Columna de María José Naudon: La “batalla cultural” y la derecha

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Foto: Andrés Pérez.


En el complejo entramado de la sociedad moderna, la cultura emerge como un campo donde se dirimen visiones de mundo y proyectos de sociedad. La izquierda y la derecha han encontrado en ella un escenario para la confrontación de sus posiciones y hoy, una y otra vez, se hace referencia a la “batalla cultural”, entendida esta como la necesidad de definir una identidad y desarrollar, en concordancia con ella, una estrategia para promover cambios o bien resistirlos.

El eje de este proceso es la enunciación de un “nosotros”. Un desafío enorme, que aparece lleno de tentaciones para izquierdas y derechas. Para esta última, tres parecen ser especialmente relevantes. La primera, es ignorar su importancia; la segunda es reducirla a una mirada economicista y la tercera es llevarla a un registro religioso.

1.- Los grandes procesos sociales y culturales de nuestro tiempo no parecen prioritarios para parte de la derecha. Cautelosos frente a los cambios disruptivos y las nuevas estructuras, parecen olvidar que la mejor manera de defender la política es entender su verdadera naturaleza. Esta exige un razonamiento que no sigue una lógica lineal y deductiva, sino que se enfrenta a situaciones de gran ambigüedad e incertidumbre. En este contexto, la comprensión y valoración de los cambios y procesos sociales son fundamentales, ya que permiten la correcta decodificación del entorno en el que se toman las decisiones políticas.

2.- El segundo riesgo consiste en reducir los desafíos políticos a dimensiones puramente económicas. Esta visión concibe lo cultural como una mera disputa intelectual sobre los sistemas económicos y sus efectos, desconsiderando los hábitos, usos, costumbres y valores que subyacen a la conducta humana. El ser humano busca bienestar económico, pero también necesita reconocimiento, sentido de pertenencia, realización personal y conexión emocional. Equivocadamente, este enfoque suele rendirse a la tecnocracia, donde se privilegia la expertise técnica y la peligrosa tendencia despolitizante.

3.- El tercer riesgo puede expresarse en dos dimensiones. Por una parte, se presenta como la imposibilidad de transformar las identidades religiosas en identidades políticas funcionales, basadas en valores compartidos. Esta postura, sin ser necesariamente integrista, omite la gestión del disenso inherente a la política. Por otro lado, se manifiesta en confundir los valores conservadores con expresiones antidemocráticas, excluyendo visiones perfectamente válidas en el juego político participativo.

Reflexionar sobre estos sesgos puede ser útil en varias dimensiones. Primero, permite evaluar correctamente las fortalezas y los errores cometidos proyectando, de manera distinta, un futuro gobierno. Por ejemplo, analizar el estallido social incorporando los complejos procesos sociales y culturales subyacentes tiene mucho más rendimiento que atribuirlo, exclusivamente, a la violencia orquestada o a la desaceleración económica; desentrañar el sentido profundo de las mayorías electorales, permite evitar las estrategias cortoplacistas de conexión con la ciudadanía y la construcción de relatos carentes de profundidad y fuerza narrativa. Segundo, y este es probablemente el mayor desafío, permite la valoración de la diversidad en la derecha y al mismo tiempo establece límites que no pueden cruzarse. Es imprescindible que en una coalición puedan coexistir un espectro de posiciones más liberales y otras más conservadoras, pero es igualmente imperioso que el progresismo acrítico, el inmovilismo, el integrismo, la vociferencia y la intolerancia a la diversidad deban excluirse de cualquier proyecto que aspire a ser exitoso.

Por María José Naudon, decana Facultad de Gobierno, UAI.