Columna de María José Naudon: La “izquierdita cobarde”
Un nuevo juego de espejos; así podríamos calificar la última entrevista del diputado Gonzalo Winter. Acusaciones de renuncia, batalla ideológica, desdén a los acuerdos, falta de identidad, demiurgos de las necesidades del pueblo, disputas ideológicas, blancos y negros. El mismo discurso con el que se acusaba, dentro y fuera de Chile, a la “derechita cobarde”.
Y vamos por parte. El gobierno, afirma Winter, ha cometido el error de perder el objetivo embelesado por los acuerdos. Olvida que no hay cambios viables sin mayorías y que, aunque le cueste aceptarlo, sus propuestas reformistas, sus retroexcavadoras y sus refundaciones fueron lapidadas en las urnas en septiembre de 2022. Los acuerdos, en esto acierta, no tienen valor en sí mismos sino en cuanto son la forma de viabilizar los avances y cambios sociales en sociedades plurales y complejas. Winter confunde (no es el único) negociar con perder la identidad y olvida que es justamente lo contrario; se negocia (mejor llamémosle así) desde la identidad, y con esa claridad puede determinarse lo que es transable y lo que no.
El problema no es, como plantea Winter, que “los partidos de izquierda hayan fallado en su rol de dar una disputa política e ideológica”, sino que nunca hubo reflexión respecto del ejercicio del poder. Todo se articulaba en la crítica desmedida, en la vociferación sin exigencias, en la superioridad moral y en el desconocimiento de los últimos 30 años. Nada de eso es válido hoy. El Chile preestallido no fue la única causa del estallido como argumenta Winter. Lo fueron también la validación de la violencia, la intolerancia, la superioridad moral, la falta de contención. Los cambios y reformas eran y son necesarios, por cierto, pero lo que es claro es que los chilenos no estamos dispuestos a cualquier cambio y menos a cualquier precio. Y el del estallido fue demasiado alto.
Por esta razón, haría bien el diputado Winter en preguntarse si sus convicciones sobre la reforma de pensiones, por ejemplo, han pasado por preguntas básicas como ¿es efectiva la reforma planteada para el objetivo de mejorar las pensiones en el largo plazo?¿por qué los chilenos prefieren que el 6% vaya a sus cuentas individuales? Su argumentación adolece de simplificación, ignora la posibilidad de que sus ideas no sean bien recibida por los ciudadanos y lo que es peor confunde, deliberadamente, mentira, opinión y error. Suenan sus afirmaciones a esas discusiones bizantinas donde la expresión “no me estás entendiendo” requiere ser reemplazada por “si te entiendo, pero no lo comparto”.
El mismo problema ocurre cuando, para fortalecer su argumento, trae a colación a Milei. Es verdad que el presidente argentino se ha referido a la batalla cultural, y la ha tomado como bandera. Pero también es cierto que la crisis argentina, generada por el peronismo, había creado las condiciones para que esto fuera posible y ha llevado la situación a un lugar donde más que adherir a una batalla cultural, los argentinos han apostado por la última opción disponible. Cuando todo se va al carajo, las opciones también.
Esta misma amnesia selectiva parece operar en sus dos “llamados de atención a la derecha”.
El diputado Winter resalta con insistencia los gestos de grandeza del presidente y la constante humillación y degradación que, según él, la derecha le inflige. Todo esto mientras sugiere que la oposición está enviando un mensaje equivocado con su comportamiento. Desconcertante, al menos. No ha existido una oposición tan brutal como la que ellos mismos lideraron y ojo, que los excesos han sido reconocidos por el mismo Presidente Boric. No se trata de empatar, pero tampoco de negar la realidad.
Amparado en una “autocrítica” a los partidos del Frente Amplio (y a sí mismo) Winter termina cuestionando, aunque lo niegue, la coherencia del liderazgo de Gabriel Boric. La evaluación de las palabras del Presidente en el funeral de Sebastián Piñera, cuyo resultado evalúa como “espantoso”, bastan para entender que la tarea de presidir el gobierno y las responsabilidades, renuncias y aprendizajes del mismo, son para Winter un costo demasiado alto. Su vocación de vociferante es tan fuerte, que autoriza a la deslealtad, no tiene conciencia de oportunidad y lo que es peor, está demasiado lejos del concepto y la responsabilidad de una coalición gobernante. En resumen, Winter encarna un voluntarismo alarmante que, en su análisis, tampoco ha examinado si la corrupción, banalidad, desprolijidad y falta de coherencia de los suyos han influido en el fenómeno que describe. Más que una ausencia de ideología, la realidad muestra un exceso de la misma, y con ello estancamiento, desconfianza y enormes dificultades para gobernar. Todo un cóctel cuyo resultado es fácil y dramáticamente predecible. Ojalá la “otra” izquierda sepa resistir.