Columna de Macarena García: Crecer: ¿para ser libres o cautivos?

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Desde la Revolución Industrial del siglo XVIII que el crecimiento económico y la libertad personal son dos conceptos que están intrínsecamente relacionados.

El crecimiento económico, medido a través del Producto Interno Bruto, no es solo un indicador de la salud de una economía, sino también un reflejo de las oportunidades que se generan para las personas. Por tanto, dado que la libertad no solo se refiere a la capacidad de actuar según nuestra voluntad, sino que también implica la posibilidad de desarrollarnos plenamente como individuos y como sociedad, el crecimiento se convierte en un medio indispensable para alcanzar una mayor libertad.

El crecimiento económico, así entendido, es un objetivo que muchas naciones persiguen, y en el que -desde “ayer en la tarde”- tenemos acuerdo transversal. Sin embargo, este crecimiento no es un fin en sí mismo. Para que sea significativo, debe traducirse en mejoras en la calidad de vida de las personas, en desarrollo. Aquí es donde entra en juego la libertad. La libertad económica, que incluye la capacidad de emprender, invertir y comerciar, es esencial para fomentar un entorno donde las personas puedan prosperar. Cuando los individuos tienen la libertad de tomar decisiones sobre sus vidas y sus recursos, se genera un clima propicio para la innovación y el desarrollo, definiendo a la libertad como el motor imprescindible que impulsa este crecimiento.

Cuando hablamos de crecimiento, nos referimos a un aumento en la producción y el consumo de bienes y servicios, pero para lograr un desarrollo integral, que incluya a la educación, la salud, la infraestructura y el bienestar social.

Hasta aquí es claro que el crecimiento tiene por objetivo fomentar la libertad de las personas. Sin embargo, muchos “conversos de última hora” valoran ahora el crecimiento otorgándole un mero rol de proveedor de recursos para engrosar aún más el tamaño del Estado con el fin de generar una mayor dependencia de las personas respecto de los beneficios de las políticas públicas, incluso para su subsistencia, todo lo contrario a lo que entendemos por libertad. Entender el crecimiento solo desde esta última perspectiva, será insostenible en el tiempo, ya que ahogará todo incentivo a la superación individual, desalentando definitivamente el emprendimiento y la iniciativa privada.

Lo que debemos aspirar es a la libertad personal (capacidad de elegir cómo vivir, qué hacer y a quién amar, sin interferencias externas), libertad de expresión (posibilidad de expresar pensamientos, opiniones y creencias sin miedo a represalias), libertad económica (oportunidad de participar en actividades como trabajar, emprender o invertir, según sus propias decisiones), libertad política (capacidad de participar en la vida política, votar y ser parte de la toma de decisiones que afectan a la sociedad) y libertad social (posibilidad de relacionarse y asociarse con otras personas, eligiendo amistades y comunidades).

En conclusión, el crecimiento y la libertad son dos caras de la misma moneda. Para que uno prospere, el otro inevitablemente debe estar presente.

Por Macarena García, economista senior de Libertad y Desarrollo

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