Columna de Javier Sajuria: Izquierda y universalismo
La pelea de cierta izquierda por resistir el avance de grupos históricamente marginados es, lamentablemente, abundante y vergonzosa. En nuestro país, lo vimos en el rechazo al avance de la participación femenina en la vida pública o en la negación de los derechos de grupos LGBTQ. En ese sentido, la clásica noción de que la izquierda debe buscar el universalismo a través de una categoría única (usualmente la clase social), es una idea reaccionaria y con un claro riesgo político.
La discusión sobre la izquierda y las políticas de identidad, o lo llamado woke, tiene varios capítulos, pero el más reciente se refiere a la reivindicación de una supremacía de categorías tradicionales, como la clase, por sobre otras diferencias en la sociedad. Esta postura tiene, en mi parecer, problemas teóricos e implicancias políticas. En lo teórico, es importante reconocer que todas las categorías, por más amplias que sean, suponen la construcción de una identidad. La clase obrera o trabajadora es una identidad construida desde la pregunta de quién es poseedor del capital. El hecho que el discurso de la izquierda durante décadas se haya articulado desde esa identidad, es más bien un reflejo de las estructuras de poder que definían cuáles eran las identidades valiosas.
Las implicancias prácticas son aún más complejas. Por ejemplo, el movimiento por derechos sociales y el proceso de reconstrucción norteamericano se expresa, precisamente, desde el rechazo a la clase como único factor relevante. La raza (otra construcción social) se alzó como un elemento clave a la hora de entender cómo el poder oprimía a sectores de la población. Incluso en ese escenario, surgieron movimientos como el colectivo del río Combahee que propusieron que ni el movimiento por derechos civiles ni el feminismo clásico podían dar respuesta a las necesidades de las mujeres negras LGBTQ.
En Chile, la discusión sobre el matrimonio igualitario o la adopción por parejas del mismo sexo han revelado el conservadurismo de varios sectores de la izquierda, dando la razón a quienes creen que la obsesión con el universalismo esconde un rechazo a los valores de liberación y diversidad.
En ese sentido, es importante distinguir categorías que definen estructuras de privilegios y que reciben protección legal (como el género o la orientación sexual), de otras que obedecen a preferencias individuales (como el veganismo). Por más razonables que sean las motivaciones para defender mis preferencias, eso no las convierte en objetos de protección política.
Dentro del mundo progresista hay una disputa por quién tiene la hegemonía política y cultural. Por un lado, se agrupan sectores que, bajo las nociones clásicas del marxismo, defienden una estructura social simple y conocida. Pero, asimismo, rechazan la noción de que la sociedad es compleja y diversa. En el otro extremo están quienes, cuáles hijos del neoliberalismo, creen que la autoidentificación es la única herramienta válida para el debate político. El camino intermedio, en que se buscan estrategias comunes pata afrontar luchas diversas, parece una amenaza para quienes no quieren renunciar a sus privilegios.
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