Columna de Joaquín Trujillo: Los hijos de la educación pública
Creación de la derecha liberal criolla, expandida por los esmeros del Partido Radical y otros de la esfera progresista en el siglo XX, la educación pública chilena fue uno de los factores que explicaron la temprana buena fama de nuestro país. La recurrente crítica según la cual no alcanzó al ciento por ciento de la población, se olvida de que un graduado de las humanidades o de cuarto medio no era un cualquiera y que, por lo mismo, los fenómenos inflacionarios van de la mano con la desprolijidad, si no la mezquindad.
En un país que entonces era bastante pobre, la educación pública, además, gozaba de una élite emergente comprometida con Chile que apostaba por su robustecimiento. El Presidente Arturo Alessandri Palma, por ejemplo, cuya mayoría de hijos fueron modelos indiscutidos de una mezcla de profesionalismo y solvencia política (Jorge, Arturo, Hernán, Fernando, etc.), los envió a establecimientos de la República y manifestó su orgullo cuando, exiliado del país, se enteró que sus nietas eran matriculadas en los liceos.
Muchos chilenos capitularon de lo que significaba sufragar una República. Una suerte de brisa veleidosa los hizo abandonar su escuela mucho antes que se deteriorara. Contribuyeron a eso los discursos contaminados de resentimiento de los sectores conservadores, por un lado, y revolucionarios, por el otro. Los primeros, desde antiguo, venían descreyendo de la educación pública, siempre con el, a no dudarlo muy valioso (hay que admitirlo), argumento de la libertad de enseñanza. Los segundos, creyeron apoyarla, corroyéndola cuando la instrumentalizaron para catalizar toda suerte de luchas incompatibles con los delicados esmeros que requería.
Si el mundo conservador se mantuvo coherentemente propicio a la educación privada que impartían los santos de la curia, el de la revolución, recurrió a ella después de haber contribuido a demoler la pública. Y se escucharán afirmaciones como la siguiente: aunque la prefiero, mientras no sea la mejor, yo no sacrificaré a mis hijos en ese altar. ¡Si el Presidente Alessandri hubiera pensado así, o todos los viejos liberales que la crearon, radicales que la mantuvieron, socialistas que la alabaron… nunca hubiera nacido ni menos subsistido en un país en que por cronología y prestigio la delantera la llevaba la religiosa del archipiélago católico!
La República amenaza ruina cuando la mejor educación se concentra en establecimientos o confesionales o adscritos a colonias, espiritual y geopolíticamente distanciados de su centro.
Las mal llamadas “escuelas con número” fueron de lo más auténtico que ha dado Chile. No se trata de desdeñar la educación privada, que en el último capítulo siempre ha salvado los muebles. Y en cambio, es fundamental recordar lo que la pública pesó en nuestra patria, una República muy nueva, erigida con esta y otras insistencias, ¡a propio riesgo!
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP