Columna de Patricio Hales: Los riesgos de la consignocracia
El bien valorado nuevo tono de los discursos y declaraciones del Presidente Boric, al cumplir la mitad de su mandato, sugiriendo diálogo y confirmando sus buenas intenciones de flexibilidad, no se refleja en la práctica en su equipo de gobierno, ni en la mayoría de los partidos que lo componen. No es una sorpresa. Se confirma la inconsistencia originaria que inspiró a los creadores de su programa, imprimiéndole, desde su inicio, una contradicción entre la realidad y las consignas entusiastas que prometieron lo que no se ha cumplido. Insegurizaron las inversiones, anunciando una confusa “Empresa Nacional del Litio”; ilusionaron con una “Banca Nacional de Desarrollo " con “financiamiento de proyectos de largo plazo y de interés estratégico para el país”; propusieron el “fin al CAE” … con “un nuevo sistema único de créditos… hasta alcanzar la gratuidad universal… sin interés, sin participación de los bancos”.
Tensando al país y al debate público, además, han debido renunciar a su proyecto original del sistema previsional “sin AFP”, a “aumentar las pensiones de los actuales y futuros jubilados”, dar “derecho a la seguridad social… moderno, tripartito, solidario, público y suficiente”, crear un “sistema único de salud… un Fondo Universal de Salud, convirtiendo a las Isapres en seguros complementarios voluntarios” y abandonar su Reforma Tributaria. Pero mientras corregían el timón le han hecho daño al país.
Es que las consignas políticas no hacen gobierno, porque se crean para movilizar masas. Son lemas generadores de estado de ánimo, entusiasmos, emociones para la acción, cuñas comunicacionales. Una consigna es un eslogan, una divisa que pretende sintetizar promesas de un programa. Así fue como en los 70 entre el ultraizquierdismo y nuestra incapacidad de conducción, permitimos confundir irresponsablemente lo posible con lo real, los deseos de mayoría con los de algunos: “avanzar sin transar”, “correr cercos”, “universidad para todos”, “infiltrar las FFAA”, “las industrias en manos del pueblo”, “poder popular”, “cogobierno universitario”. Pero teníamos ideología. Imitábamos un sistema coherente que se impuso en más de un tercio del planeta, con ese socialismo que fracasó, pero gobernó. Me pregunto: ¿Qué es más peligroso, lo que construimos con nuestro marxismo leninismo, que falló en su esencia, pero tensó la política mundial, gobernando más de 80 años, o los gobiernos improvisadores que se van luego?
Se equivocan quienes critican al gobierno del Presidente Boric por ser muy ideológico. Al contrario, su gobierno carece de ideología. El Presidente es honesto y sensible socialmente, pero una ideología es un sistema organizado de ideas para la acción en variados campos y también en los valores, principios y modos de hacer política. Lo que los “frenteamplistas” anunciaban como una nueva doctrina y hasta una nueva moral superior al resto de la izquierda, terminó en un gobierno confuso en la ejecución práctica, porque la teorización insustentable fue la substancia de su programa. Las bien intencionadas promesas del Presidente no bastan para gobernar.
El paradigma del fracaso de este consignismo brilló cuando el gobierno, exitado y confundiendo al país, creyó dominar la alquimia de su sueño transformador, jugándose por entero, con sus ministros desplegados en campaña por esa primera propuesta constitucional derrotada, que empezó y terminó preñada de titulares y lemas, de entusiasmo oratorio impracticables para el Chile real. El identitarismo corporativo evidenció que muchas de sus propuestas eran parcialidades incoherentes con un sistema armónico de ideas para gobernar. Las confusas refundaciones, que el gobierno apoyó en esa constituyente de 2022, no intimidaron al pueblo a pesar de las amenazas que de su aprobación dependería el bienestar social que ese pueblo aún clama.
Es que las consignas no constituyen un modelo constitucional y menos aún una forma de gobierno salvo que inventemos, como sistema político, la Consignocracia.
En 2024, las esperadas correcciones del gobierno no han tenido eco práctico positivo en su coalición. Parece que, para su equipo de gobierno y sus partidos, los verbos dialogar, flexibilizar, corregir, serían pasos tácticos declamatorios, nuevos abalorios discursivos, más consignas para ganar tiempo y presionar de otra forma. La falta de claridad ideológica, a pesar de las buenas intenciones, nunca permitirá transformar los lemas del discurso en un conjunto sistémico de ideas coherentes que sirva para gobernar. Este gobierno no sufre una ideología equivocada sino una ausencia de ideología o un pot pourri ideológico que no tiene excusa etarea ni empírica. No hay megáfono ante la masa que reemplace el estudio serio y el conocimiento sistémico para gobernar. Esto debemos exigirlo en el debate público.
Por Patricio Hales, arquitecto y ex diputado PPD.
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