Columna de Hernán Cheyre: Año malo sin sorpresas

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Una columna de opinión que se publica cuando solo falta una hoja para que termine el calendario del año difícilmente puede abstraerse de un ambiente de balances. En el plano económico, que es lo propio de este espacio, hay múltiples razones para argumentar que 2024 no fue un buen año en cuanto a niveles de actividad: el crecimiento del PIB, que habría bordeado el 2,3 por ciento, no es un gran resultado si se considera que en el año previo el país bordeó una recesión, con un crecimiento prácticamente nulo y con una fuerte caída en la demanda interna; en materia de inversión, la formación bruta de capital fijo registró nuevamente un saldo negativo y con ajustes a la baja en las proyecciones; y en lo referido a la creación de empleos, que subsume todo lo anterior, los resultados no fueron tampoco satisfactorios, manteniéndose una elevada informalidad laboral y donde lo que prevaleció fue la creación de nuevos empleos públicos.

Con todo lo negativo que tienen estos resultados, tampoco podrían ser catalogados de sorpresivos. En un contexto donde persiste una elevada dosis de incertidumbre respecto del derrotero que van a seguir las reformas más emblemáticas que está impulsando el gobierno (tributaria, pensiones y salud, entre otras), y donde el tema de los permisos continúa siendo una piedra de tope para poder dar inicio a nuevos proyectos de inversión, tanto por el exceso de trámites exigidos como por la falta de certeza jurídica asociada a algunos de ellos, la parálisis que se observa no debería ser motivo de sorpresa. Y como factor adicional no puede dejar de mencionarse la rebeldía que ha mostrado la inflación para lograr estabilizarse en torno a un 2 por ciento anual, lo cual va a obligar a un especial esfuerzo durante 2025.Más allá de las razones que unos y otros puedan esgrimir para explicar lo sucedido durante este año que termina, lo que nadie puede desconocer es que definitivamente la situación económica del país no es buena -cada uno puede tener sus propias opiniones, pero los datos están ahí-, y las perspectivas para los próximos dos años no son halagüeñas en caso de persistir la misma tendencia, que nos condena a anclarnos en torno al actual PIB tendencial, que no supera el 2 por ciento anual.

Pero afortunadamente nuestro futuro económico no está escrito en piedra, siendo absolutamente posible alterarlo. El virtual consenso que se ha venido generando en torno a la importancia del crecimiento como motor del progreso no debe quedar solo como una frase y en buenas intenciones, sino que debe convertirse en un verdadero “desafío-país”, en torno al cual se logre articular una agenda que conduzca a ese propósito. Hay diversos grupos técnicos de composición transversal que han trabajado y otros que siguen trabajando con esta mirada, logrando sobreponerse a las legítimas diferencias que pueda haber en materias específicas. Es que, más allá de los desacuerdos, los puntos en los que hay una visión común son muchos más y de mayor trascendencia, de manera que si tan solo se lograra armar una agenda centrada en los puntos de acuerdo, Chile podría dar un salto importante en materia de potencial de crecimiento. Sería un lindo regalo para 2025.

Por Hernán Cheyre, Centro de Investigación Empresa y Sociedad, U. del Desarrollo

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