Columna de Pablo Ortúzar: Adiós Castro, Allende y Chávez

Venezuela's President Nicolas Maduro meets members of the Supreme Court of Justice, in Caracas


Hugo Chávez siempre se comparó con Salvador Allende, a quien admiraba, aun cuando consideraba algo ingenuo el proyecto de la Unidad Popular. El año 2011, en un discurso en la Academia Militar en Caracas, el entonces Presidente de Venezuela destacaba que Allende había terminado siendo su propio soldado para defender la revolución chilena, pero que, por fortuna, la revolución “bolivariana y socialista” contaba con verdaderos soldados para sostenerse. Reproducía así el juicio final de Fidel Castro respecto del proceso chileno, al que juzgaba titubeante en sus convicciones revolucionarias, así como débil de armas. Chávez, a diferencia de Allende, era un buen alumno de Castro, listo para fijar precios, expropiar y estatizar a punta de fusil. La revolución bolivariana no sufría el riesgo de ser abortada por el Ejército, ya que sería liderada por él.

Castro y Chávez, por cierto, tenían razón en algo: la fuerza le permitió al régimen venezolano desplegar un programa similar al de la UP sin gran temor a un golpe militar. Sin embargo, eso no impidió que la economía y la sociedad venezolanas terminaran sufriendo los mismos males que aquejaron al gobierno de Allende: inflación, escasez, falta de inversión, mercados negros, inoperancia, corrupción, estancamiento, violencia y auge del crimen organizado. La riqueza del petróleo y el temor a los fusiles hicieron de la revolución bolivariana un desastre chileno en cámara lenta, pero no generaron resultados sustantivos diferentes. Al final, ya que las armas las controlaba el régimen, los venezolanos tuvieron que optar por irse ellos en vez de echar a los jerarcas: en 10 años, desde 2014 a 2024, casi ocho millones de venezolanos han dejado su país para reubicarse principalmente en otras naciones sudamericanas. Un número sólo superado en el presente por los desplazados de la guerra civil en Siria.

La primera lección relevante del caso es, entonces, que carecer de armas no fue el único problema de la Unidad Popular. Pinochet no es todo lo que derribó a Allende. Hay algo profundamente viciado en los programas estatistas de la izquierda radical latinoamericana, incluyendo la propuesta constitucional de la Convención chilena, que merece atención: tienen una relación perversa con el Estado, que sueñan y prometen convertir en vehículo de progreso, justicia y racionalización, pero terminan usando como piñata, botín y puñal de atracador. En vez de mejorar el aparato público, se lo apropian, la forma más baja de privatización, y lo degradan. En segundo lugar, parece claro que hacer una diferencia tajante entre Chávez y Maduro, el clásico cuento del revolucionario bueno y malo, orientado a mantener vivo “el ideal”, no tiene sentido: Maduro ha cosechado lo que Chávez sembró. Llegó a barrer después de la fiesta petrolera, nada más. Y ahora que a la revolución no le queda ni una mata de zanahoria, ha decidido gobernar simplemente por el garrote, asociándose incluso con bandas criminales, y rematando lo que queda del país a Irán, Rusia y China.

Luego, un Maduro arrinconado, robándose las ya dudosas elecciones y amenazando de muerte a la población civil de su país era un desenlace más que esperable para un desastre que comenzó mucho antes, pero que sólo ahora algunos líderes de izquierda, presionados principalmente por la crisis migratoria en cada uno de sus países, se atreven a reconocer. Basta mirar la distribución de los venezolanos desplazados para saber qué líderes de la región se mostrarán exigentes frente al fraude electoral.

Tal es el caso en Chile, por cierto. Pero lo que el Presidente Boric quisiera tratar como un simple desacuerdo en materia internacional con el partido más grande de su coalición de gobierno, el Comunista, tiene consecuencias profundas. El ocaso y deslegitimación final de la tiranía venezolana es también el del ideal revolucionario latinoamericano en todas sus diferentes “vías”, incluyendo la del rechazado proyecto constitucional que el propio Boric apoyó. Involucra el entierro definitivo de Castro, Allende y Chávez. Es lo que los comunistas chilenos y los académicos desaliñados y mal envejecidos del Podemos español ven y temen. La orfandad, así como la libertad para no seguir tropezando para siempre con la misma piedra hasta terminar adorando el tropiezo.

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