Columna de María José Naudon: El destino de Aquiles
Por María José Naudon, abogada
“Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles…”. La célebre obertura de La Ilíada da cuenta de la ira del héroe y sus consecuencias. Pero el asunto es largamente más complejo. Agamenón ha arrancado de su tienda a Briseida, justa recompensa de guerra, molesto por la petición que el Pélida le ha hecho. No se trata de un conflicto romántico. La afrenta intolerable es el despojo, el abuso y la ignominia que conlleva. Aquiles ha ido a Troya en busca del honor y la gloria, y la ha perdido para quedarse con la vergüenza. Despechado y justamente dolido, decide no concurrir al campo de batalla. La reconciliación es imposible. ¿Cómo se soluciona el choque entre la autoridad política de la guerra y el ímpetu que la sostiene? Homero cambia el objeto de la ira de Aquiles. La muerte de su amigo Patroclo hace suya una guerra que le había sido ajena y le permite aceptar su propio fin.
Una vez más los clásicos se adentran en el fondo imperturbable de la naturaleza humana: Conflicto generacional, tríada abuso/humillación/indignación, desafección y, finalmente, reapropiación del conflicto y acción. Es difícil imaginar actualidad igual.
Tenemos a la cabeza del país un gobierno de ímpetu, con un énfasis generacional fuertísimo y que ha hecho de la indignación su motor y su fuerza. Esa cólera adquirió caracteres épicos durante la campaña presidencial y, como Aquiles, obtuvo éxito y gloria. Sin embargo, la realidad se ha encargado de las estocadas y las afrentas. La última: la llamada de la CAM a “organizar la resistencia armada”, los violentos ataques en el Biobío y la muerte de la periodista Francisca Sandoval. La épica del diálogo y la fuerza aglutinadora del discurso parecen no haber tenido el mismo efecto a la hora de gobernar. Tanta indignación y tan noble objetivo han carecido de método y cuando se difumina el destino, ya no hay gloria. Las encuestas dan cuenta de aquello.
Dos opciones plantean los clásicos: la primera, parapetarse. La segunda, cambiar de estrategia. Hasta hoy hemos visto más bien la primera. Una inacción revestida de mensajes equívocos. La entrevista a la ministra de Justicia es un ejemplo paradigmático. La tramitación del estado intermedio, otra. La conflictuada relación entre la necesidad de orden público y la gestión de Carabineros una temática continua. El problema es que el cambio de estrategia, al igual que en La Ilíada, trae aparejada la inminencia de la propia muerte. Abordar la violencia en el país supone alejarse de las narrativas de origen de la coalición gobernante, obliga a no llamar presos políticos a los que no los son, entender que los beneficios penitenciarios sí pueden transmitir mensajes y aceptar que el diálogo es parte del método y no es el objetivo. Lo anterior fuerza a distinguir entre quienes quieren dialogar y los que no. Con los primeros toca construir, con los segundos aplicar el legítimo uso de la fuerza. El gobierno no debe olvidar que la indignación puede ser constructiva o simplemente puede tomar forma de escándalo y obstinación. Para evitar la segunda se requiere distancia. Es imposible abordar la violencia sin cambiar la manera en que se ha autocomprendido la coalición de gobierno y liberándose de su autoimagen. “Ya sé que mi destino es perecer aquí, lejos de mi padre y de mi madre”, dice Aquiles antes de caer en la batalla y alcanzar la gloria. Que sirva de referencia.