Columna de Javier Sajuria: Golpes y deslealtad
Las declaraciones del expresidente Piñera, en que se refirió a los hechos de octubre de 2019 como un golpe de Estado, fallan en confundir la movilización masiva (y violenta, por cierto), con un intento creíble de romper con el sistema democrático. Por otro lado, los comentarios de Sergio Micco, exdirector del INDH, fundando las mismas afirmaciones en el trabajo del politólogo Juan Linz, hablan de una liviandad de análisis e ignorancia a la que no nos tenía acostumbrados. Ambos caen, en mi opinión, en creer que las amenazas de algunos actores políticos minoritarios equivalen a una pérdida de compromiso de todas las fuerzas opositoras.
Juan Linz y Alfred Stepan, quizás dos de los más renombrados autores en analizar quiebres democráticos, planteaban que una clave de éstos mismos es la falta de una oposición política leal. Pero a diferencia de lo que cree Piñera, esa lealtad de la oposición no es con las personas que están a cargo, sino con el sistema democrático. Buscar el reemplazo de esas personas a través de mecanismos institucionales puede entenderse como una forma hostil, pero no como una falta de compromiso con las reglas básicas. Asimismo, el propio Linz plantea que todas las democracias cuentan con actores de la oposición que son más o menos leales, pero que eso no es lo que determina la existencia de un golpe o de otro tipo de quiebre.
La exageración de Piñera y Micco le hace un flaco favor al actual clima político, ya que ambos equiparan la protesta social con una conspiración. Además, desconocen que, incluso en medio de la mayor crisis social que ha vivido el país desde el retorno a la democracia, fueron las fuerzas políticas – la oposición leal – quienes buscaron generar un mecanismo de solución que permitiese mantener esa democracia en vez de dejarla caer. Por último, lo hacen en un contexto preocupante: la conmemoración de los 50 años del Golpe de 1973, el que rompió con la democracia en nuestro país y contó con el apoyo de una oposición desleal y de las Fuerzas Armadas (ambos elementos claves en el concepto de golpe que plantea Linz).
Nada de esta argumentación pretende desconocer la gravedad de los hechos de 2019. Al contrario, un análisis ponderado de los eventos no sólo debiera contemplar las protestas, quemas y turbas que llenaron las calles de la capital. También debiera hacerse cargo de las múltiples violaciones a los DD.HH. cometidas por agentes del Estado, que fueron documentadas por informes de diversos organismos internacionales. Asimismo, nada de esto obsta a que es importante identificar y sacar al pizarrón a aquellos elementos de la oposición de 2019 que plantearon salidas desleales a la democracia. La existencia de estas facciones no transforma a la protesta en un golpe o una guerra, pero sí nos permiten conocer su verdadero compromiso con el sistema.
En un país que ha tomado años en construir y legitimar su sistema democrático, preocupa que algunos de sus líderes hablen de su potencial quiebre con tanta liviandad. La falta de simpatía o de respeto a las fuerzas opositoras no pueden confundirse con supuestos desvaríos autoritarios. De esos tuvimos bastantes, y no fueron la fantasía ni la exageración de nadie.