Columna de Javier Sajuria: Hay que tomarse en serio a la derecha radical
La competencia política es vital en una democracia, y que los adversarios sean firmes y duros en sus críticas es lo que les permite crear confianza en que tienen una alternativa real al gobierno de turno. El problema es que la derecha radical -la de Kast, Milei, Meloni o Le Pen– no comulga con ese principio básico de la democracia.
Las declaraciones de José Antonio Kast, llamando al Presidente un “travesti político” son, quizás, las más suaves que se escucharon en el sínodo de la derecha radical en Madrid el fin de semana pasado. A ellas se sumaron los epítetos de Milei contra el Presidente del gobierno español y su señora, los insultos proferidos por el presidente de Vox Santiago Abascal e incluso el llamado a la deshumanización masiva del pueblo palestino, por parte de un ministro del gobierno Israelí. Ninguna de estas declaraciones debiese sorprender a quienes hemos venido siguiendo de cerca el surgimiento de estas facciones políticas, pero debiera hacer despertar a quienes las minimizan.
El 2018, Levitsky y Ziblatt, ya advertían que las democracias ya no mueren con grandes asonadas militares, sino que con el ataque continuo que hacen sus mismos actores a las reglas básicas de convivencia. Es decir, la amenaza viene desde dentro de la democracia, alimentada por quienes creen que no hay límites a las formas ni al respeto básico para hacer política. El mejor ejemplo lo dio Trump, quien en cuatro años logró horadar la institucionalidad norteamericana, al punto de incitar a una toma violenta del poder, con ataque al Capitolio incluido. De forma más local, Bolsonaro trató de hacer algo similar, solo detenido por sus propias fallas, mas no por un electorado deseoso de castigar a la izquierda por los casos de corrupción.
La competencia política es vital en una democracia, y que los adversarios sean firmes y duros en sus críticas es lo que les permite crear confianza en que tienen una alternativa real al gobierno de turno. El problema es que la derecha radical -la de Kast, Milei, Meloni o Le Pen– no comulga con ese principio básico de la democracia. Para ellos, el adversario es el “diabólico y cancerígeno socialismo”, que solo trae miseria, hambre y destrucción. Los adversarios son también la “derechita cobarde” que busca acuerdos con otros sectores para construir políticas públicas. En el fondo, para esta derecha, la democracia solo sirve si es a su favor, pero la desprecian profundamente cuando son otros los que se hacen cargo.
El principal riesgo de estas fuerzas radicales no es solo la destrucción del discurso y la convivencia política, sino que el efecto que tiene en nuestro sistema político y en el respeto a los derechos humanos. Cuando un líder se da el lujo de tratar a sus adversarios con formas deshumanizantes -como olvidar el concepto de “auquénidos metamorfoseados” con que la dictadura chilena se refería a los bolivianos- eso se transforma en políticas públicas concretas que pasan por encima de los derechos básicos. Hoy, esa realidad la sufren los migrantes, pero es cosa de tiempo para que incluya a mujeres, diversidades sexuales o a cualquiera que ose pensar o vivir distinto de lo que el canon de la ultraderecha permite.
Al igual que hace un siglo, no podemos ignorar la amenaza que viene desde el fondo a la derecha, una que se alimenta de la frustración ciudadana ante gobiernos incapaces de resolver problemas concretos, pero que presenta soluciones que destruyen nuestro régimen democrático. Y tampoco podemos ignorar que, a pesar de que sus palabras fueron más suaves, Kast se regocija con la compañía de quienes miran a sus adversarios políticos como malditos y cancerígenos. Esa es la real alternativa que busca ofrecer.
Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política, Queen Mary University of London, y director de Espacio Público
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.