Columna de María Cristina Escudero y Jaime Baeza: Un nuevo régimen de gobierno para Chile

Cámara discute Presupuesto 2022. 04 de noviembre

Sin el fortalecimiento del Congreso, el presidencialismo no puede cumplir con su esencia negociadora. Pero incluso, si hacemos este cambio, este tipo de sistema tiene pocos incentivos de colaboración entre el Ejecutivo y el Legislativo, aún cuando el Presidente tiene mayoría en el Congreso. Las y los parlamentarios siempre preferirán su carrera política a la del gobierno y hasta los más fieles en algún momento lo abandonan.



En el fragor de la multitud de noticias previas a una primera vuelta electoral, la Convención Constitucional comenzó la discusión para finalmente entrar en los puntos sustanciales que tendrá la próxima Carta Magna. Muchos académicos y activistas están agolpados para asistir a las audiencias y dar su parecer en una multiplicidad de temas. Entre estos, sin duda el régimen político acapara mucha atención. Para muchos, este es un tema casi tabú. No se puede tocar el actual presidencialismo porque lo dictaría la historia de Chile. El hecho de no poder elegir directamente a la o el Presidente sería una renuncia inaceptable.

Entre quienes defienden al presidencialismo, está la idea de que otro sistema como el parlamentarismo o el semipresidencialismo sería importar modelos de otras latitudes que no funcionan acá. La verdad es que nuestro presidencialismo, por casi dos siglos, es también traído de otras tierras, además de manera equivocada. El Presidente vino a reemplazar a la corona representada en quien estaba al mando de la Real Audiencia. Esto es justamente lo contrario a lo que se quería en el modelo norteamericano, donde siempre se pensó en un mandatario débil y en contrapeso con el poder legislativo.

Nada de eso ocurre en Chile. Para tener un verdadero contrapeso se necesitan tiempo y recursos. Tiempo para que sea más prolongada la discusión legislativa. Recursos porque para tener un Congreso realmente empoderado se necesitan verdaderos equipos asesores y equiparar en algo los recursos que tiene el poder ejecutivo como co-legislador. De lo contrario, ocurre lo que pasa en la actualidad. Es decir, un Congreso que tiene poder para obstaculizar y poco para proponer, con el consabido desprestigio. Sin el fortalecimiento del Congreso, el presidencialismo no puede cumplir con su esencia negociadora. Pero incluso, si hacemos este cambio, este tipo de sistema tiene pocos incentivos de colaboración entre el Ejecutivo y el Legislativo, aún cuando el Presidente tiene mayoría en el Congreso. Las y los parlamentarios siempre preferirán su carrera política a la del gobierno y hasta los más fieles en algún momento lo abandonan.

Un sistema parlamentario o semipresidencial, alinea la voluntad del parlamento con la del Primer Ministro/a. Es decir, el Ejecutivo es capaz de cumplir con su programa de gobierno. Por eso, este tipo de sistemas, tienen menos problemas de gobernabilidad que los presidencialismos. Hay voces que argumentan que sin partidos fuertes o con la fragmentación actual del sistema de partidos, el parlamentarismo o el semipresidencialismo son mala idea. Es justamente lo contrario. En primer lugar, los incentivos de estos sistemas son de coordinación para mantener un gobierno y, por lo tanto, generan más disciplina y más espíritu coalicional. Segundo, los parlamentarios/as que están en primera línea son pocos. Como el gobierno reside en el Congreso, incentiva la llegada de los mejores al Congreso (aquellos que en un sistema presidencial aspiran a ser ministros), y los parlamentarios sin funciones de gobierno, se concentran en sus actividades como representantes en el territorio y no como legisladores. Este modelo, tiene el potencial de mejorar la comunicación entre los representantes y las comunidades. Además, en términos económicos y procedimentales es más barato, directo y funcional.

Tercero, es interesante que no queramos entregarle la decisión de quién será Primer Ministro/a a un acuerdo amplio de fuerzas políticas, pero nos arriesguemos a la elección directa de líderes personalistas, sin respaldo en el Congreso y poca capacidad de gobernar. No es cierto, además que la ciudadanía al votar pierda su capacidad de decidir quién lo gobernará. La ciudadanía vota por parlamentarios/as, sabiendo que su voto favorece la opción de un determinado Primer Ministro/a. La historia latinoamericana demuestra que parte del problema del presidencialismo es el caudillismo y, en el caso de Chile, la aspiración de muchos es que el Presidente/a tenga poder real, es decir, que el poder se concentre en esa persona. Sin embargo, creemos que lo más importante es que sea el gobierno tenga ese poder real, pero despersonalizado, es decir, realmente fiscalizado por sus pares en el Congreso, como es en los sistemas parlamentarios o semipresidenciales, a través del voto de censura.

El régimen político no está escrito en piedra. La historia condiciona, pero no determina. Podemos acomodar un sistema que funcione a nuestra cultura histórica, especialmente considerando lo problemático que ha sido el presidencialismo en nuestros 200 años de historia. Este es un gran cambio, pero que puede traer una mejor democracia para el Chile del mañana. El sistema presidencial en Chile ha tenido muchas oportunidades, es el momento de intentar algo distinto.