Columna de Javier Sajuria: ¿Cómo combatir la fragmentación?
Para permitir que los partidos políticos sean verdaderos mecanismos de representación, es necesario que sean más convocantes y diversos. En el sistema actual, se premia la diferenciación y la fragmentación.
La excesiva fragmentación partidaria es un problema. Por una parte, sube los costos de coordinación dentro del Congreso al punto de hacerse ingobernable para gobierno y oposición. Por otro lado, afecta negativamente la representación política, ya que esa misma ingobernabilidad vuelve muy difícil que avancen con seriedad las agendas políticas que fueron puestas en discusión durante la elección. En el afán por distinguirse y mantener cuotas de poder, mueren las propuestas de largo plazo y la discusión política se vuelve aún más autorreferente. Por eso mismo, la pregunta sobre cómo reducir la fragmentación se ha vuelto clave en el nuevo proceso constitucional, aunque con algunas carencias relevantes.
Si bien la discusión está en su etapa inicial, recibiendo la opinión de algunos expertos propuestos por los mismos comisionados, ya se revelan algunos consensos que van en la línea correcta. Por ejemplo, se ha conversado sobre la necesidad de establecer un umbral mínimo de votación para que un partido pueda integrar el Congreso. Esta medida, en aplicación en una serie de sistemas a través del mundo, es un mecanismo acertado para impedir que sectores con baja representación tengan acceso desmedido a una posición de poder. Sin embargo, un umbral muy alto puede lograr un efecto contrario: que segmentos importantes de la población se queden sin representación. En Turquía, el año pasado se acordó una reducción desde 10% a 7% de la votación nacional, debido a las complicaciones que había traído el umbral anterior.
Otra innovación que sería bienvenida es el uso de listas bloqueadas (o mal llamadas “cerradas”) en cada elección. A través de este mecanismo, las personas emiten un voto hacia una lista en particular en vez de hacerlo a una candidatura en específico. El modelo chileno tiene la particularidad de que votamos por una persona, pero se distribuyen los cupos por lista. Con ello ocurren los llamados arrastres y, muchas veces, se frustran las expectativas de los votantes. Las listas cerradas permiten que la decisión del votante se refleje directamente en la composición del Congreso. Además, tienden a evitar que los partidos elijan candidaturas sólo por su atractivo mediático, un fenómeno que ha traído problemas en nuestro país.
Sin embargo, estas modificaciones quedarían cojas si es que seguimos permitiendo que los partidos se presenten a las elecciones en coaliciones. Al existir las coaliciones, se pierde el efecto de los umbrales y se mantiene la fragmentación. Asimismo, se vuelve extremadamente complejo que se implementen medidas para aumentar la participación de mujeres en el Congreso. Al mantener las coaliciones electorales, estamos menoscabando el esfuerzo de otras medidas para disminuir la fragmentación partidaria.
Para permitir que los partidos políticos sean verdaderos mecanismos de representación, es necesario que sean más convocantes y diversos. En el sistema actual, se premia la diferenciación y la fragmentación. Eliminar las coaliciones electorales implica que cada partido se convierte en una lista. Si a eso le sumamos la existencia de umbrales, fomentaremos partidos más fuertes, más diversos y, ojalá, más representativos. Mantener el sistema actual puede ser cómodo para los actores políticos en el poder, pero no para la ciudadanía ni mucho menos para nuestra democracia.
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