Columna de Paula Escobar: El caso Duclos y la derecha “woke”

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Hay mucho en juego en esta batalla: la concepción de una sociedad donde caben todos y todas, o donde solo caben algunos. ¿Hay espacio, en una comuna, en un país, para la construcción de lo común desde la diferencia y el respeto a las distintas y legítimas visiones y convicciones, en una sociedad laica y plural?



Protestas de vecinos “autoconvocados para manifestar su malestar”, pidiendo clausurar la exposición. Solicitud de investigación a la Contraloría, amenazas de recursos de protección. Polémica dentro del Concejo Municipal de Vitacura, de altos decibeles y tono agresivo hacia la alcaldesa de la comuna. Amenazas y hostilidad en redes sociales contra la concejala Macarena Bezanilla, y contra Juanita Mir, directora de la Corporación Cultural.

Todo eso ha provocado la exposición Una vida, del reconocido artista Arturo Duclos, que algunos vecinos y miembros del concejo tildaron de ‘octubrista’ y pidieron cerrar.

Pero la alcaldesa Camila Merino (Evópoli) zanjó el tema esta semana, rechazó las peticiones de censura o clausura, así como la Corporación Cultural de Vitacura reafirmó que ”como corporación cultural no podemos censurar el arte”.

Este episodio podría ser considerado anecdótico y sin importancia.

Pero no lo es; es un síntoma más de la “batalla cultural” que se libra dentro de las derechas, entre la derecha más ultra y radical (P. Republicano), versus la derecha piñerista o más centrista, a la que los primeros han llamado “derechita cobarde”, apretándola -varias veces con éxito- para que entre en regresión de los postulados más plurales y centristas del piñerismo.

El concejal Felipe Ross (Republicanos) le dijo a la alcaldesa Merino que votar por ella era “apoyar determinadas formas de cultura”. Agregó que “no me parece, en lo más mínimo, la cultura violenta que usted está promocionando en nuestro municipio (...). Mi pregunta, alcaldesa, es cómo esa basura logra la calificación máxima”. Luego sostuvo que él y otros vecinos “rechazamos esa forma de cultura egocéntrica, nihilista y de extrema izquierda en nuestra comuna. Sáquela de aquí, alcaldesa”.

Y es que la derecha radical o extrema es tan intolerante, antiuniversalista, identitaria y tribalista como el estereotipo del “woke” que tanto critican a la izquierda. Como dice Elizabeth Roudinesco en El Yo soberano, el identitarismo de derecha existe, “es más grave y no es una deriva”. Se amparan en una supuesta superioridad moral, una que los lleva a tener el derecho a la última palabra en materia social, valórica, política y ¡hasta en arte contemporáneo! Exigen espacios con un principio de pluralismo descremado, inexistente, exigiendo expulsar aquello que no pertenece a una comuna que definen “de derecha” y a cuyos vecinos sienten que deben proteger de discursos o expresiones que consideran dañinas. Como si fuera Vitacura un jardín infantil, homogéneo políticamente y con ciudadanos carentes de discernimiento propio. ¿Lo mismo harían con Chile entero si ganaran la presidencial?

Adicionalmente, este episodio refleja una práctica política no solo divisiva, sino muy agresiva en el trato hacia el adversario, que pasa a ser enemigo, incluso aunque en este caso sea su aliado (Evópoli apoyó a José Antonio Kast en segunda vuelta, así como apoyaron su Constitución). Que las autoridades del municipio increpadas y hostilizadas hayan sido, además, todas mujeres, revela un machismo sin disimulo. No es casual que un factor que una a las derechas radicales sea lo que denominan “antifeminismo”, como dice el profesor Cristóbal Rovira, de la PUC, y que por eso obtengan baja votación entre las mujeres.

Que a pesar de todo la alcaldesa Merino y las autoridades culturales se hayan mantenido firmes, sin bajar la cabeza, es destacable, pues el sector no siempre se ha comportado así. A la hora nona, la derecha tradicional le ha agachado el moño a la derecha radical. El momento más simbólico de esa sumisión fue en la derrota que sufrieron en el último plebiscito. “Fuimos condescendientes con la estrategia republicana (...). Tenemos que sacar lecciones de ello”, dijo entonces Sebastián Soto, vicepresidente (cupo Evópoli) de la Comisión Experta.

Pero desde entonces, “entre el piñerismo y el kastismo, Chile Vamos ha sido errático”, como dijo a este diario Rodrigo Pérez de Arce.

Y hay mucho en juego en esta batalla: la concepción de una sociedad donde caben todos y todas, o donde solo caben algunos. ¿Hay espacio, en una comuna, en un país, para la construcción de lo común desde la diferencia y el respeto a las distintas y legítimas visiones y convicciones, en una sociedad laica y plural?

La derecha radical e identitaria piensa que no.

La alcaldesa Merino y sus colegas han demostrado que piensan distinto. Bien por ellas, pero la diferenciación debe ser opción colectiva y firme de Chile Vamos. El mayor riesgo -no solo para el sector, sino para el país- es que la centroderecha se asimile a las ideas y prácticas radicales, retornando a sus orígenes autoritarios, cuando estaban en contra de todo: del divorcio, de sacar a los senadores designados, de la píldora del día después y de un largo etcétera del que les ha tomado décadas evolucionar.