Columna de Jorge Gómez: Octubristas conversos
Quizás uno de los elementos más llamativos a considerar, a cuatro años del mal llamado estallido social, sea ver que Gabriel Boric ha pasado de otrora diputado vindicador de las barricadas a presumirse el Presidente paladín del orden público. Es tal el giro, que el mandatario dijo días atrás que “asumimos el país con una crisis en materia de delincuencia que en un momento parecía desbordante y yo creo que hemos logrado encauzarla”. Todo esto a propósito de una agenda de seguridad que no era del interés del Boric candidato presidencial y que se la impusieron brutales hechos criminales como el asesinato de la sargento Rita Olivares en marzo de 2023.
Hace cuatro años atrás, el orden público tampoco era del interés del Frente Amplio y el Partido Comunista. A ellos más bien les gustaba aplaudir las evasiones masivas en el Metro, tal como lo hacía Giorgio Jackson en sus redes sociales. Hablaban de “Dignidad”, mientras los negocios en Plaza Italia eran saqueados semana tras semana, mientras manifestantes veneraban gente disfrazada de Pikachu, un perro de cartón con pañuelo rojo llamado Matapacos o aplaudían muñecos colgados de Piñera, quien era presidente en ese entonces. Cómo olvidar que frente a las quejas de los locatarios que veían destruidos sus trabajos, la diputada Maite Orsini habló de cositas materiales. Hace cuatro años, el alcalde de Valparaíso Jorge Sharp, llamaba abiertamente a no respetar la Constitución. Ahora quiere armar partido con la ex Lista del Pueblo.
Algunos hablan de octubrismo y noviembrismo para distinguir entre el desmadre vandálico de las protestas respecto al acuerdo institucional posterior surgido en noviembre de 2019. Otros usan esa distinción para dar a entender que el estallido fue una especie de abrupta borrachera y aunque se sumaron a ella, ahora piden normalidad, tal como lo hace Vlado Mirosevic. Sin embargo, aunque quieran mostrarlo así, lo cierto es que el PC siguió en su doble faz de siempre entre la política institucional y la agitación callejera, es decir, como decía Koestler, “aprovechándose de las libertades constitucionales que provee la sociedad burguesa con el único propósito de destruirlas”. El Frente Amplio tampoco se quedó atrás y siguió siendo octubrista durante toda la pandemia, que además se convirtió en su nueva herramienta para intentar hacer caer al gobierno de Piñera.
Las lógicas octubristas continuaron durante el proceso constitucional del año 2021-2022. El proyecto de Constitución rechazado en septiembre de 2022, promovido con ahínco por el gobierno de Boric, con las vocerías de Karol Cariola y Vlado Mirosevic, no era otra cosa que la expresión de los afanes deconstituyentes del octubrismo. No hay que olvidar que en 2021 hablaban con total desparpajo de meterle inestabilidad al país, tal como lo hizo el ahora embajador chileno en Brasil, Sebastián Depolo. Frente al terrorismo en La Araucanía, el ahora Presidente Gabriel Boric junto a la ahora comedida Camila Vallejos, hablaban del Wallmapu y alababan a sujetos como Héctor Llaitúl, tal como ocurrió cuando supuestamente había muerto el hijo del líder de la CAM en 2021. La retórica del Wallmapu persistió incluso cuando llegaron al gobierno. Sólo dejaron de usar el cliché cuando Izkia Siches, en una visita como ministra del Interior, fue recibida a balazo limpio en Temucuicui.
El octubrismo, su ánimo, su estética y sus consignas, han resultado un fiasco. Mirado en perspectiva, más que una regeneración democrática fue el reflejo de una decadencia social y política que sigue latente y generando estragos como el vandalismo escolar anquilosado y criminal. Eso, aunque ahora varios se hagan los desentendidos como si no hubieran animado o validado tales dinámicas hasta el destajo, tal como sucede con la alcaldesa Hassler.
Sin duda, el contundente rechazo del plebiscito del cuatro de septiembre de 2022 ha hecho que varios se intenten mostrar como ajenos al octubrismo o peor aún como octubristas conversos. Ahora varios ofician de políticos serios, corteses y responsables. Algunos han querido ver en ello la derrota definitiva de esos afanes. Debo decir, con escepticismo, que más bien estamos ante un travestismo, como pasar de vindicar las barricadas a presumirse paladín del orden público, las plazas limpias y los muros sin grafitis. Pero aunque la mona se vista de seda.
Jorge Gómez Arismendi, investigador senior en la Fundación para el Progreso.
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