Columna de Paula Escobar: La patria justa y buena

Develan estatura del expresidente Patricio Aylwin Azócar en la Plaza de la Ciudadanía, en el frontis de La Moneda.
El Presidente Gabriel Boric junto a los exmandatarios Ricardo Lagos y Sebastián Piñera en la conmemoración del expresidente Patricio Aylwin.


Un gran monumento de 3,40 metros del expresidente Patricio Aylwin Azócar; en la Plaza de la Ciudadanía. El fallo en que el tribunal de La Haya le dio la razón a Chile en el caso del río Silala, y la fotografía de todos quienes intervinieron durante tres gobiernos de distinto signo. Esta semana nos brindó dos grandes momentos republicanos, que nos deben alertar sobre lo que nos estamos jugando hoy.

No es sorprendente que se releve con un monumento el rol esencial del expresidente Aylwin: se ganó con creces su lugar en la historia. Con firmeza y sobriedad, muñeca política y autocontención, logró que Chile dejara atrás sus horas más oscuras, navegando en aguas tormentosas, con Pinochet de comandante en jefe del Ejército.

Lo significativo del acto en su homenaje fue su transversalidad: a tres décadas de su mandato, muchos de quienes en el pasado se opusieron a él, hoy lo reconocen como un patrimonio republicano. La derecha, que votó que Sí a Pinochet y que ciertamente no votó por él, sino por Hernán Buchi en la elección presidencial, hace años que ha reconocido el valor de Aylwin para la historia nacional. Ahora la generación joven gobernante -muy crítica de la transición y sus figuras- hizo lo propio a través del discurso del Presidente Boric. Reconoció que era difícil pararse frente a la estatua de Aylwin y pensar “en el tremendo desafío que significa estar a la altura de su sobriedad y dignidad republicanas”. Luego, se refirió a la frase ‘la medida de lo posible del mandatario, y reconoció que “no es el desgano como algunos malamente pudimos haberlo interpretado anteriormente”. Sus palabras y la ceremonia fueron un acto reparatorio y hasta pacificador, que demuestra “la continuidad de la República, los valores democráticos, la necesidad de la unidad de los chilenos”, como dijo Mariana Aylwin.

Al día siguiente se conoció el fallo favorable a Chile del Tribunal de La Haya sobre el río Silala: un proceso que atravesó tres gobiernos, como corresponde a una política de Estado. Ver a todas las autoridades de la República en La Moneda escuchando el fallo, además de la foto de la agente y subsecretaria Ximena Fuentes, junto a la coagente Carolina Valdivia (exsubsecretaria de Piñera y coagente) y las demás personas expertas que trabajaron en esta causa, también transmitió el mismo mensaje: unión por sobre la diferencia. Orgullo compartido. Profesionalismo. Altura de miras. Cohesión.

El Presidente Aylwin decía que algo que ayudaba a mantener la cohesión de su gabinete, integrado por distintos partidos, era el miedo. “El miedo ayuda… o teníamos éxito o el país volvía a la dictadura, eso ayudó”, dijo en el libro Yo Presidente/a. Guardando las distancias, el juego de suma cero de la política chilena actual pierde de vista que hoy sí debiera haber un miedo común en todos quienes creen en la democracia y en los valores republicanos, sean de izquierda, de centro o de derecha. Si los liderazgos políticos no salen de la trinchera y la antropofagia y no cooperan en sacar adelante materias esenciales hoy -nueva Constitución, seguridad, pensiones- les abrirán el camino a liderazgos populistas y/o autoritarios y extremos, que arrecian en el mundo y pueden hacerse de la banda presidencial acá. Un tercio de los países del mundo atraviesa un declive en la democracia, según el último informe de IDEA. Y los Bolsonaros, Orban, Bukeles no aparecen de la nada: irrumpen y crecen por la parálisis de la clase política, consumida en rencillas que la vuelven incapaz de hacer su trabajo: llegar a acuerdos para solucionar los problemas de las personas. Pelean, payasean y polarizan mientras los electores, hastiados de no ver resultados, se vuelcan a alternativas lo más disruptivas posibles, las que prometen lo imposible, denuestan la institucionalidad y, al hacerse del poder y del Estado, comienzan a amenazar aquello que aquí nos costó tanto (re) construir: una democracia que respete los valores fundamentales.

Que el ejemplo del expresidente Aylwin ayude a toda la clase política a comprender cuáles son los verdaderos rivales, cuáles son los peligros reales, y lo importante que es avanzar: es “el” antídoto para combatirlos. Y para eso se requieren acuerdos, que presuponen tener “generosidad y también cierta habilidad intelectual”, como dijo el expresidente Aylwin. Entender que un avance posible -aunque no sea perfecto- es mejor que quedarse con lo que hay, y ciertamente es mejor que lo imposible.

Salir de las “propias trincheras” y dialogar y acordar requiere visión y valentía. Por lado y lado. Para el Presidente Boric, el liderazgo de lograr que los propios también hagan carne su discurso unitario. Para Chile Vamos, entender el costo que ha tenido para su sector y para el país el oponerse a hacer los cambios a tiempo.

Para acercarnos a la idea de la patria justa y buena del expresidente Aylwin, todos tienen que ceder.