Columna de María José Naudon: La negociación
Por María José Naudon, abogada
El debate constituyente sigue moviendo las aguas en el país y las interpretaciones del resultado abundan. Una particularmente interesante plantea que la propuesta rechazada mantenía como sustrato narrativo el plebiscito del sí y el no. El 4 de septiembre esto habría sido objetado y en cierto sentido superado, vislumbrándose el surgimiento de un naciente espacio entre los extremos rechazados. Un terreno, en el centro, que podría transformarse en un nuevo lugar de hacer política y que sin duda requiere lógicas algo distintas de aquellas a las que hemos adscrito.
Por otra parte, los ideales de una sociedad abierta han reemplazado hoy las creencias y los objetivos comunes, haciendo inevitable tanto una cierta atomización del espectro político como el fortalecimiento de grupos recalcitrantes y extremistas. Ejemplos en el mundo sobran.
Ambos fenómenos parecen reivindicar la relevancia de la negociación. Esta estrategia aspira a conseguir acuerdos sobre la base de intercambios que “presuponen” las controversias e intereses diversos, en lugar de intentar su anulación. Cuando negociamos, lo hacemos sabiendo que para ganar tenemos que perder. Ello exige entender no solo lo que la otra parte quiere, sino tener muy claros los objetivos de largo plazo, conocer las fortalezas y debilidades propias y de quien se tiene en frente. En este ejercicio se lleva el disenso a niveles tolerables con miras a la construcción transparente de un espacio de discusión común y de contraprestaciones recíprocas. Y si bien el consenso emana de la negociación, enfatizar uno u otro no es baladí.
La negociación puede ser el camino para asentar y fortalecer el centro, pero requerimos de nuevos liderazgos que dejen de arrastrar el pasado sobre sus espaldas o bien, dejen de entenderse como demiurgos del futuro para poder sentarse a la mesa con libertad. Parte de la izquierda ya lo hizo al cruzar a la ribera del Rechazo. En la derecha, liderazgos como el del senador Macaya dan luces de una derecha que no se agota en lo liberal, sino que aspira a sentirse “liberada” de sus lógicas tradicionales y sus fantasmas para construir una identidad que permita dar la mano públicamente a quienes piensan distinto, justamente porque no aspiramos a ser iguales, sino a vivir sinérgicamente nuestras diferencias.
El éxito de este nuevo ciclo constituyente demanda abandonar la perspectiva militante, comprendiendo que la contundencia del resultado es elocuente e inapropiable, pero no apunta a perpetuar el orden actual. Si el precio a pagar es que se le tilde de traición, bienvenido sea. Si el giro obliga a desplegarse para explicar a las bases y, en definitiva, fuerza a pagar los costos de cortar con la derecha (o izquierda) obstinada e intransigente, bienvenido sea. De la misma manera, resulta imperioso aprender de los errores y dar certezas a la ciudadanía.
Chile Vamos ha marcado sus énfasis y ha continuado en la ruta de cumplir los compromisos acordados. El oficialismo ha hecho lo suyo. Visto así, las negociaciones en torno al proceso constituyente podrían acercarse a buen destino y quizá, contrario a lo que parece, el camino para comenzar a reivindicar la política sea más cercano a la negociación que al consenso.