Columna de Javier Sajuria: No es fragmentación, es personalismo

MARIO MARCEL - CAROLINA THOA - ALVARO LIZALDE


El debate sobre el sistema político nunca es uno de esos temas que mueven la agenda noticiosa ni que aparecen de manera prominente en los noticiarios. Al contrario, es considerado un tema árido, aburrido y lejano. Eso ha permitido que algunos aprovechen la falta de interés para promover medidas poco sensatas, bajo supuestos irrealistas. Por otra parte, varios actores políticos parecen tener urgencia en sacarse el tema de encima, con propuestas que ignoran la evidencia. Así, hemos terminado discutiendo una dicotomía falsa entre fragmentación y gobernabilidad, en vez de conversar sobre el principal problema: el excesivo personalismo de nuestra política.

Partamos por algunos conceptos básicos. Los sistemas políticos son un conjunto de políticas que funcionan coordinadamente, como si fuesen engranajes del mismo motor. No existe una fórmula mágica o una medida única que pueda resolver todos los problemas de esta sala de máquinas. Si ya es difícil ponerse de acuerdo sobre cuáles son los engranajes que fallan, es mucho más difícil determinar cuáles hay que cambiar. Y muchas veces la respuesta consiste en que quienes tienen poder, sepan perderlo. Hemos escuchado últimamente a quienes creen que con cambiar una sola pieza -por ejemplo, incorporar umbral a los partidos para entrar al Congreso- basta para resolver los problemas. Sin embargo, esas soluciones suelen ser insuficientes, e incluso generar más daño.

Por otro lado, el sistema electoral chileno tiene una particularidad que lo hace impopular: votamos por personas, pero los cupos en el Congreso se les asignan a las listas. Así, nuestros votos no tienen un efecto directo en quienes obtienen los escaños, sino que entran en una serie de procesos que los convierten en cupos. El resultado es evidente: personas electas con menos votos que quienes quedan afuera, además de candidatos que se creen dueños de esos votos y los ocupan para obtener retribuciones de su partido.

Por último, hemos escuchado un supuesto chivo expiatorio: la fragmentación, o el creciente número de partidos en el Congreso. Si bien es evidente que estos han aumentado de manera explosiva en los últimos años, la evidencia en Chile y en el resto del mundo pone en duda la obsesión de algunos con culpar a la fragmentación de los problemas de gobernabilidad. Es cierto que cada día es más difícil coordinarse en el Congreso, lo que vuelve difícil aprobar reformas que son urgentes. Pero eso no se debe a la proliferación de partidos, sino que a su ineficacia para coordinar a sus representantes. La falta de disciplina y coherencia interna los vuelve simples vehículos electorales: permiten llegar a destino, pero estorban a la hora de continuar. Con partidos llenos de caudillos que se creen dueños de sus votos, da un poco lo mismo si tenemos 2 o 15 partidos. Mientras no tengan la capacidad interna de coordinarse, seguirán siendo un cascarón vacío de contenido y coherencia.

Incluso poniéndonos de acuerdo sobre este diagnóstico, no es tan claro cómo solucionar el problema. Algunos hemos propuesto medidas que tienen historia en países de la región, como la eliminación de las listas electorales, la conformación de listas cerradas y mayor poder disciplinario a los partidos. Pero nada de eso le gusta a quienes tienen que hacer estas reformas, ya que a nadie le gusta autorregularse para perder poder. Constatar esta complejidad es parte del trabajo de la ciencia política, la disciplina que estudia estos temas. La misma que ha sido latamente ignorada en esta discusión.

Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política, Queen Mary University