Columna de Paula Escobar: Ansiedad de influencia
“Que no vengan a decirnos cómo gestionar una coalición, porque en su momento también tuvieron crisis”, dijo el senador Juan Ignacio Latorre, líder de RD, aludiendo a la ex Concertación. Revivió así la controversia por la “superioridad moral” de los jóvenes versus los mayores, cuyo último episodio lo había protagonizado el ministro Jackson. Es uno de los rasgos de las tensiones entre las dos coaliciones de gobierno, Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad. Y aunque el Presidente Boric dijo el año pasado que “hoy sé que la arrogancia generacional es mala consejera”, es revelador que reaparezca este tema, y además en un momento tan álgido y complejo como este, de tanta fragilidad política. Avivar la disputa por la hegemonía, basándose además en lo único que no se puede cambiar -la fecha de nacimiento- solo tiene consecuencias autodestructivas para un gobierno con minoría parlamentaria y baja aprobación.
¿Qué puede explicar esta pulsión? ¿Insistir freudianamente en matar al padre “concertacionista”? ¿O será quizás “ansiedad de influencia”, como la conceptualizó el profesor Harold Bloom? ¿Es una lucha psicológica de los jóvenes para superar la ansiedad acerca de la influencia de sus predecesores?
Sería del todo extemporáneo albergar pulsiones así hoy, cuando el padre o predecesor ya ha sido simbólicamente sobrepasado: basta mirar quién está sentado en La Moneda. Más aún, considerando que ese “hijo” buscó y consiguió el voto del ethos concertacionista para ganar, e invitó a una parte importante de ese grupo a estar en el gobierno… La lucha freudiana o bloomiana carece de sentido cuando los destinos ya están unidos. Si el gobierno fracasa, fracasan las dos coaliciones y las distintas generaciones: nadie acarreará agua para su molino.
En política, hay que elegir las causas y también a los adversarios, como dijo la ministra Carolina Tohá, a propósito de declaraciones del alcalde Jadue. Atizar la diferencia generacional sitúa como adversarios a quienes hoy son sus socios en el gobierno y no a quienes están al frente. Socios que, además, tienen los más altos índices de aprobación ciudadana y que tienen en sus hombros responsabilidades centrales en la agenda hoy: las finanzas públicas y el control del orden público.
Y es una miopía que conspira directamente con la posibilidad de que este gobierno pueda exhibir logros concretos, desgastándose en peleas sin destino, mientras sus verdaderos adversarios avanzan a. Y paso firme esos adversarios ya no son solo Chile Vamos o la centroizquierda del Rechazo, sino que Republicanos y el Partido de la Gente. Mientras autoridades oficialistas combaten la ansiedad de influencia, Franco Parisi piropea a la diputada Pamela Jiles, la propone como candidata presidencial; la derecha suma al PDG a un pacto común para la reforma previsional, y sus prospectos para las siguientes elecciones parecen ir creciendo a pasos agigantados.
El Presidente y su gobierno deben superar la pulsión por la lucha coalicional y generacional, y para ello es esencial poner por delante un horizonte de resultados concretos y que sean compartidos no solo por las dos coaliciones -y grupos etarios- que cobija el oficialismo, sino también por sectores de la oposición que sí estén abiertos a los cambios y que no creen que la necesidad de un nuevo pacto social se haya vuelto obsoleta tras el 4-S. Ese horizonte es un Estado social y democrático de derechos, o un Estado de bienestar, en que se combinen la protección social que brinda el Estado con un mercado pujante, competitivo y adecuadamente regulado, y una sociedad civil activa y empoderada.
Salir del “cada cual se rasca con sus uñas” y transitar hacia mayores niveles de igualdad convoca a mayorías. Y es imprescindible para salir de este entrampamiento y pasar a otra fase como país. Lo dijo James Robinson, coautor de Por qué fracasan los países, en La Tercera la semana pasada: “Para dar el salto en ingresos, la sociedad chilena tiene que ser más inclusiva”.
Y aquello es un horizonte de protección no solo para las personas, sino para las instituciones y para la democracia. Es una vacuna contra radicalismos y populismos. “La democracia es una cosa bastante nueva en América Latina, pero en un contexto de enorme desigualdad y marginación, y muchos agravios que no han sido abordados, y eso es una receta para el radicalismo, que puede ser de izquierdas o de derechas”, agregó Robinson.
Esta semana se cumplieron tres años del 25 de octubre de 2019, el día de la marcha de más de un millón de personas. Fue pacífica, fue convocante, ¡fue cierta! Ese espíritu está aún ahí. A la espera de que se deje atrás la búsqueda estéril de diferenciación para poder materializar de una buena vez un mejor pacto social. Uno donde la esperanza de mayor seguridad y bienestar le comience a ganar al miedo al futuro.