Columna de María José Naudon: Entre La Moneda y la calle
Si hay algo a lo que el Frente Amplio presta atención es a lo simbólico. Es esta una preocupación atingente, pues lo simbólico es una forma imprescindible de narrar en la comunicación actual. Un símbolo es capaz de hacer patente mensajes subjetivos que permiten una interpretación más simple y sencilla de una realidad compleja. Por ejemplo, cuando el presidente aparece en cadena nacional rodeado con los símbolos patrios deja de ser el representante de un partido político o de una coalición y se muestra como un estadista. Lo mismo ocurre cuando se difunde la foto de Gabriel Boric e Irina Karamanos bailando cueca o cuando se enfatiza su pasión por la poesía. Ambas lo humanizan y transmiten sentimientos y emociones que forjan imágenes atractivas a los ojos ciudadanos. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, el aura generada se sostiene en la distancia que existe entre ellas y la realidad. Por eso estas imágenes, en apariencia naturales, son totalmente controladas. Y está muy bien que así lo sea. Sin embargo, lo simbólico, tan relevante para ciertos objetivos, también entraña riesgos, pues si no se articula adecuadamente forma y fondo el desfase resulta perjudicial.
El discurso del presidente Boric el 18 de octubre no queda fuera de esta lógica. Una observación detenida de la puesta en escena exhibía a un presidente dentro de la Moneda, pero con la calle a sus espaldas. Un escenario definido y estudiado sin duda alguna. Una primera interpretación podría afirmar que la imagen buscaba visibilizar una ciudad funcionando normalmente, en orden a transmitir que desde la Moneda se ejerce adecuadamente el poder y la situación país se encuentra bajo control. Sin embargo, esta imagen no articula bien la forma y el fondo. Los problemas de seguridad y orden público son percibidos por toda la ciudadanía como graves y descontrolados, por lo tanto, el desfase, como lo explicábamos anteriormente, impide este significado.
Una segunda interpretación, más coherente con el discurso, es la de un presidente a medias entre La Moneda y la calle. La imagen de Gabriel Boric es reveladora de las dos almas que conviven en su gobierno y que, tensionadas una y otra vez, conforman su más grande debilidad. Apruebo Dignidad representa la calle. Esa vocación vociferante, eje de un modo de hacer política que es propia de un líder estudiantil o sectorial y que se concreta en exigir. Por definición, esta lógica favorece causas o banderas y tiende a no observar la realidad como un todo, manifestando problemas a la hora de priorizar. Por otra parte, suele entender los problemas como el resultado de una élite corrupta y abusadora y no como un desafío colectivo y como consecuencia, se plantea desde una desdeñosa superioridad moral que impide muchas veces la revisión crítica de los asuntos. Es, en cierto sentido, casi lo opuesto a gobernar.
El socialismo democrático, representa La Moneda. Una vocación y una experiencia al servicio de un proyecto que se inserta en una historia y una tradición republicana. Acepta las renuncias como parte de una estrategia mayor, pues justamente la visión de conjunto obliga a evaluar permanentemente las estrategias y decisiones. Aun cuando muchos de ellos se hayan dejado seducir por la calle y sus líderes, hoy cumplen un rol distinto. Por esta razón, podemos o no compartir partes de su proyecto, pero las diferencia entre La Moneda y la calle son innegables.
El presidente representa el límite entre ambos y por tanto, se transforma en el único articulador posible. Sin embargo, como su corazón y su biografía están en la calle la ecuación resulta compleja. El discurso optó justamente por ese espacio intermedio y como consecuencia tuvo aciertos, pero también desaciertos y no termina por hacerse cargo de las responsabilidades, los giros y las necesidades. La alusión final relativa a la necesidad de tender puentes debería pensarse en dos dimensiones y la primera de ellas supone construirlos hacia adentro, porque si esto no es posible el presidente seguirá en ese espacio intermedio donde la acción se vuelve imposible.