icare reiteró la idea de que Chile debe asumir una política basada en una meta de crecimiento. En su caso plantean que dicha meta sea 5%. Más allá de cuán optimista uno pueda juzgar el número, es obvio que no llegaremos ni cerca si no hacemos bien las cosas. A todo nivel. Las empresas de todos los tamaños, las universidades públicas y privadas, las ONG de todas las vocaciones, los tribunales de todos los niveles, los parlamentarios de todas las tendencias y, por supuesto, el gobierno en todas sus reparticiones. Chile está como está en parte porque llevamos tiempo haciendo mal las cosas.
Pero, ¿lo hacemos mal porque de pronto nos volvimos más torpes? ¿Hubo una regresión en nuestros niveles educacionales que perdimos capacidades que antes teníamos? No del todo. El problema no se puede entender desde el punto de vista individual, sino que como consecuencia de un asunto institucional que hace que nuestras interacciones sean conflictivas y poco proclives a la cooperación. “Hacer mal las cosas” es la forma coloquial de decir que no funcionamos bien como equipo. No cooperamos. Cada uno es bueno en lo suyo, y nada más. La “permisología” es la prueba máxima. Con años en esta dinámica negativa, la pregunta es cómo salimos de ahí.
Sigo pensando que la solución de fondo son las reformas institucionales que mejoren nuestra convivencia. Hoy, en primer lugar, eso tiene nombre y apellido: reforma al sistema político. Sin embargo, eso no quiere decir que el resto de los ciudadanos tengamos que esperar a que los poderes Ejecutivo y Legislativo acuerden esa reforma. Los ciudadanos no podemos tolerar ver cómo la situación se degrada sin hacer nada.
Hace un mes, Josefina Ojeda, presidenta del Centro de Alumnos de Ingeniería Comercial de la Universidad Austral, me invitó a dar una charla. Esa universidad recibía al Congreso anual de Centros de Alumnos de Ingeniería Comercial (Concaic).
Las alumnas y alumnos asistentes, que no incluían a representantes de universidades emblemáticas de Santiago, vinieron desde Antofagasta a Puerto Montt. Impecablemente encorbatados o con traje largo durante todo el viernes y sábado, con un comportamiento ejemplar, asistieron a conferencias de variados temas. Me comentaban que las corbatas y trajes era porque estaban preparándose para un mundo laboral exigente. Me preguntaban cómo innovar en las empresas en las cuales querían entrar. El congreso estuvo muy bien organizado, con auspiciadores locales generosos.
Trescientas jóvenes mujeres y hombres esperanzados en que iban a poder construir un futuro mejor para sus familias y el país. Les dije “ustedes no están cerca de los lugares donde se toman las decisiones en Chile” y entendieron que su desafío era trabajar más y mejor que los que estaban cerca de esos lugares.
Esos 300 jóvenes están haciendo bien las cosas. Sus dirigentes, como Josefina Ojeda, son un ejemplo silente del que debemos aprender.
Por Guillermo Larraín, académico FEN, U. de Chile
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