Columna de María José Naudon: Lo universal de la Navidad
Un Cuento de Navidad no es solo una historia sobre un hombre que cambia; es una alegoría sobre la capacidad humana de transformar nuestras realidades, no solo individuales, sino también colectivas.
En las últimas semanas, la Navidad ha comenzado a transformar los paisajes urbanos.
Sin importar dónde, las luces, los mercados y las tradiciones salen a las calles impregnándonos de un “espíritu navideño” que trasciende las fronteras.
Este fenómeno encuentra resonancias en festividades de diversas religiones y tradiciones durante otras épocas del año. Hanukkah en el judaísmo, el Diwali en el hinduismo, o el Ramadán en el islam. Cada una de ellas, aunque diversa en origen y prácticas, comparte el deseo universal de buscar paz, fortalecer los lazos comunitarios y renovar la esperanza, recordándonos que, más allá de las diferencias, la humanidad comparte aspiraciones comunes.
Charles Dickens, en Cuento de Navidad, ilustra magistralmente esta idea a través del personaje de Ebenezer Scrooge, un hombre atrapado por el miedo y la indiferencia, que finalmente redescubre el poder transformador de la empatía y la generosidad. Su visión del mundo está profundamente marcada por la desconfianza y un rechazo hacia todo aquello que no encaje con su rígida lógica emocional y racional. Para Scrooge, la Navidad no es más que una frivolidad innecesaria, una distracción de lo que él considera verdaderamente importante.
Sin embargo, el viaje que emprende a través de los fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura lo confronta con una verdad ineludible: su miedo al otro, a lo diferente, no solo lo ha aislado, sino que también le ha arrebatado la alegría y el propósito que surge de la conexión humana. En este proceso de confrontación con su propia indiferencia, Scrooge no solo emprende una profunda transformación personal, sino impacta la vida de quienes lo rodean, demostrando cómo el cambio individual puede irradiar y modificar dinámicas sociales previamente marcadas por la apatía.
La evolución de Scrooge, como destaca el título de la obra, ocurre precisamente en Navidad porque está profundamente vinculada a los valores representados en el nacimiento de Jesús: la compasión, el perdón y el amor a los demás. Scrooge, al redimirse, encarna esa renovación necesaria de la que no debemos privarnos jamás. Por eso, esta historia, aunque escrita en el siglo XIX, es profundamente actual. La Navidad sigue siendo una invitación, tanto para quienes son religiosos como para quienes no lo son, a reflexionar sobre valores universales, esenciales y profundamente humanos. Estos valores nos resguardan del ahogo de lo material, de un mal entendido laicismo y de la peligrosa tendencia a olvidar que lo humano también es espiritual.
Un Cuento de Navidad no es solo una historia sobre un hombre que cambia; es una alegoría sobre la capacidad humana de transformar nuestras realidades, no solo individuales, sino también colectivas. Y aunque todo esto pueda sonar a buenismo o pacatería, no lo es. Scrooge no cambia por arte de magia, sino por una decisión que también es pragmática. Un compromiso activo y responsable que nace, por una parte, de la conciencia de que sus elecciones pasadas lo alejaron de la felicidad y, por otra, del miedo a la soledad absoluta y un final sin significado. Al igual que lo hacía Dante, con siglos de antelación, Dickens saca a Scrooge de la “selva oscura”. Nosotros, individualmente y como sociedad, también podemos hacerlo.
Por María José Naudon, decana de la Escuela de Gobierno de la UAI.