Columna de Pablo Ortúzar: Septiembre sobre octubre
Hay algo que no ponderé bien respecto de la campaña de Claudio Orrego. Es verdad que llamó públicamente a votar Apruebo, traicionando sus convicciones declaradas por más de una década en política. Lo hizo por cálculo, porque quiere ser Presidente, y ese era el precio del apoyo futuro de la izquierda. Ser el chancho en la misa octubrista. Pactar con el diablo en el cruce de caminos. Pero lo hizo con un detalle a la Pedro Urdemales: nunca adoptó el modo octubrista, esa furia llorosa e incendiaria. Mantuvo la sonrisa y el tono CVX durante todo el proceso. Fue una farsa plena, una impostura sin postura de referencia, después de la cual Orrego ya no tenía mayor contenido, pero sí buena onda. Se convirtió en un significante flotante, casi vacío: podía significar muchas cosas para muchas personas. Pero nada agresivo ni violento, por más que hubiera validado una propuesta constitucional odiosa que hacía añicos al país. Orrego es el verdadero indetectable.
El resultado, mirado en perspectiva, es bien notable: la misma izquierda que en su cruce con Oliva lo había pintado como la quintaesencia de los 30 años, la dominación patriarcal y la explotación oligárquica, ahora lo celebra como el más propio de los propios. Al mismo tiempo, el mundo de derecha que votó por él en esa campaña, y que se jugó la vida después por el Rechazo, lo considera principalmente un pirata. Y, finalmente, ante el gran público, es un señor sonriente que habla de gestión, diálogo y acuerdos, haciendo con la mano un gesto de corazón coreano, rodeado de alcaldes buena gente.
Con esto, Orrego une fuerzas con Vodanovic y Castro en un hackeo masivo del discurso de la nueva izquierda. Algo que todavía es estético, pues no tiene contenidos claros que sigan a la buena onda, pero eficaz. El nuevo tono amigable deja offside de inmediato a los “cómo quieren que no lo quememos todo” que hoy bregan día y noche intentando desdecirse de su pasado, pero son delatados por la parada altanera de siempre. En el barco pirata de la gestión y el diálogo a varios históricos del Frente Amplio les tocará remar en las galeras.
Pero los frenteamplistas no son los únicos descolocados. En el caso de la derecha, como se advirtió ampliamente, se cosechan algunos de los frutos amargos del antioctubrismo: la rabia, el deseo de venganza y las ganas de reivindicar algo así como el “malismo” frente al “buenismo”. La ambición de ser “de verdad” en el sentido de espontáneos, carentes de represión, salvajes. Algo que, quizás sin querer, terminó encarnando Francisco Orrego debido a su estilo confrontacional y a su estética callejera. Por eso, a pesar de haber logrado desafiar el transformismo del otro Orrego con una notable convocatoria para un debutante, chocó en el mismo roquerío que las candidaturas de Iván Poduje, Marcela Cubillos y Pepa Hoffmann.
La advertencia para Matthei et al. es clara. El antioctubrismo hoy genera casi tantos anticuerpos como el octubrismo. Y, tal como señaló Max Colodro, los defectos del gobierno no se transubstancian en virtudes de una oposición que venció en el global de estas elecciones, pero no convenció del todo. Menos aún considerando el 25% de clientes frenteamplistas. La derecha necesita una propuesta estética y política que se libere de las furias de octubre y que le ofrezca al país una visión de futuro que se haga cargo de los males de nuestra modernización de manera positiva, esperanzada y cariñosa.
Los mejores pasajes del libro Tiempos mejores, de Jorge Selume, son los dedicados a la victoriosa campaña del Rechazo y su llamado a descartar “por amor” la propuesta de la Convención. Ahí se dio con el tono correcto, que se parecía mucho al de la propuesta concertacionista a inicios de la transición: una alegría que viene, un país orgulloso por la integración nacional de lo diverso, un patrimonio y una prosperidad a compartir. Amor por Chile y por su gente, ganas y energía para salir juntos adelante. Por ahí, y con especial énfasis en un equilibro justo entre mérito y seguridades sociales, tiene que ir la propuesta de la derecha. Especialmente porque si Claudio Orrego no llega a la papeleta presidencial, lo hará, probablemente, alguien pasado a cenizas y lacrimógenas.
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