Columna de Lucía Dammert: Lecciones de la guerra en Ecuador
La guerra como metáfora nos lleva a pensar que hay dos bandos claramente identificados. Uno de buenos donde estaría el Estado, las instituciones, la política y los ciudadanos y otro de malos donde están las organizaciones criminales o sus miembros a los que se debe combatir sin compasión. La guerra como realidad es mucho más compleja...
El presidente Noboa de Ecuador declaró que su país estaba en guerra. Luego de varios días de enfrentamientos armados, intentos de asaltos de hospitales y comisaria, la toma de un canal de televisión y de varias cárceles y asesinatos. Escenario de guerra en un lugar donde las cárceles son controladas por bandas que las utilizan para el desarrollo de diversas actividades criminales y batallas por el control del negocio. El 2021, 250 presos fueron asesinados en peleas entre bandas. Pero esta situación no es nueva, los últimos tres gobiernos han literalmente observado la construcción de verdaderas ciudades del crimen con presos que manejan las llaves de sus celdas, que se muestran abiertamente con celulares, cocinas, venta de comida, entre otros negocios.
Así, unos hacen como que están presos y otros hacen como que los vigilan. El 2021 la CIDH entregó un informe corroborando el nivel estructural de la crisis y los altos niveles de autogobierno de los detenidos. Mientras la violencia ocurría al interior de los recintos penales, el escándalo público era bastante medido y las señales de preocupación internacional más bien precarias. Pero como ha ocurrido en otros contextos, la violencia rápidamente se traslada a las calles esta vez vinculada con el rol clave de los puertos en el tráfico mundial de drogas que suma presencia de grupos criminales extranjeros. Sumada a la profusa debilidad estatal y los altos niveles de corrupción que permiten la construcción de múltiples mercados ilegales.
La guerra como metáfora nos lleva a pensar que hay dos bandos claramente identificados. Uno de buenos donde estaría el Estado, las instituciones, la política y los ciudadanos y otro de malos donde están las organizaciones criminales o sus miembros a los que se debe combatir sin compasión. La guerra como realidad es mucho más compleja, no es claro cuantos funcionarios públicos y actores privados han tenido relación con las organizaciones criminales que manejan el negocio de la droga. Tampoco es tan evidente la relación con la política. Los bandos podrían ser más flexibles de lo esperado.
¿Qué hacer para evitar un destino marcado por este tipo de coyunturas criminales? Lo primero es tener claro que no existen las recetas mágicas ni los destinos prefigurados, la situación de Ecuador cuenta con demasiados elementos específicos como para ser un destino inevitable para otros países latinoamericanos. Pero es indudable que hay al menos cinco lecciones que son claves: (i) abandonar el sistema penitenciario es un error garrafal. Las cárceles deben ser lugares de control, castigo y rehabilitación y no un contenedor gigante de gente sin control. (ii) la principal herramienta para la lucha contra los mercados ilegales es la cero tolerancia a la corrupción. Toda la evidencia muestra que cuando se relajan la cultura de la legalidad, la erosión de los controles sociales al dinero de criminales es rápida y transversal, (iii) la presencia de mercados ilegales trae abundancia de dinero negro que trata de entrar a la economía formal, poner énfasis en medidas que enfrenten esta situación es urgente, (iv) es fundamental tener una base de datos al día, que incluya todas las armas que hay en el país, sin eso las políticas de seguridad están ciegas, (v) un país que tiene miles, sino millones, de jóvenes en condiciones educativas, laborales y sanitarias precarizadas tarde o temprano enfrentará serios problemas de violencias y criminalidad. El crimen organizado se nutre de este ejercito de soldados dispuestos a morir en una guerra con tan poco sentido como su propia vida cotidiana, enfrentar estos temas estructurales tiene que ser parte de una respuesta seria.
La guerra tiene que ser un último recurso, no solo por las complejidades mencionadas previamente, sino también porque un escenario no muy lejano nos pone ante la posibilidad de perderla.