Columna de Ignacio Briones: Nuevo sistema político, retroceso en gobernabilidad
Cada regla es un engranaje de un motor que debe actuar sincrónicamente con otras reglas en un fino equilibrio de pesos y contrapesos. Es lo que permite que los gobiernos puedan desplegar sus programas. Sin pasar máquina, pero tampoco presas del bloqueo.
Pocas discusiones deben ser menos sexy que la sobre el sistema político. Pero pocas tienen más relevancia. Sus reglas definirán la forma del juego político y sus resultados. Definirán la gobernabilidad futura. Gobernabilidad que pasa por limitar la fragmentación política actual, así como por asegurar adecuados pesos y contrapesos consustanciales a una democracia robusta. Lamentablemente, las propuestas que van surgiendo en la Convención parecen un retroceso en ambos aspectos.
Pensar un sistema no puede hacerse de forma parcelada. Cada regla es un engranaje de un motor que debe actuar sincrónicamente con otras reglas en un fino equilibrio de pesos y contrapesos. Es lo que permite que los gobiernos puedan desplegar sus programas. Sin pasar máquina, pero tampoco presas del bloqueo. En eso consiste buena parte de la gobernabilidad en democracia.
La propuesta que elimina de facto el Senado debilita el equilibrio de pesos y contrapesos. El Senado ha probado ser valioso para enriquecer proyectos y promover acuerdos amplios que se zanjan en una comisión mixta. El eslogan de que sería una elitista instancia de bloqueo no conversa con los hechos. En el fondo la crítica es a que haya un contrapeso y eso es precisamente lo preocupante. Los contrapesos son fundamentales para evitar el excesivo poder de mayorías circunstanciales y el oportunismo electoral.
Por supuesto, el debate no se agota en el Senado. El desafío sistémico debiera ser tener reglas que promuevan la gobernabilidad. Chile necesita avanzar en ineludibles reformas sociales y económicas que recuperen el crecimiento perdido. La expectativa de los ciudadanos es tan alta como el desprestigio de la política y su incapacidad de avanzar. Sólo en un clima de gobernabilidad y acuerdos ese avance es posible. Sí, acuerdos, esa pecaminosa palabra. No hay otro camino.
Quizá el principal escollo para ese camino de acuerdos es la fragmentación política. Mientras mayor es el número de actores o de instancias decisionales, más complejo es coordinarlas y generar cooperación para esos acuerdos. Hoy tenemos un problema aquí. Basta ver el debate y la incapacidad de avanzar en reformas. El presidencialismo funciona mal con un sistema electoral excesivamente proporcional como el actual y que deriva en 21 partidos políticos en el Congreso y escasos incentivos a la disciplina intra partidos e intra coaliciones.
El sistema electoral como arista de la fragmentación parece ser anatema para la Convención. Hubiera sido valioso explorar fórmulas que, en un régimen presidencial, combinasen representación con menor fragmentación y más gobernabilidad. Por ejemplo, un sistema electoral que conjugase proporcionalidad con un sistema mayoritario. Nada de eso ocurrió. En cambio, junto con ratificar en la Constitución el criterio de proporcionalidad, se deja a la ley simple la definición de distritos, so riesgo que una mayoría simple pueda acomodarlos a su conveniencia.
El problema de fragmentación aumenta, además, porque se crean tantos escaños reservados como pueblos originarios hay, cada uno con sus causas identitarias. Y en lugar de partidos políticos, en las elecciones competirán “organizaciones políticas”. Un guiño hacia más actores independientes (más fragmentación) en desmedro de los partidos. Esta combinación -escaños e independientes- ya se probó en la elección de convencionales. ¿Resultado? Alta fragmentación y mal diálogo. ¿Es esta la fórmula para darle gobernabilidad futura al país?
La gobernabilidad futura se dificultará, además, porque se crean entidades territoriales con “autonomía política, administrativa y financiera” sin incentivos claros a la colaboración y coordinación. ¿Cómo conciliar el poder Ejecutivo con múltiples autonomías regionales, comunales y una exacerbada autonomía de distintos pueblos originarios? Todo esto dificultará el ejercicio del poder, la eficacia del sistema político y arriesga frustrar las expectativas de las regiones. Hay una gran diferencia entre distribuir poder y difuminar su ejercicio.
Acemoglu y Robinson muestran que el éxito o fracaso de los países depende de la calidad de sus instituciones o reglas del juego. Las reglas del sistema político definirán la gobernabilidad futura y nuestra real capacidad de hacer reformas que la ciudadanía espera. Determinarán si iniciaremos una senda de acuerdos o bien profundizaremos en el camino de la polarización y el bloqueo. Lamentablemente, la ruta que hasta hoy se ha planteado exacerba el problema de fragmentación y gobernabilidad.
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