Columna de Moisés Naím: La comunidad internacional gana una…
La fragmentación del ámbito internacional ha aumentado, haciendo así cada vez más difícil la cooperación.
En la fatídica mañana del 6 de agosto de 1945, Estados Unidos detonó una bomba que destruyó la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después, lo mismo pasó en Nagasaki. El imperio japonés entendió que, de no rendirse, su territorio sería devastado. Así, 24 días después del bombardeo de Nagasaki, el emperador firmó la rendición incondicional de su país.
En ese entonces, solo Estados Unidos contaba con bombas atómicas. Pero la suposición generalizada era que ese monopolio no iba a durar mucho tiempo. Inevitablemente, otros países desarrollarían la tecnología necesaria para producir y usar armas nucleares. La proliferación nuclear era imposible de contener, mantenían los expertos. Pensaron que cuando muchos países llegarán a contar con esas armas, eventualmente alguno las usaría. Hasta hoy, eso no ha ocurrido.
Ocho décadas después de Hiroshima y Nagasaki, sólo nueve países cuentan actualmente con armas nucleares. Este es, quizás, el logro más menospreciado de estos 80 años y es el logro de una entidad eternamente desdeñada y ferozmente criticada: la “Comunidad Internacional”.
En realidad, tal cosa nunca ha existido. Lo que sí existió, y sigue existiendo hoy en día, es un acuerdo formal a través del cual las mayores potencias del planeta se comprometen a limitar asiduamente la transmisión de tecnología nuclear, y a acordar y limitar sus arsenales. Y eso se logró en gran medida gracias a “la comunidad internacional”, es decir, un grupo de países que se ponen de acuerdo para trabajar juntos y alcanzar metas que solos no lograrían.
Contener la proliferación no fue fácil y poco después de 1945, además de EE.UU., la Unión Soviética (ahora Rusia), Reino Unido, Francia y China se convirtieron en lo que se conoce como potencias nucleares. Una camada más reciente incluyó a India, Pakistán y Corea del Norte. Aunque no ha habido un reconocimiento formal por parte de Israel, la suposición general es que, en efecto, este país tiene un número significativo de armas nucleares.
Lo que se llamó el “régimen de no-proliferación” fue un aspecto importante en estabilizar la balanza estratégica del mundo. Se organizó en torno al Tratado de No Proliferación (TNP) firmado el primero de julio de 1968, que comprometía a todos sus firmantes a tomar medidas para evitar la proliferación de armas nucleares a nuevos países.
Muchos países que habían gastado sumas ingentes en programas oficiales para desarrollar sus propias armas nucleares desistieron de ellas: Brasil, Argentina, Libia y la Sudáfrica del apartheid se encuentran entre los casos más notables. Prefirieron acceder al TNP y desactivar sus programas. Eso muchos lo saben, pero pocos sospechan que países neutros en Europa como Suiza y Suecia activamente estudiaron la posibilidad de desarrollar sus propias armas nucleares en los años 50 y 60, pero no lo hicieron, en parte, bajo la presión del nuevo régimen de No Proliferación.
A pesar de sus éxitos, el régimen de No Proliferación está hoy más débil que nunca. La fragmentación del ámbito internacional ha aumentado, haciendo así cada vez más difícil la cooperación internacional. La República Islámica de Irán, por ejemplo, anhela tener un arma que eternice a la dictadura teocrática en el poder, y le dé paridad con Israel.
Irán está rodeado de vecinos con los que no se lleva bien, incluyendo la muy rica pero muy difícilmente gobernada Arabia Saudita. Para la casa de Al Saud, la idea de tener que subsistir a pocos kilómetros de una teocracia chiita con armas nucleares es sencillamente insoportable: la presión para que Arabia Saudita también cuente con un arma nuclear se haría abrumadora. Además, si Irán y Arabia Saudita cuentan con armas nucleares, el gobierno de Turquía también se vería presionado a contar con este armamento. Con cuatro potencias nucleares todas tan cerca y enemistadas entre sí, los riesgos de caer en una tragedia inimaginable son enormes.
Además, el peligro de la proliferación ha adquirido nuevas características y nuevos protagonistas. Quienes se ocupan de este tema mantienen que el riesgo no es solamente que un gobierno con armas nucleares a su disposición las use. También existe el creciente riesgo de que actores malignos, actuando por su cuenta, logren ponerle la mano a un arma nuclear. Terroristas, narcotraficantes, traficantes de armas, rebeldes de todo tipo, tendrían muy buenas razones para buscar armas de este tipo. Se trata de amenazas que no existían cuando los únicos protagonistas eran los Estados.
Las décadas en las cuales no se han usado armas nucleares en conflictos armados han sido un gran logro de la humanidad. Ninguna excusa será suficientemente aceptable el día que se usen estas devastadoras armas. La proliferación nuclear sigue representando una de las mayores amenazas en contra de la humanidad. Es necesario darle la prioridad que se merece.