Columna de Joaquín Trujillo: Ejercicios de antidemagogia



¿Desde cuándo la política no le habla con la verdad a la gente? ¿Haciéndole ver las reales dificultades? ¿Explicándoles claramente porque esta o aquella supuesta solución es inidónea, contradictoria, este o aquel gasto innecesario? ¿Cuánto tiempo hace que no se gobierna, educando?

No hace falta ir tan atrás, hasta Alessandri y su “chusma inconsciente”.

En Cabildo se contaba una historia. Era la campaña de 1958 que ganó el meritorio hijo del “León”, Jorge Alessandri. Los dirigentes locales de su sector salían a encontrarlo en un día de lluvia. Lo conducían hasta el frontis del hospital y le explicaban: “Este hospital está muy viejo, necesitamos arreglarlo, nuevas salas”. Alessandri responde: “Este hospital no está perfecto, pero está mucho mejor que otros que me ha tocado ver”. La sinceridad del gruñón Alessandri, cuya responsabilidad verbal no escatimaba detractores, ganó esa elección.

Es muy preocupante que las voces que más escucha la gente en los medios de comunicación, que no son las de poetas, filósofos, historiadores o científicos, sino las de políticos, sean, no en todos los casos, pero sí en muchos, las de quienes solo pretenden complacer un antojo inmediato. Es cierto que hay problemas gravísimos que afectan el día a día de la gente, pero plantear soluciones imposibles con tal desparpajo, además de empeorar esos escenarios, habla de una preocupante incapacidad de dar el ejemplo, diciendo la verdad o, como pedía Sócrates, confesando que se la desconoce.

Los malos paradigmas políticos están en el origen de la destrucción de muchas sociedades, las cuales terminan históricamente convertidas en canteras o de esclavos o de muertos. El argumento suele transitar los senderos, y luego autopistas, de la ley del mínimo esfuerzo o aquel según el cual todos son flojos, rateros y embusteros, excepto yo.

Los chilenos hemos tenido la suerte de vivir en un país que ha sido una especie de simulacro de las duras realidades que afectan a otros. Y tal vez la era de los simulacros se esté acabando.

Vicios y virtudes son círculos. También en estos asuntos no se sabe si fue antes el huevo o la gallina. El dicho según el cual cada pueblo tiene los gobernantes que se merece es correcto solo relativamente. Porque se podría merecer algo cada día más malo.

No nos haría mal fijarnos en líderes que sean invariables críticos de la solución demagógica y, por sobre todo, de sí mismos, entendiendo que, en tanto elite, su primera obligación es hacer de sus propias personas un modelo a seguir. Personalidades que no teman o, mejor, estén dispuestas a caer mal. Como esos viejos profesores estrictos a los que todo el liceo odiaba y que, con el paso del tiempo, sus estudiantes aprendieron no solo a valorar, sino también a imitar. Los del gobierno que educa.

Porque con maestros del embuste, la choreza, el resentimiento, las verdades a medias, los sobajeos complacientes, legaremos a los que vengan algo peor que la destrucción: no haber conocido nada mejor. Y quedarán condenados a lo peor, cuya desgracia es la de caer siempre más bajo.

Por Joaquín Trujillo, investigador CEP

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