Columna de Javier Sajuria: ¿Qué tan lejos está la ultraderecha?

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El ascenso de la ultraderecha no se da por casualidad o simple coincidencia, sino que por una constante falla de los gobiernos democráticos de cumplir las expectativas de la ciudadanía. Hay varias razones para esto, algunas estructurales y otras más coyunturales.



La decisión de Emmanuel Macron de llamar a elecciones legislativas anticipadas parece haber resultado un error de proporciones. El presidente francés trató de pillar fuera de juego a la ultraderecha después de haber sido derrotado en las elecciones europeas, pero el partido de Marine Le Pen logró una mayoría simple en la primera vuelta del domingo. La única opción para que Francia logre mantenerse a salvo de las fuerzas de la derecha radical es un pacto por omisión improbable que incluya a la derecha tradicional. Y el principal obstáculo para eso es un constante foco en el corto plazo.

Durante años, al menos desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, tras las elecciones de 2016, se habla con cierta regularidad de la amenaza que supone la derecha radical en las instituciones clásicas de la democracia liberal. En particular, se muestran ejemplos como los ataques al poder judicial en países como EE.UU., Israel o Hungría para mostrar el poco cariño que tienen estos sectores políticos con las instituciones claves de la democracia moderna. Últimamente, autores como Andrea Pirro incluso han puesto en duda la diferencia que hacemos entre la ultraderecha - que respeta los estándares democráticos - y la derecha extrema - que busca socavarlos. Pirro plantea que, si bien la ultraderecha ocupa los mecanismos de la democracia para llegar al poder y justificar sus decisiones, no tiene problemas en establecer vínculos y alianzas con la derecha antidemocrática cuando les conviene. Ejemplos claros son los intentos de insurrección apoyados por Trump y Bolsonaro, respectivamente, al perder sus reelecciones.

Pero el ascenso de la ultraderecha no se da por casualidad o simple coincidencia, sino que por una constante falla de los gobiernos democráticos de cumplir las expectativas de la ciudadanía. Hay varias razones para esto, algunas estructurales y otras más coyunturales. Entre las estructurales, se encuentran los incentivos crecientes a buscar espacios de bloqueo en vez de colaboración en distintos sistemas políticos. Eso es aún más evidente en sistemas presidenciales como los de nuestro continente, donde se privilegia la confrontación entre poderes y no la colaboración. En términos coyunturales, crisis exógenas como las olas migratorias, las guerras o las crisis económicas han puesto en riesgo el frágil consenso político que han mantenido a salvo a la democracia en varias partes del mundo. Sistemas con poca capacidad de llegar a acuerdos son aún más vulnerables a estos eventos.

Sin embargo, no todo está escrito ni definido. El fiasco que representó la llegada al poder del ala más ultra del partido conservador británico les ha traído una crisis electoral de proporciones. Hoy es bastante razonable sugerir que desde Boris Johnson en adelante, la derecha británica no ha sabido lidiar ni con la inmigración ni con la economía. En las elecciones de esta semana, se espera que el partido liderado por Rishi Sunak tenga su peor derrota histórica (si es que le creemos a las encuestas), en medio de una crisis que afecta el costo de vida y la calidad de los servicios públicos. Tal como proponía el líder laborista, Keir Starmer, en una reciente entrevista, la solución contra el populismo de derecha radical radica en gobiernos que son capaces de cumplir sus promesas. Ese es, en mi opinión, el origen del fracaso de la estrategia de Macron. Su foco en la urgencia que representa detener a la ultraderecha no tiene un correlato en su propio récord de cumplir sus promesas. La ciudadanía mira eso y castiga sin tapujos.

Por Javier Sajuria, profesor de ciencia política, Queen Mary University.

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