Columna de Paula Escobar: La incomodidad del Socialismo Democrático
Osvaldo Andrade superó al senador Fidel Espinoza en su crítica al gobierno… Probablemente recordaremos su frase (parafraseando a una de la UP) por años.
Pero no está solo. A Andrade se suman otros socialistas, como el senador Juan Luis Castro (“da vergüenza defender el gobierno”), el diputado PPD Rául Soto (voto a favor de la petición al Presidente de sacar al ministro Jackson), y la elocuente entrevista de la senadora Paulina Vodanovic en revista Ya esta semana, en que reconoce como error no haberse hecho oír tras el estallido, tanto en una condena más explícita a la violencia, como a no haber defendido los 30 años.
No es un misterio esta incomodidad del Socialismo Democrático, lo nuevo es que se exprese así de claro.
En parte, tiene que ver con el diseño de las dos coaliciones. El Socialismo Democrático partió como “allegado” a este gobierno, destinado con suerte al “segundo anillo”: su influencia era limitada, salvo por Mario Marcel como ministro de Hacienda. Pero posdebacle del 4S, el diseño mutó y ocuparon ministerios de los más relevantes, pero también de los más desgastantes. Esos donde se proyecta con fuerza la frustración ciudadana (y el bloqueo opositor). Mario Marcel debe explicar que no habrá retiros, ni bonos, que hay que apretarse el cinturón para que baje la inflación. Nada de billetera fácil, su apego a la responsabilidad fiscal es reconocido por todos. Carolina Tohá y Manuel Monsalve dan la cara por la inseguridad ciudadana, por la violencia en la Macrozona Sur (que esta semana sobrepasa su propio récord con un ataque terrorista en Traiguén a una escuela, una posta y una iglesia). También por la situación de la migración, por los ataques a Carabineros, entre otras materias de alta preocupación y frustración ciudadana. El ministro Elizalde debe lograr sacar adelante alguna agenda en un Parlamento donde predomina el bloqueo, y el ministro Cordero se ha transformado en una suerte de bombero y vocero de facto; da la cara por el escándalo de corrupción del caso convenios, que crece y crece, sin bordes, semana a semana; un verdadero desangre. Y para qué hablar del ministro Montes: su dramático descenso en las encuestas refleja los costos que está pagando por el escándalo de Democracia Viva y otras fundaciones con convenios con el Minvu.
SD pasó de allegado a socio igualitario -nadie se imaginaría este gobierno sin los ministros antes señalados-, pero la sensación es que ese estatus no se ha reflejado en mayor influencia en la impronta y el destino general del gobierno, más allá del poder que tienen en cada cartera. Es cierto que el Presidente de la República no es de esa coalición. Pero dada la crisis profunda del FA, el SD es un apoyo central, del que no puede prescindir. Que las dos coaliciones no cuajan, es nítido y claro, hoy más que nunca: el caso convenios ha agudizado esa diferencia. Y no se ha creado un “tercer espacio”, distinto de cada coalición, pero donde AD y SD se sientan representados. El Presidente Boric, más bien, da una señal hacia una coalición, y luego hacia la otra, intentando hallar un difícil equilibrio. Los indultos que concedió en último día del año pasado dinamitaron la mesa de seguridad de la ministra Tohá. Ese daño es evidente, así como que el caso convenios ha dañado -quizás mortalmente- el pacto fiscal que lleva adelante el ministro Marcel. Y aunque el Presidente ha sido claro en su doctrina de transparencia total y del “caiga quién caiga”, el ministro Carlos Montes está pagando severos costos por todo el episodio “convenios”.
Por otro lado, SD ha tenido una difícil relación también con “las derechas”. Si bien desde la oposición rinden loas a la centroizquierda ex Concertación, los ministros SD no han tenido un mejor trato que los de Apruebo Dignidad. Algunos ni se sientan a escucharlos ni a dialogar. Esto ha quedado claro con el pacto fiscal presentado por Marcel. Será para dañar al gobierno, pero no hay que ser ingenuos: para parte de la derecha, si el SD se desmarca de este gobierno, sería un triunfo total.
Pero la derecha no debiera entusiasmarse tanto con esta idea, pues esta incomodidad socialdemocrática probablemente no sea un paso hacia el desmarque, sino la búsqueda de un mayor peso en el rumbo y en la impronta del gobierno, más allá de los cargos que ostentan. Y en compartir la carga, y no terminar pagando los platos rotos.
No es fácil la situación de la centroizquierda, pero en la actual coyuntura es difícil no ver dónde está el real adversario político. Más difícil aún no ver las consecuencias de la división de las izquierdas. El episodio de las dos listas en la elección de consejeros constitucionales reflejó, con imposible mayor nitidez, el destino de los caminos propios.
Está más que claro quién ganó.
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