Columna de Joaquín Trujillo: Complementos
Que el mundo pueda vivirse como un gran conjunto de posibles complementos, de piezas que eventualmente encajan, en vez de excluirse, colisionar, eliminarse, fue uno de los lineamientos aportados por la cultura que llamamos clásica. Desde los seres andróginos mencionados por Platón que se escindieron en macho/hembra para luego reencontrarse, hasta las mejoras de la división del trabajo, en economistas como Adam Smith, esta escuela de la covalencia incluyó a Erasmo de Rotterdam. Él, en tiempos de la efervescencia religiosa entre católicos y protestantes, propuso una lógica sumatoria en la que ambos, en lugar de agredirse, debían rescatar sus inspiraciones comunes y, por sobre todo, reconocer sus propias faltas antes de señalar las ajenas.
Sin embargo, otra tendencia en la Modernidad fue la de las escatologías excluyentes, las polarizaciones irreversibles. Luchas de razas y las de clases pertenecen a esa escuela. El “X + Y…” es reemplazado por el “o X o Y”. Plusvalías robadas, espacios vitales… fórmulas del todo o nada. Y sí, ofreciendo reconciliaciones posibles, aunque pasadas por la violenta partera de la historia que muchas veces fue su abortera.
Me parece que la Premio Nobel de Literatura 2024, la surcoreana Han Kang, ha dado finamente una lección en esta línea con su libro “La clase de griego” (porque corresponde llamarla lección magistral de lo que lo griego ha significado).
La protagonista de esta narración es una mujer que ha enmudecido dos veces en su vida a consecuencia de episodios traumáticos. Como en la primera ocasión recuperó el habla estudiando francés (esa otra lengua del clasicismo), en la segunda lo hará, pero con griego antiguo. Su profesor es un compatriota que ha vivido en Alemania y que ahora enseña en Corea. También tiene un problema: sufre de una ceguera progresiva. Ambos personajes traban una amistad por la cual logran complementarse: ella ve lo que él no; y él (o, mejor dicho, el griego) puede hablar con/por ella.
Como Han Kang es una escritora comprometida con sus propias ideas no trata a sus lectores como meros recipientes ideológicos. Su obra no fuerza oposiciones, no inventa falsas y absurdas paradojas. En su revitalización del mundo de las ideas de Platón, la lengua muerta es capaz de reorganizar la vida, no imponiendo recetas generales y abstractas, que los totalitarismos actuales creen poder reinstalar gracias a flujos de información más precisos. Lo que hace su lección de clasicismo griego es ofrecer una realidad en la que las combinaciones son infinitas como lo es también la superficie del mundo cuando sabemos que su diversidad (no únicamente la que nos simpatiza) es inmensa.
Hay una profunda inteligencia adaptativa en la capacidad de hallar complementos. Ciertamente, si bien las razones para descartarlos son poderosísimas, las que finalmente aparecen si se les da oportunidad (o sea, tiempo) lo son más. Porque en este ejemplo, como en otros tantos, lo griego no es lo griego. Es una lengua muerta que, a causa de una razón sobreviniente, hace hablar a los mudos.
Por Joaquín Trujillo, investigador del CEP