Columna de María José Naudon: Geógrafos y exploradores en la Comisión Experta
El capítulo XV de la clásica obra El Principito de Saint Exupéry, presenta un iluminador diálogo entre el protagonista y uno de los habitantes de los planetas que recorre; un geógrafo. ¿Qué es un geógrafo? pregunta el Principito. Es un sabio que sabe dónde se encuentran los mares, los ríos, las ciudades, las montañas y los desiertos, responde el geógrafo. Asombrado, el protagonista exclama: ¿Cuántos océanos tiene su planeta? ¿Cuántas ciudades, ríos o desiertos? El geógrafo sorprendido responde: No puedo saberlo…¡¡pero usted es un geógrafo¡¡ exclama el Principito … a lo que él responde: Exactamente –pero no soy un explorador.
La distinción entre geógrafos y exploradores, realizada en el diálogo anterior, puede servir para acercarse al, a esta altura, “dilema de los expertos”, pues determina con claridad que estos pueden serlo por expertise o bien por experiencia. ¿Es el geógrafo un experto? Por supuesto que sí, y lo es en su escritorio y entre sus libros. ¿Es el explorador un experto? También, y lo es en relación con su práctica. Cuando hablamos de expertise lo hacemos en correspondencia con una habilidad o saber especial que, en el ámbito académico, se relaciona con el conocimiento científico, las publicaciones, menciones y reconocimiento de los pares. Cuando hablamos de experiencia, nos referimos, más bien, a un conocimiento empírico basado en la observación, en la pericia, en el aprendizaje y que se relaciona con la destreza, la maestría y la habilidad en algún área. ¿Es superior el geógrafo al explorador? No y, por el contrario, muchas veces el éxito de la tarea se alcanza amalgamando de modo correcto el saber de ambos.
Visto así, el Consejo de Expertos está compuesto también, salvo escasas e inexplicables excepciones, por geógrafos o exploradores (incluso algunos podrían ostentar ambos títulos) y caben, entonces, las mismas preguntas: ¿Es esto correcto? ¿Buscaba la “indiscutible trayectoria profesional, técnica o académica” dejar fuera la experiencia política, y basarse exclusivamente en un conocimiento de expertise? ¿Son superiores los académicos a los políticos? El asunto es complicado, pero resulta lógico pensar que despreciar per se la experiencia política es un error, porque será precisamente ésta la que logre articular las posiciones de los expertos, que por cierto también tienen postura política. Distinguir la experiencia política de los operadores políticos es fundamental, pues estos últimos no traen al Consejo su pericia y maestría, sino sus propios intereses.
Interesa ahora incorporar otra perspectiva fundamental en este asunto: la de la ciudadanía. Sabemos que frente al universo de posibilidades que se barajaron para la redacción del proyecto constitucional, ésta valoraba y sigue valorando la labor experta. Pero ¿qué es para la ciudadanía un experto? Es difícil pensar que el concepto refiera a una suerte de vírgenes vestales impolutas y desafectadas de toda vinculación terrenal; por el contrario, parece más plausible que un experto opere, en este caso, como antónimo a la ex Convención y a los ex convencionales. Los excesos, la falta de seriedad y sobre todo el diálogo de sordos es parte de lo rechazado y parte de los que se busca evitar con los expertos. Para la ciudadanía el experto supondría entonces, una amalgama virtuosa entre trayectoria, seriedad y capacidad de escucha.
En este contexto, muchas de las críticas parecen estar motivadas por otros criterios, entre ellos una suerte de “superioridad moral intelectual” de la que debemos alejarnos con fuerza y la insatisfacción con el proceso que se inicia. Corresponde hacerse cargo y colaborar decididamente para lograr una nueva y buena Constitución que no será, por cierto, la panacea, pero que requiere de una legitimidad suficiente como para cerrar un capítulo y hacernos cargo de los que vienen.
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