Columna de Paula Escobar: El estallido, ¿cisne negro o rinoceronte gris?

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Un “cisne negro” es un suceso sorpresivo, de gran impacto e impredecible, según Nassim Taleb, quien acuñó el término. Para quienes ven así el estallido, este fue una oleada de violencia deliberada y orquestada, que apareció de la nada. Desde esa óptica, no hay nada que aprender ni precauciones que tomar; solo culpar a quienes se sindican como responsables.

Pero al popular concepto de los “cisnes negros” se le contrapone otra categoría de análisis: los rinocerontes grises. Acuñado por Michele Wucker, son aquellas situaciones que están ahí, al frente de los ojos, que de algún modo se sabe que existe el riesgo de que ocurran, pero se decide no verlas: problemas enormes, visibles, pero negados. Y que explotan.

Cuando fue el estallido, muchos liderazgos, de amplio espectro político, lo vieron así también. Que además de la violencia (incontrolable e inaceptable) sí había habido demandas legítimas no satisfechas. Michael Reid, especialista en Latinoamérica del Economist, lo refrenda hoy: “En el estallido hubo mucho descontento, mucha violencia inaceptable en una democracia, pero también demandas pacíficas por mejoras: mejores pensiones, mejor sistema de salud y más igualdad de acceso a oportunidades y bienes públicos, entre otras. Pienso que esas demandas son legítimas y sería un error pensar que han desaparecido” (Ex Ante).

¿En qué estamos en Chile, a cinco años, que nos permita mitigar el riesgo de algo tan disruptivo como fue el estallido, con su mezcla de demandas justificadas, movimientos masivos y violencia desatada en las calles?

La ciudadanía muestra bastante más madurez que la clase política, enfrascada en visiones y discusiones binarias y polarizadas. Las personas condenan la violencia del estallido, mas piensan que este sigue siendo mayoritariamente expresión de un descontento social generalizado, necesario para visibilizar los problemas (58% y 57%, Cadem). Hoy buscan liderazgos graduales y reformistas, en vez de radicales (encuesta PNUD), y están dispuestos a esperar por los cambios si van en la dirección correcta (PNUD). Prefieren políticos que cedan en vez de los que se quedan rígidos en sus posturas (CEP).

El problema es que esto contrasta con la actitud de liderazgos que operan en sentido contrario; es decir, en dividir. Que en vez de tender puentes con el adversario, buscan solo anularlo. Incluso hay quienes se definen como adalides “anticancelación”, pero que pasan el día cancelando ideas, propuestas, personas, por el hecho de que no son de su “sector”. Buscan que todo debate político legítimo caiga en la “grieta” ideológica, que impide la conversación y la cooperación. Impide poder decir lo que se debe en democracia: discrepamos en esto, pero colaboremos en esto otro, negociemos una solución de compromiso, como Chile hizo durante los 20 años concertacionistas. Veinte años que antes fueron tan menospreciados, y no solo por los jóvenes del FA. También por los propios autoflagelantes, pero especialmente por la derecha: quienes llamaban a “desalojar” a la Concertación eran miembros de la misma derecha que hoy reivindica el legado de Aylwin, Frei, Lagos (por quienes por cierto nunca votaron y a quienes criticaron a veces ferozmente mientras fueron presidentes).

El grave problema de que la interpretación del estallido y sus causas sea clausurada rápidamente, como un extraño cisne negro protagonizado solo por delincuentes y “octubristas”, es que, si es así, no hay nada que aprender, nada que cambiar. Entonces, condenan al país a volver a los debates entre los que quieren cambiarlo todo versus los que no quieren cambiar nada, y nos quedamos en el pantano actual. Vendrán nuevos gobiernos, nuevas oposiciones, pero lo que se arriesga es que en definitiva el guion sea el mismo. Ni la sal ni el agua para el que piensa distinto. El revanchismo y su consecuencia: la parálisis.

Ese terreno de odiosidad es de gran peligro. Como dijo el reciente premio Nobel Daron Acemoglu, en este mismo diario en 2021, hablando justamente de Chile: “Creo que la lección más importante es acerca de los peligros de la polarización, donde cada lado llega a ver la lucha por el poder como un juego de suma cero”.

Y si hay alguna lección que deberíamos sacar del 18/0 y todo lo que pasó después, incluidos los dos procesos constitucionales fallidos, es que no se puede hacer política ni sociedad restando a un grupo de la población, haciendo nada sus dolores, sus angustias, sus miedos. De lado y lado.

El único camino es encontrar puentes y caminos de convergencia, y no seguir aumentando el conflicto. Dejar atrás el modo catastrofista: constatar el hecho de que a pesar de todo Chile no se descarriló, sus instituciones sortearon una megacrisis como fue el estallido, hubo continuidad democrática. Y luego, encontrar el modo de sacar adelante los desafíos en seguridad, economía, salud, educación, pensiones, cuidados.

Porque ahí sigue estando el rinoceronte gris.

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