Columna de Paula Escobar: Denuncie

Rita Olivares


No te pongas a pelear. Si te han discriminado, ven y pones una denuncia- le dijo la sargento Rita Olivares a Joanna Iris, el sábado por la tarde. Joanna le había pedido ayuda por haber sido discriminada durante una discusión en una feria, aparentemente por ser gitana. La sargento la consoló y apoyó -relató Joanna Iris a El Mercurio-, y le dijo que era “muy feo discriminar, porque todos somos iguales ante Dios”, y la instó a denunciar.

Horas más tarde, la sargento participó en un operativo policial en donde se denunciaba un asalto. Se bajó del auto y un disparo en la cabeza acabó con su vida.

Su asesinato dejó a dos niños sin madre y a un país consternado, tanto por su caso en particular como por todo lo que evidencia: el avance de la delincuencia, la degradación del Estado de Derecho, la impunidad de quienes delinquen. Los seis sospechosos, formalizados ya y en prisión preventiva, incluyen a uno que fue indultado en el gobierno anterior por razones humanitarias en pandemia -indultos aprobados por el Congreso, además de que en marzo terminaba su condena- y a tres que se fugaron de la cárcel y que formaban parte de los más de 1.500 prófugos que no han sido encontrados.

¿Cómo salir del estupor, de la rabia, del miedo después del asesinato de la sargento? Son emociones entendibles, pero que deben dar paso a lo que la filósofa Martha Nussbaum denomina ira transicional, que es un estado que ayuda a reemplazar el deseo de venganza y revancha por uno de compromiso para que estas situaciones no pasen más.

El ánimo de pasada de cuentas campea hoy, pero los liderazgos políticos deben intentar superarlo, simplemente porque no ayuda al objetivo; polarizar impide reflexionar y aunar criterios para avanzar en el combate de la delincuencia, en especial la del crimen organizado.

Cuando una casa está incendiándose no sirve mucho que la familia se ponga a discutir quién dejó prendida una estufa, quién no apagó la cocina, quién no llamó a tiempo al eléctrico, o quien incluso se opuso a llamarlo. Lo primero es actuar y salvar a quienes viven en esa casa. Luego vendrá el momento de las cuentas. De ver cómo fue que esto pasó, qué lecciones del caso hacer para evitar exponerse al peligro y para hacerle frente si vuelve a pasar. Pero hoy se requiere más bien pensar con la cabeza fría acerca de cuáles son los cambios institucionales que deben hacerse para fortalecer el Estado, y todas las instituciones a cargo del control del crimen, y de su prevención, para evitar que baleen a una carabinera, que los narcos dicten el calendario escolar, que jóvenes de liceos antes emblemáticos se pongan overoles blancos y tiren bombas a mediodía en la Alameda, a vista y paciencia, o para que los motochorros y portonazos no sean parte de la vida diaria; en definitiva, para que la seguridad que pide la ciudadanía se haga posible a través de cambios institucionales bien pensados y estables.

En ese sentido, fue una muy buena señal que, después de esta tragedia, se haya gatillado un acuerdo Ejecutivo-Legislativo, se haya suspendido la semana distrital y que se hayan sentado a discutir leyes, muchas de las cuales llevaban muchísimo tiempo esperando ser vistas (especialmente desde que la Mesa de Seguridad del Ministerio del Interior fracasó luego de que la oposición se bajara a raíz de los indultos presidenciales). El Senado aprobó este jueves cinco proyectos de seguridad relacionados a secuestro, porte de armas, control migratorio, sicariato y competencias de Gendarmería. La Ley Nain-Ratamal se aprobó en la Cámara, y es prudente que el Senado haya pedido más tiempo y que se haya postergado para el martes (hasta total despacho), para que se tomen en cuenta las aprensiones que distintos sectores políticos y académicos han puesto sobre el tapete respecto de ciertos riesgos de la “legítima defensa privilegiada”. Hay que actuar rápido, pero con solidez, pensando en el largo plazo.

Las autoridades, de todos los colores, deben bajar primero sus propias revoluciones y pasiones para poder salir del péndulo afectivo-político y conducir hacia la voluntad de compromiso por el fortalecimiento institucional contra la delincuencia. Aquello requiere generosidad y responsabilidad, pues la agitación de la ira rinde políticamente, especialmente en momentos inciertos e inestables.

Pero esa rabia no construye nada, menos instituciones que permanezcan en el tiempo. Me parece que el “denuncie, no pelee”, que Joanna Iris relata que la sargento le aconsejó, es justamente un llamado al fortalecimiento de esa confianza institucional. A no tomar la justicia por las manos, no sucumbir a la rabia ni tampoco a la desesperanza o a la impotencia. Es llamar a confiar en que hay instituciones que escucharán y se encargarán de defender con todas sus fuerzas a las personas.

Tal como la sargento Olivares hizo. Hasta su último momento de vida.