Columna de Natalia Piergentili: Niños trans y la izquierda. No a los dogmas. Es tiempo de hacernos preguntas
Uno de los valores más preciados que tenemos los seres humanos es la posibilidad de cuestionar, de hacernos preguntas, de analizar y buscar evidencia para entender los nuevos fenómenos que nos inquietan. La duda siempre contribuye a la búsqueda de mejores respuestas y es un imperativo cuando tiene que ver con la infancia.
Pero de un tiempo a esta parte, mi sector político, la izquierda, parece estar atrapada en verdades absolutas, en consignas incuestionables, en la voz autorizada solo de los activistas y en el peligro de funa (a la que me arriesgo) si es que algo de lo “sagradamente afirmado” nos parece que debe debatirse.
Ejemplo de esto es lo que ocurre a mi juicio en el caso de la disforia de género en niños, niñas y adolescentes (NNA), donde no se está permitiendo dudar, ya que el modelo de intervención que se aplica en la actualidad se basa solo en la autodeclaración de NNA para comenzar, sin mediar análisis exhaustivos, una terapia hormonal, en algunos casos también quirúrgica. Ante eso mi primera duda es, ¿estamos seguros que basta una autodeclaración para asumir que algo es una verdad cierta e inmutable?
Uno de los países más avanzados en esta materia fue Inglaterra, país que, a propósito de la masificación en la entrega de hormonas a menores de edad con casos de desistimiento mediante, pidió un estudio a la especialista Hilary Cass quien, luego de cuatro años de análisis, concluyó que: “Los tratamientos en niños con incongruencia de género se han sustentado en evidencia poco sólida, estudios de mala calidad, con efectos secundarios que superan los beneficios. Afectando a un grupo vulnerable con infancias traumáticas y problemas de salud mental, que van más allá del género, y que deben ser tratados por especialistas”.
Este estudio sin duda nos da la posibilidad de hacernos preguntas y de abrir un debate hacia otras formas de abordar el tema, como por ejemplo: A través de intervenciones psicosociales ex ante, no con el fin de intentar cambiar cómo el NNA se percibe, sino para explorar sus inquietudes, darles espacios para reflexionar acerca de sus búsquedas y su identidad, junto con aliviar su angustia, independiente de si luego opta por la vía médica, tomando en cuenta que un diagnóstico de disforia en la infancia no es predictivo de que permanezca en el tiempo. De hecho, en el caso de Chile, la presidenta de la Sociedad de Endocrinología argumentó hace algunos años que entre el 80% al 95% de los niños que declaran tener disforia desisten durante la pubertad y es apenas una minoría la que continua en el camino de transición de género.
En tiempos donde es recurrente hablar sobre la protección a la infancia, donde les pedimos a los jóvenes carnet de identidad para comprar alcohol, donde no pueden fumar, no pueden usar celulares en los colegios, ni son imputables penalmente; en paralelo, desde el Estado se autoriza a que tomen definiciones como la transición de genero antes de los 18 años. Mientras, a sus padres se les cuestiona, se les juzga, y se les presiona catalogándolos de “resistentes” por no querer avanzar con premura en la transición de género de sus hijos.
En Chile, en solo dos años, más de 4.000 niños habrán sido atendidos por disforia de género, a pesar de la falta de consenso en la comunidad médico-científica y el retroceso en varios países europeos sobre aplicar tratamientos antes de los 18 años.
La ideología es sin duda un lugar desde donde nos situamos para ver e interpretar el mundo, mas no puede ser un espacio para la construcción de verdades absolutas. Es tiempo de detener la vorágine de consignas en ciertos temas y tomar con responsabilidad la nueva información experta con la que contamos, no para desestimar -insisto- en este caso la existencia de NNA trans, sino para que el cuidado, las libertades personales y la protección de la infancia se desplieguen tomando en cuenta la mayor cantidad de opiniones y no solo las de algunos. No podemos aceptar que quienes plantean la revisión de ciertas políticas públicas sean tildados de negacionistas, resistentes o sean simplemente cancelados. La izquierda que se basa en los valores universalistas debe primar al tribalismo que amenaza con hacer perder el foco a la política progresista volviéndola en algunos casos absolutista, dogmática e irreflexiva.