Columna de John Mario González: Los errores de Estados Unidos en Ucrania

El presidente estadounidense Joe Biden y el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky durante una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca en Washington, el 12 de diciembre de 2023. Foto: Reuters


Por John Mario González, analista internacional y columnista colombiano. (@johnmario)

Sin duda que sin el encomiable apoyo financiero y militar de Estados Unidos y Reino Unido a Ucrania, hace años que habría desaparecido como Estado democrático e independiente. Pero, si bien el balance general de Occidente en la guerra contra Rusia y sus aliados es todavía destacado, no dejan de ser lamentables los protuberantes errores estratégicos de Estados Unidos.

El solo giro copernicano que Rusia dio a las condiciones y percepción general de los resultados de la guerra indica que los errores han ido más allá de un exceso de optimismo de los mandos ucranianos. Si el 24 de junio, en medio de la rebelión de Wagner y Prigozhin, la sensación era que el régimen ruso estaba próximo al abismo, solo cuatro meses después, por primera vez, desde marzo o abril de 2022, parece que Putin podría ganar.

Un viraje difícil de entender. Como si el principal activo de Putin fuera la carencia de Estados Unidos de estrategas militares o que la carga burocrática y descoordinación de sus distintas agencias primaran sobre aquellos.

Para empezar, resultaba casi un suicidio que Ucrania hubiera desplegado una contraofensiva sobre sus estepas orientales sin cobertura aérea suficiente, máxime si las fuerzas aéreas rusas superan con vastedad a la casi inexistente fuerza aérea ucraniana, o que los satélites y la tecnología estadounidense no advirtieran la dimensión de las fortificaciones defensivas construidas por Rusia, las más extensas desde la Segunda Guerra Mundial.

Ambas consideraciones indican que tanto la estrategia como la narrativa de Estados Unidos debieron ser distintas. Menos aspiracional, pero más pragmática, la prioridad no debió ser entonces la recuperación de territorio, en el corto plazo, sino una guerra posicional de menor riesgo, de trincheras, al estilo de la Primera Guerra Mundial, para la defensa de Ucrania y la derrota estratégica de Rusia. Una perspectiva más acorde con la resistencia inicial del propio Estados Unidos y los aliados occidentales de ceder misiles de largo alcance que pudieran cruzar líneas rojas con Rusia y desencadenar un enfrentamiento directo. Menos aún, de pelear una tercera guerra mundial y nuclear por Ucrania.

El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, camina después de una conferencia de prensa, el día en que asiste a una cumbre nórdica en Oslo, Noruega, el 13 de diciembre de 2023. Foto: Reuters

He allí, entonces, algunos de los más abultados adicionales desaciertos de Estados Unidos. Uno de ellos ha sido el desaprovechamiento de la innovación tecnológica en drones como arma de guerra de bajo costo para profundizar el debilitamiento militar ruso. Aunque Ucrania ha logrado avances tecnológicos importantes, al punto de escalar los drones navales hacia un papel decisivo en la guerra, como el ataque que le propinó a la flota rusa del mar Negro en Sebastopol, la falta de recursos y de mayor tecnología ha hecho que esté siendo superada por su enemigo. Como lo recoge Reuters, en una entrevista del 9 de noviembre a un piloto de drones ucraniano, identificado como ‘Yizhak’: “A veces una tripulación puede tener 10 objetivos identificados, pero solo dos o tres drones, así que tenemos que dejar ir a siete porque no tenemos nada con qué golpearlos”.

Pero quizás el mayor error estratégico de Estados Unidos ha sido la falta de apropiado asesoramiento a los mandos ucranianos para machacar la mayor debilidad rusa, como es su crónico déficit poblacional, en especial si Putin ha tolerado cifras de bajas muy superiores a las que serían aceptables en los países occidentales. Una insuficiencia de hombres que se convierte en la principal amenaza existencial de Rusia y que hunde sus raíces en lo que Julie DaVanzo y David Adamson describieron en 1997 como las catastróficas pérdidas de población en la Primera Guerra Mundial, la guerra civil de 1917-1922 y la hambruna de la colectivización forzada stalinista de finales de los años 1920 y 1930. Por supuesto, también en la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente, el colapso demográfico con la caída de la Unión Soviética, la pandemia del Covid y la invasión a Ucrania. A pesar de que Putin ha estado obsesionado por las carencias poblacionales durante sus 23 años de gobierno, el problema se ha exacerbado, lo que ha desembocado en las protestas de esposas de combatientes para que sus cónyuges regresen a casa o la explotación de estudiantes y presos, reflejo de tal escasez.

Si en el primer año de la guerra, Rusia habría perdido cerca de 200.000 hombres, el doble de Ucrania, la deslucida contraofensiva de esta última elevó sus víctimas a niveles inaceptables y acercó las diferencias. En la actualidad, se puede hablar de cerca de 300.000 bajas rusas contra unas 250.000 ucranianas. Así, tal circunstancia y el estancamiento de la guerra frente a las elevadas expectativas creadas, no solo obligó a un cambio de estrategia, sino que golpeó el optimismo que se tenía y ha generado controversia y malestar tanto al interior de Ucrania como de los socios occidentales.

Lo más paradójico es que la guerra ha producido un debilitamiento estructural de Rusia, en especial en cuanto al factor demográfico, pero el público estadounidense, y también europeo, muestra signos de cansancio sin recabar en el hecho de que guerras como las de Irak o Afganistán fueron mucho más costosas.

Ahora, no solo el financiamiento estadounidense a Ucrania está en peligro, un enorme regalo de los republicanos hacia Putin, sino que cualquier vacilación en el embate de la guerra puede provocar que se pierda o que Rusia se recupere. Ojalá que la visita del Presidente Volodymyr Zelensky a Estados Unidos, el pasado martes, permita salir del letargo y recuperar el empuje.