Columna de Pablo Ortúzar: Fuego camina conmigo


EVELYN MATTHEI CONFIRMÓ QUE NO IRÁ A LA REELECCIÓN
EVELYN MATTHEI FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Matthei, sin duda, necesita conectar con el ideal republicano a la Cincinato. Y eso es incompatible con la derecha “sin complejos” que tiene poco respeto por la sociedad civil, que carece de toda reflexión sociológica y que ve todo ideológicamente en blanco y negro.



La candidata mejor posicionada para las elecciones presidenciales es hoy, por lejos, Evelyn Matthei. Eso pone a la centroderecha nuevamente ante la posibilidad de asumir el gobierno del Estado chileno por cuatro años. Las dos veces anteriores, más allá de sus grandes méritos en gestión, dicha empresa terminó con reveses políticos brutales: luego del primer gobierno de Sebastián Piñera, malherido por las protestas, asumió Michelle Bachelet con mayoría en el Congreso, el Partido Comunista de copiloto y una agenda de reformas inspiradas en El Otro Modelo, de Fernando Atria -e instaladas por agentes frenteamplistas repartidos en los ministerios- que todavía tienen al país a medio morir saltando.

El segundo gobierno de Piñera, lo sabemos, fue arrasado hace casi cinco años, un 18 de octubre. La crisis social fue aprovechada al milímetro por una izquierda poco leal con la República para acumular todo el poder posible, siendo sólo la ambición desmedida y los desacuerdos estratégicos entre sus facciones lo que les amagó establecer una Constitución a su exclusiva pinta. Pero, con todo, el premio de consuelo fue la Presidencia de Gabriel Boric, líder del Frente Amplio y dirigente de las protestas del 2011, que bien podría haber sido la de Daniel Jadue.

¿Qué garantiza que una nueva presidencia de centroderecha no termine otra vez en un revés político? Nada. Lo lógico es pensar que si hacen lo mismo, obtendrán los mismos resultados. La derecha “sin complejos” -la de Marcela Cubillos y Johannes Kaiser- ha llegado a la misma conclusión, y su propuesta es que ha sido la falta de radicalidad la que hundió los gobiernos de Piñera. La tibieza frente a una izquierda que viene por todo y por todos, y que debe ser enfrentada sin concesiones.

¿Pero en qué faltaría radicalidad? Mirando los últimos 15 años, se ve que ha sido un actuar “sin complejos” en ciertos momentos lo que más ha ayudado a sucumbir a los gobiernos de centroderecha. Por ejemplo, el camino hacia la cima del poder del Frente Amplio fue cincelado a lumazos. El movimiento estudiantil estaba muy desgastado luego de meses de movilización invernal, cuando Interior sopló sobre las llamas un 4 de agosto de 2011 no autorizando marchas y realizando el despliegue policial más aparatoso visto hasta ese momento. Esa tarde fueron los primeros cacerolazos masivos en Santiago. Ahí se prendieron las luces de la pista de aterrizaje de Bachelet II. Luego, el estallido de octubre de 2019 fue precedido por una represión más o menos equivalente a otra marcha no autorizada, esta vez convocada por la CUT y la famosa y fugaz Mesa de Unidad Social, el 5 de septiembre del mismo año. Esa protesta termina con serios enfrentamientos entre secundarios del Instituto Nacional y policías. Secundarios que comenzarán con la táctica de saltarse los torniquetes un mes después, la que fue respondida -tal como esperaban los movilizados- con fuertes medidas represivas al interior de las estaciones.

Una y otra vez, organizaciones radicales minúsculas han logrado victimizarse y poner de su lado a la mayoría social en momentos decisivos, utilizando en contra de los gobiernos de derecha su propia torpeza política y represiva. No faltaría radicalidad en ese ámbito, entonces, sino mesura y pragmatismo: la centroderecha tiene que aprender a no tirarse encima a todo el mundo. Si faltara radicalidad en algo sería en el compromiso social: en el deseo de entender y servir a las mayorías del país con algo del espíritu espartano presente en figuras como Diego Portales, Arturo Alessandri y Jaime Guzmán. Matthei, sin duda, necesita conectar con el ideal republicano a la Cincinato. Y eso es incompatible con la derecha “sin complejos”, que tiene poco respeto por la sociedad civil, que carece de toda reflexión sociológica y que ve todo ideológicamente en blanco y negro. La misma que hoy quiere hacernos comulgar con ruedas de carreta con el caso de Marcela Cubillos, llamando a combatir el deseo común de justicia como si fuera “octubrista”. Montonera que, en último término, expone a una derecha dura que no le importa que arda Roma mientras las llamas no lleguen a Las Condes, pero que posee, al mismo tiempo, una extraña capacidad para atraerlas.

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