Columna de Paula Escobar: Goic en la hoguera

Carolina Goic
Foto: Agencia Uno.


“Te vamos a quemar tu casa”. Amenazas de ese tenor e incluso peores ha recibido la senadora Carolina Goic. Los retiros de fondos de pensiones han dado para todo, incluso para amenazar gravemente a una legisladora. Una política pública -liderada desde su inicio por la diputada Pamela Jiles- que ha congregado multitudes parlamentarias, avanzado tal como ella lo pronosticó mostrando los dedos de sus manos: uno, dos, tres, cuatro y así sucesivamente, hasta que no quede nada.

Y aunque muchos parlamentarios -especialmente después de aprobarse el IFE universal- dijeron que no cederían de nuevo, aquí estamos, en plena y tensa votación por el cuarto, y ya se anunció el proyecto del quinto.

Que economistas de un amplio espectro hayan explicado, con peras y manzanas, el impacto de estas medidas en el desfonde del sistema de pensiones, en el aumento de la inflación y las tasas de los créditos, en la caída del Fondo E y, especialmente, en alejar dramáticamente la posibilidad de que haya una reforma de pensiones efectiva en el próximo gobierno, no importó nada a la hora final. Reconocen que es mala política, pero... “razones políticas y electorales”, como sinceró un senador que se dio vuelta de carnero. Pero más sintomático aún que la degradación que enfrentamos en materia política es que la senadora Goic, la única que cumplió su decisión anunciada después de un largo discernimiento, sea sometida a hostilidades, insultos y amenazas a su integridad física, las que ha puesto en conocimiento de la PDI.

Esto revela un riesgo mayor. Primero, desde el punto de vista de la expectativa hacia los parlamentarios y su capacidad de tomar decisiones informadas, estudiadas y coherentes con su pensamiento. En este sentido, ella ha tomado en cuenta lo que ella misma sabe en materia de pensiones y también lo que advierten expertos y expertas -a muchos de los cuales nadie podría tildar de derecha o de cómplices de las AFP-, en el sentido de que esta política pública es nociva hoy y hará muy difícil un cambio sustantivo en materia de pensiones para el próximo gobierno.

En segundo lugar, que ella haya mantenido su raciocinio pese a las presiones enormes que recibió habla de la capacidad mínima que todo parlamentario y parlamentaria debiera tener, como es soportarlas y mantener la coherencia de lo que se cree mejor para el país. Que haya otros que sucumban por miedo a las redes sociales, o a la hostilidad de los pares, y nublen su juicio como legisladores, es muy grave.

Que no se respete su discernimiento y su disenso respecto de los parlamentarios de su sector revela una pobre concepción de los procesos democráticos: justamente la política está para tramitar o procesar esas diferencias de manera pacífica. ¿Dónde está el respeto a la genuina deliberación si se la somete a una verdadera capotera colectiva, llamándola desde traidora hasta que está actuando por vendetta? ¿El disenso es aceptado o no? ¿Es legítimo o no? ¿O lo legítimo es que parlamentarios cambien sus decisiones y aprueben políticas que consideran dañinas para la población, por conveniencias electorales o miedo a las redes o a los pares?

Esas declaraciones rimbombantes y estridentes de sus pares son habilitadoras para quienes, muchas veces de manera anónima, proceden a la funa virtual. Prenden los fuegos de estas hogueras posmodernas que, a su vez, son gatilladoras de otras violencias, de personas que pasan a amenazar la integridad física de quienes se está funando en redes sociales. Como estableció el periodista Andrés Azócar, 660 cuentas la trataron de traidora, y 150 cuentas de Twitter aludieron a su cáncer, tal como antes lo hizo la diputada Jiles.

Es un continuo: de la violencia verbal a los insultos; de ellos a la virulencia en redes sociales; de allí a amenazar con quemar la casa o matarla, y el paso siguiente es que la violencia verbal y virtual se trasladen al espacio real. Es un peligro que no debe minimizarse, no solo respecto de quienes la sufren, sino para el funcionamiento de la democracia y su posibilidad de hacer cambios estables y significativos que mejoren la vida de las personas.

Goic fue coherente y también valiente. No como muchos de sus pares, que no se atrevieron a votar en conciencia, o como el senador Moreira, que se fue de la sala para no votar.

El 11 de marzo alguien se pondrá la banda presidencial y tendrá que hacerse cargo de sacar adelante reformas clave (especialmente la de pensiones). Los bandos, los odios, los ataques, deben dar paso a un diálogo imprescindible para lograr estos objetivos.

¿Se darán cuenta los habilitadores y los gatilladores de las amenazas contra Goic de lo que están sembrando?

Y quienes miran para el techo, ¿cuándo verán que ese silencio cómplice destruye las bases del proceso deliberativo democrático?

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