Columna de Paula Escobar: La crisis de las guaguas
De lo que se trata es de, a través de políticas públicas y cambio cultural, dar las condiciones de posibilidad para que quienes quieren ser madres y padres puedan lograrlo. La sociedad tiene un discurso a favor, pero en los hechos, cada cual se tiene que rascar con sus uñas para cuidar y criar a sus hijos en un mundo donde las horas -y los recursos- escasean.
Nos estamos quedando sin niños.
Un tsunami demográfico nos pasa por encima y no nos hemos dado ni cuenta. El 2023 cerró con la menor cantidad de nacimientos en una década: en 2014 hubo 251.011 nacimientos, y en 2023, solo 173.920 (Registro Civil). La población de Chile crece aproximadamente seis veces más lento de lo que lo venía haciendo en los últimos 30 años, y casi 12 veces más lento de lo que lo hacía hace 70 años, aseguró un reportaje reciente de La Tercera. Se proyectaba que para 2050 Chile iba a alcanzar su máxima cantidad de habitantes y luego de eso, inevitablemente, iba a descender, pero esta predicción podría ocurrir antes de lo esperado.
Las razones de esto son dos: la partida de migrantes de nuestro país (que atenuaban la crisis demográfica, pues tienen más hijos) y la muy baja tasa de natalidad. Esta última es en Chile de 1,3 hijos por mujer (lejos del 2,1 necesario para reemplazo poblacional), y la cifra podría ser aún peor para marzo de este año. Es una preocupación grave y global: el Economist dedicó gran cobertura esta semana a analizar la “baby crisis”.
Pero en Chile, aparentemente, esto no importa, pese a que repercute en cada área de la sociedad (pensiones, educación, salud, cuidados, crecimiento económico, etc). Francia, China, Japón, entre muchos países, se desvelan para ver cómo “rearmarse demográficamente”, lo que no es nada fácil, porque no se puede obligar a nadie a tener hijos.
De lo que se trata es de, a través de políticas públicas y cambio cultural, dar las condiciones de posibilidad para que quienes quieren ser madres y padres puedan lograrlo. La sociedad tiene un discurso a favor, pero en los hechos, cada cual se tiene que rascar con sus uñas para cuidar y criar a sus hijos en un mundo donde las horas -y los recursos- escasean. Quienes tienen redes de apoyo pueden “navegar” o hacer mejor el “malabarismo maternal”. El factor abuela es clave. Un estudio del BID en México mostró que la muerte de una abuela reducía en un 27% la probabilidad de que su hija formara parte de la fuerza de trabajo y reducía sus ingresos en un 53%. (El mismo estudio no encontró ningún efecto en la tasa de empleo de los padres).
Quienes no cuentan con esas redes dependen del acceso a jardín infantil y sala cuna gratuitos; si no tienen sueldos altos, se les va su sueldo en aquello. Prioridad uno, entonces, ¡sala cuna universal ya! Dos, corresponsabilidad entre ambos padres (mujeres hacen más del doble, Encuesta Nacional de Uso del Tiempo). Es de la mayor importancia que los hombres que no realizan hoy labores de cuidado de modo equitativo comprendan su importancia social y gran valor familiar y personal. El permiso posnatal masculino debiera ser más largo y obligatorio. ¿Por qué las mujeres tienen ocho meses de permiso maternal obligatorio, entre pre y post, y los hombres solo cinco días irrenunciables, y el posnatal voluntario no se lo toma nadie? ¿Por qué una mujer que trabaja jornada completa a menudo vive llena de culpa, mientras que a hombres que ven a sus niños solo en pijama nadie los mira feo? Una sociedad de madres que “apechugan” solas, o con la “carga mental” doméstica mayoritariamente sobre sus hombros (81% de las mujeres con familia sufre estrés, ver estudio de ComunidadMujer), debe avanzar en la responsabilidad parental equitativa. Bien por la ley contra los llamados “papitos corazón”, que acaba de entregar sus elocuentes resultados a un año: el Estado les ha “explicado” a miles de hombres que no pagan los alimentos de sus hijos lo que es la responsabilidad parental mínima.
También es muy importante acabar con la “multa por hijo” que padecen las mujeres cuando son madres: menores salarios y oportunidades de ascenso, incluso estigmatización, lo que muchas veces produce deserción y lagunas previsionales al salirse del mercado. Legislar sobre igualdad salarial -igual paga por igual pega-, así como un sistema de pensiones que haga justicia a las mujeres por su labor de cuidado, es clave. Mayor flexibilidad en el trabajo se muestra asimismo como fundamental (estudio Chile Mujeres).
Por último, hay que aquilatar el impacto que tienen en esta crisis las nuevas exigencias sociales sobre la maternidad, como tan bien ha identificado la académica Martina Yopo. La imposición de ideales de crianza inalcanzables, las sanciones sociales por no cumplir con esa fantasía de “hacerlo todo bien” disuaden de tener hijos o de tener más. Tampoco ayudan ciertas prácticas escolares diseñadas para otra época: horarios, reuniones de apoderados, requisitos a veces insólitos: a un niño le rechazaron su disfraz porque tenía que ser “hecho a mano”... de la mamá). Por último, hay que pensar políticas públicas que aborden la actual postergación de la edad para tener el primer hijo, lo cual crea mayores dificultades reproductivas.
Estos y otros temas más deben ser parte de un plan necesario y urgente en Chile, para poder acordar una agenda prioritaria, transversal políticamente, con nivel de política de Estado, que enfrente esta crisis demográfica.
Porque convengamos que sin niños y niñas simplemente no hay futuro.
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