Columna de Javier Sajuria: El fuego amigo



Uno de los tantos problemas de los sistemas presidenciales es que es particularmente complejo gobernar cuando el Presidente enfrenta momentos de debilidad. No se trata solo de enfrentar a los adversarios de siempre, que pueden verse envalentonados ante la vulnerabilidad del Ejecutivo. Lo más preocupante es ver cómo se resquebrajan los apoyos internos en la coalición de gobierno. Le pasó a Bachelet ante el caso Caval y las distintas peleas con el mundo más conservador de la DC, le pasó también a Piñera en los días posteriores al estallido social. Y pareciera que, en la semana posterior al plebiscito, a Gabriel Boric le mostraron los dientes los miembros de su propia coalición.

El Presidente Boric nunca ha sido una figura de consenso en las filas de la izquierda. Su participación en el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 lo tuvo al borde de la expulsión partidaria y nunca ha ejercido un control hegemónico sobre su propio partido. Si bien tiene alianzas generacionales en el PC, las cabezas del partido no pierden oportunidad de recordarle la condicionalidad de su apoyo. Y ahora, el partido que parecía más llano a apoyarlo, Revolución Democrática, lo atacó por los medios exigiendo decisiones políticas en la región de Valparaíso.

Esa misma debilidad se ha manifestado en las críticas que ha recibido el gobierno desde algunos exconvencionales. Por ejemplo, Daniel Stingo se queja de que el gobierno no hizo lo suficiente una vez asumido su mandato para intervenir la Convención Constitucional, ignorando que el gobierno inició en la última etapa de las discusiones constituyentes. En el fondo, ante la dificultad que ha tenido el gobierno de retomar el control de la agenda política, sus aliados más cercanos pretenden entrar a sacar réditos individuales.

Todo este movimiento y falta de cohesión ha logrado lo que era imposible en las primarias presidenciales: acercar a Boric y su entorno al mundo de la ex nueva Mayoría, en particular a los partidos pertenecientes el Socialismo Democrático. Con ello, el gobierno mueve su eje de poder hacia posiciones más moderadas, quizás influenciado por la estridente derrota del proceso constituyente. El fuego amigo, en vez de lograr disciplinar al gobierno hacia su sector, lo aleja hacia una coalición que ve en este gobierno “prestado” una forma de resolver sus propios problemas de legitimidad y falta de renovación.

Al final, la principal pérdida la sufre la agenda de transformaciones que quería llevar adelante el gobierno. Ante la falta de capacidad de los sectores más de izquierda del gobierno de comprender la necesidad de la acción colectiva, el gobierno ahora tiene menos maniobra para llevar adelante las reformas que tanto anhela. Entre medio, se asoma un nuevo proceso constituyente que amenaza con tomarse la agenda por meses, nuevamente.

En un sistema político distinto, como el parlamentario, las disputas internas como las que hemos visto tienen un costo claro: la caída del gobierno y la pérdida de poder. En nuestro sistema, en cambio, convierten al Ejecutivo en un rehén de los caprichos de unos pocos, en desmedro del resto.

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