Columna de John Mario González: La batalla por las almas ucranianas
Contrario a la estabilidad de las instituciones religiosas, en Ucrania la lucha por la independencia y la guerra contra Rusia genera redefiniciones religiosas que producen vértigo. Es que la guerra es también una batalla por las almas.
En este caso, la del país que estuvo por décadas y siglos sometido al yugo del imperio ruso. Su cambio cultural es ahora de tal intensidad que todos los días, en los últimos años, una o dos parroquias de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana del Patriarcado de Kiev (rusa) transfieren su lealtad a la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, como me lo comentó Victor Yelenskyi, el jefe del Ministerio o Servicio Estatal para Asuntos Étnicos y Libertad de Conciencia.
Para tener un contexto, Ucrania se ha identificado como cristiana ortodoxa en su mayoría, en una proporción que podía superar el 70% o 75% antes de la disolución de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. La mayoría, adscritos a la Iglesia Ortodoxa Rusa, a secas, con un número pequeño de creyentes de la Iglesia Ortodoxa Autocéfala Ucraniana, fundada en 1921, en buena parte por exiliados de la Revolución rusa de 1917 y luego perseguida por Stalin.
Seguidamente han estado los católicos de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, con cerca del 9%. Su historia se remonta a 1596, cuando algunos ucranianos ortodoxos, entonces bajo el gobierno de la Commonwealth polaco-lituana, se sometieron a la autoridad del Papa, a la vez que mantenían las prácticas de la liturgia oriental bizantina. No solo es la mayor iglesia católica oriental del mundo, sino que era la mayor iglesia en la clandestinidad de toda Europa. Stalin la persiguió sin piedad. Luego seguían los católicos romanos, con cerca del 1% de los creyentes, y otras minorías de judíos, adventistas, baptistas, pentecostales o testigos de Jehová.
Aunque todas las iglesias sufrieron la persecución del régimen soviético, en grado sumo las distintas a la ortodoxa rusa, en el caso de la Greco-Católica había que decapitarla. El régimen soviético sospechaba que servía a los intereses del Vaticano y de las potencias occidentales, pero, además, porque el humanismo cristiano se contrapone silenciosa, pero inconfundiblemente, al ateísmo y a la religión secular del comunismo.
Solo fue hasta 1989, en el marco de la perestroika y las reformas de Mijaíl Gorbachov, que la Iglesia Greco-Católica de Ucrania y la Ortodoxa Autocéfala Ucraniana obtuvieron estatus legal. Aunque fue entonces cuando el panorama eclesiástico dio un vuelco.
Buena parte del pueblo ortodoxo ucraniano comenzó a exigir la creación de una iglesia independiente del Patriarcado de Moscú, lo que este aceptó en 1990 con un simple enroque y la conformación de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (rusa) del Patriarcado de Kiev, bajo la jurisdicción y tutela de Moscú.
En medio de las tensiones del proceso de independencia de agosto de 1991, y cuando muchos ucranianos comenzaron a identificarse con la religión más por motivos puramente patrióticos, en 1992 se estableció la Iglesia Ortodoxa Ucraniana del Patriarcado de Kiev, encabezada por el Patriarca Filaret, luego llamada Iglesia Ortodoxa de Ucrania. Moscú de inmediato la declaró cismática.
Para entonces, y con algunas fusiones de por medio, el panorama religioso en Ucrania se había diversificado, con dos iglesias ortodoxas principales, una Greco-Católica, otra católica y varias más minoritarias. Sin embargo, la llegada al poder de Vladimir Putin en el 2000 significó un nuevo viraje, en el cual la religión estaba destinada a ser de nuevo caballo de Troya de la diplomacia del Kremlin y mecanismo de “reimperialización” ruso.
Si las tensiones habían aumentado y las actividades de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (rusa) ya habían sido puestas en duda por muchos ucranianos, su lealtad quedó cuestionada tras la agresión de febrero de 2014. Su postura oficial era de neutralidad y oposición al derramamiento de sangre, aunque el Patriarca Kirill de Moscú despertó ira por bendecir los misiles y por abstenerse de censurar la invasión.
La situación condujo a una sangría de creyentes que abandonaron la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (rusa) del Patriarcado de Kiev en favor de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, y también motivó al Patriarca Ecuménico Bartolomé de Constantinopla, la máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa, a otorgar el 6 de enero de 2019 el tomos o decreto especial sobre la autocefalía. Un hecho de enorme importancia simbólica para Ucrania que desató la indignación del Kremlin.
Tras la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, la situación se volvió insostenible para Kiev y la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (rusa) del Patriarcado de Kiev se encontró efectivamente como una rama de un organismo extranjero hostil. El Patriarca Kirill de Moscú afirmó en septiembre de 2022 que morir en la guerra contra Ucrania “limpia todos los pecados”, al tiempo que varios sacerdotes de alto perfil fueron acusados de traición e incitación al odio religioso, lo que hundió aún más la menguante reputación de la Iglesia rusa.
Así, aunque muchos ucranianos ni siquiera sepan acerca de la alineación de su parroquia, el panorama de la composición de las iglesias en el país dio un giro copernicano.
Para 2021, el mayor número de creyentes ortodoxos ya se identificaban con la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, fundada en 1992, en un 39,8%, mientras que la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (rusa) contaba con el 21,9%, como me lo comentó Yuriy Yakymenko, presidente del prestigioso centro de estudios Razumkov Centre en Kiev.
Una diferencia que, sin embargo, se ha ampliado abrumadoramente después de la invasión a gran escala de febrero de 2022, según Victor Yelenskyi, el jefe de los asuntos étnicos y de libertad de conciencia de Ucrania. Un hecho tal vez apenas natural, pues con lo que no contaba Putin era precisamente con la determinación de un pueblo de luchar por su libertad.
Por John Mario González, analista internacional y columnista colombiano, desde Kiev. (@johnmario)
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