Columna de Juan Cristóbal Portales: Reconstruyendo las confianzas, los desafíos para la industria minera
En el horizonte de América Latina, la minería ha sido durante mucho tiempo un pilar fundamental en la economía y el progreso de la región. Los tiempos han cambiado, y el panorama para esta industria vital es más desafiante que nunca. Un estudio reciente realizado por el equipo de Deep Learning de LLYC, titulado “Una segunda oportunidad para la minería en LATAM: claves para reivindicar su historia”, y que analizó más de 1.4 millones de menciones en el ámbito digital, arroja resultados bien interesantes.
Si bien la minería ilegal se posiciona como el centro de atención a nivel LATAM, en el caso de Chile este fenómeno tiene menor fuerza por el alto grado de formalidad de la industria. Donde sí se produce una conversación relevante para nuestro país es respecto del potencial impacto negativo de la actividad en el medio ambiente. Y la responsabilidad en este caso se traslada tanto a la industria minera como al Estado. Desde el punto de vista de los esfuerzos privados, es indudable que la minería moderna en Chile ha hecho esfuerzos a nivel técnico para aprender de ellos, corregir y garantizar que la actividad sea ejecutada dentro de marcos regulatorios que garanticen la protección al medio ambiente, y en trabajar en estrategias ESG que suplan necesidades básicas en sus comunidades de influencia directa. Pero parece que estas prácticas aún no han sido suficientes para contrarrestar un estigma que se nutre de una agenda activista enfocada en no reconocer dicha evolución hacia prácticas responsables. Se trata de un activismo férreo, cerrado ante la posibilidad del diálogo, que no plantea alternativas, sino que se enfoca en perseguir proyecto a proyecto, buscando su inviabilidad, apalancando su discurso en la protección del medio ambiente. Un discurso muchas veces respaldado por agendas políticas locales que toman la causa antiminera como una bandera electoral, lo cual fortalece su poder de amplificación.
A esta percepción se suma un castigo proveniente principalmente desde los medios, hacia aquellas empresas mineras que presentan evidencia de conductas reprochables desde un punto de vista ambiental y social,. Pero también y de manera creciente, aquellas que establecen alianzas con China y Rusia para proyectos de inversión y extracción de minerales. Se pone en tela de juicio la ética de estas corporaciones mediante acusaciones relacionadas con asuntos legales complejos, que incluyen denuncias de omisión de intereses, violaciones de derechos y legislación indígena, así como actividades mineras ilegales. El estado también es visualizado como un actor responsable en materia de externalidad socio-ambientales negativas, principalmente desde su rol en el establecimiento de una estructura regulatoria y fiscalizadora efectiva y predecible.
Por otro lado, solo el 2% de la conversación se centra en la minería sostenible a pesar de su creciente importancia. Dentro de esta subtemática, apenas el 5 % tiene una asociación de sentimiento positivo, mayormente impulsada por la misma industria a través de su comunicación corporativa sobre resultados sociales, manifestaciones de sus planes de manejo ambiental y trabajo comunitario, planes de inversión, y potenciada por gremios a través de eventos sectoriales. Chile es el país en donde más conversación se genera al respecto, y en donde se trata de destacar un compromiso creciente de la industria con la minería responsable a través de numerosas reuniones y congresos centrados en este tema, como una plataforma para que las partes interesadas lo discutan. La otra característica potenciada por la industria frente a la sostenibilidad es la puesta en valor del impacto económico de la minería (13.9 % de las menciones), que si bien presenta data sobre los aportes al Estado, la generación de empleo e incluso en la disminución de la pobreza, mantiene el debate en un nivel técnico que no termina de conectar con el ciudadano de a pie, al que todavía le cuesta entender cuál es la relevancia de la actividad para su vida cotidiana. Surgen también de manera incipiente, temas como la gestión de residuos (5,1 % de las menciones), centrada en el aprovechamiento de relaves, y la recuperación ambiental (1,4 % de las menciones), enfocada en la mitigación de impactos, la reducción de la huella de carbono y la implementación de tecnologías, aunque también con un abordaje técnico y poco comprensible. Esto refleja una realidad aparente: la transmisión de mensajes positivos y enfocados en elementos clave como la sostenibilidad, está siendo discutida y replicada por el mismo círculo de influencia, sin generar impactos relevantes ni trascender en la sociedad. Son los mismos hablando con los mismos.
Pero aquí es donde se abre una oportunidad. En lugar de ver estos resultados como un veredicto final sobre la industria minera, debemos considerarlos como un llamado a la acción. El desafío es claro: debemos cambiar la narrativa, humanizar el discurso y salir del cliché de la sostenibilidad.
Uno de los factores más importantes es la vinculación con las personas; la industria no puede seguir comunicándose únicamente dentro de su esfera cerrada. Es hora de llegar a todos los públicos, incluidos los detractores. Es necesario mostrar de manera proactiva cómo la minería puede ser un motor para el desarrollo sostenible y responsable en América Latina.
Asimismo, la sostenibilidad no es solo un eslogan; es una necesidad urgente. La industria debe liderar la transformación hacia prácticas más sostenibles, minimizando su impacto ambiental y social. En este sentido, destacar los avances tecnológicos que permiten una extracción más limpia y segura de los recursos naturales es crucial.
Humanizar el discurso es otra pieza clave en este rompecabezas. La minería no es solo una actividad industrial; está compuesta por personas que trabajan arduamente para impulsar el crecimiento económico y mejorar la calidad de vida de las comunidades locales. Contemos sus historias, mostremos su compromiso con la responsabilidad y la innovación.
Para permear la conciencia colectiva de las comunidades con mensajes a favor de un proyecto minero no basta con transmitir la información una vez y por una única vía. Las compañías deben, además de amoldar su mensaje al lenguaje de sus audiencias, trasladarlo de manera sistemática a través de diversos canales para que la marca se convierta en parte de la cotidianidad de las personas. Un ecosistema amplio debe considerar lo más consumido por los grupos humanos, desde redes sociales y plataformas tecnológicas como las cadenas de Whatsapp hasta clásicos de la comunicación comunitaria que aún están vigentes para este sector como la radio, el perifoneo, las carteleras comunitarias, los periódicos locales, y todas las asociaciones que puedan vincular a la empresa con causas que conectan, como el deporte, el emprendimiento y la agricultura, entre muchas otras alternativas. La clave está en identificar el journey de las comunidades y penetrarlo de manera orgánica.
Para efectos de lidiar con las crecientes manifestaciones activistas y opositoras muchas veces sustentadas en un ambientalismo desinformado, es importante construir una consciencia colectiva que conecte a los recusos naturales con los productos y servicios que la actividad minera generan, de los cuales toda la sociedad se beneficia a diario. Es necesario impulsar dicha conexión desde la pedagogía y la promoción de la coherencia, resaltando que es justamente la minería moderna la mejor aliada de la gestión correcta de los ecosistemas y enfatizando que, por ejemplo, sin cobre no existiría la vida moderna tal y como la conocemos, gracias a su aporte al acceso a la electricidad, entre muchos otros aspectos.. En suma y con buenos argumentos bajo el brazo, la industria debe comenzar a implicarse en debates acerca de la transformación energética, el impulso al empleo formal y al emprendimiento o la gestión correcta del medio ambiente en escenarios de otros sectores, donde pueda mostrar cómo ha sido un ejemplo de verdadera evolución y trabajo en llave con comunidades y los gobiernos, del cual podrían aprender y beneficiarse muchos sectores que tienen problemáticas similares, pero posiblemente menos estigmatizadas. El campo de acción está listo. La industria ya ha entendido, corregido y aplicado cambios a nivel de gestión. Y también conoce las características y alcances de sus opositores. Ha llegado el momento de cambiar las reglas del juego y asumir el segundo tiempo como una oportunidad de reivindicar su historia desde la construcción de un nuevo y asertivo relato para comenzar a ganar, equilibrando la balanza hacia un escenario en el que la sociedad dimensione y comprenda el valor del sector minero, para que se le permita aportar como sabe hacerlo y el mundo necesita.
Por Juan Cristóbal Portales, Director General LLYC Chile.
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