Columna de Paula Escobar: Las teoría del todo

Convención Constitucional
Foto: Agenciauno

Estamos conociendo esta propuesta (de nueva Constitución) por pedazos, algunos grandes, otros más pequeños. Es como hacer un puzzle en el que no sabemos cuál es la fisonomía (que se propone). Sin tener la mirada de la obra final y, más importante aún, sin que nos hayan explicado cómo y por qué esas propuestas -particulares y globales- solucionarán los problemas que llevaron a Chile al estallido social.



La Convención avanza a velocidad vertiginosa. Mientras escribo esta columna, más de 50 artículos ya han sido aprobados en el pleno por ⅔ y han pasado al texto que será plebiscitado: son ya borrador de la historia. Otras muchas normas han sido devueltas y se repondrán con modificaciones. Pero por la misma vertiginosidad y por el método empleado, el panorama completo se ve difícil de comprender para la ciudadanía. Mucho árbol y poco bosque.

Y algunos ya están decididos, con la parcialidad de lo ya aprobado en el pleno, a votar rechazo. Unos lo dicen directamente, o bien de modo solapado. Otros son partidarios de aprobar sí o sí. Muchos aún no saben. Justamente, según la última encuesta Criteria, la mayoría encuestada (43%) señaló no tenerlo claro, en tanto que un 36% optó por la opción aprobaría y un 21% dijo que rechazaría. ¡Un 47% ni siquiera sabe que hay un plebiscito de salida!

¿Pero cómo evaluar, a esta altura, el trabajo constitucional?

Una manera de hacerlo es norma a norma, principio a principio. Para ello, es importante tratar de analizarlas sin prejuicios ni anteojeras ideológicas. La vuelta al statu quo no es un camino posible ni viable ni aconsejable. Mal que mal, estamos en esto porque tuvimos un estallido social intenso y violento, y la necesidad de cambio fue evidente en un sentido tan mayoritario como para que el 80% votara a favor de una nueva Constitución. Por tanto, es clave que quienes se sienten mucho más a gusto en el modelo anterior y no lo quieren dejar ir, regulen ese apego irrestricto a lo que fue y que se exijan a sí mismos la misma sensatez que le reclaman a la contraparte. Como dijo Juan Pablo Luna en CNN, “hay una crisis política, (…) pero también una crisis del modelo de desarrollo, de la institucionalidad estatal y una crisis de comprensión por parte de las élites dirigentes respecto de la complejidad del momento que vive Chile”.

Por otro lado, quienes quieren lograr grandes transformaciones en todas las áreas deben entender que el cambio radical en sí no es necesariamente sinónimo de progreso y beneficio social. Provocar incomodidad, rechazo o molestia es quizás inevitable al hacer modificaciones relevantes que nos lleven a superar esta crisis. Pero la mera incomodidad es sinónimo de que las propuestas sean las correctas o las más adecuadas o eficaces. Mover todo, en sí mismo, no necesariamente implica que vamos avanzando a un escenario mejor.

Y aquí viene un punto central: si hay un déficit de la Convención -además de los señalados en materias comunicacionales, por ejemplo- es que el método con que trabajan hace muy difícil entender cuál es su “teoría del todo”, o su “teoría del cambio”. Eso no está a la vista. Estamos conociendo esta propuesta por pedazos, algunos grandes, otros más pequeños. Es como hacer un puzzle en el que no sabemos cuál es la fisonomía (que se propone). Sin tener la mirada de la obra final y, más importante aún, sin que nos hayan explicado cómo y por qué esas propuestas -particulares y globales- solucionarán los problemas que llevaron a Chile al estallido social.

Desde esa perspectiva, hubiera sido mejor partir por las demandas que surgieron prioritariamente allí: los derechos sociales. Las malas pensiones, la baja calidad de la educación, la salud precaria, la desigualdad. Hay un diagnóstico más compartido sobre la importancia de dejar atrás una sociedad en la que cada cual se rasca con sus propias uñas, de evolucionar hacia una donde la cuna no sea destino y donde no haya una clase privilegiada que viva con estándares de país desarrollado mientras una enorme mayoría lo haga con precariedad y con estándares de subdesarrollo. Rehacer el pacto social, regenerar la cohesión social herida, pasa -no única, pero especialmente- por atender esas intensas y postergadas demandas por mejoras sociales nítidas. Un proyecto de Estado de bienestar, de derechos garantizados, de integración, y de pleno respeto a los valores democráticos, es amplio en Chile. La elección del presidente Boric lo refleja. (La misma encuesta Criteria reveló que la prioridad que le piden al nuevo gobierno es aumentar el salario mínimo a 500 mil pesos). Como dice Jared Diamond en su libro Crisis, es importante delimitar los alcances de lo que se cambiará para que los países puedan superarlos. No se puede intentar cambiar todo (se puede, pero tiene muchos costos y riesgos). Hay que elegir el “qué”. Y luego, lúcida y no voluntaristamente, elegir el “cómo”. Y explicarle a la ciudadanía con claridad la teoría del todo: exactamente por qué ese ansiado “qué” se logrará a través de estos “cómo”.

Sin esa narrativa integral, imprescindible, se seguirá evaluando su trabajo desordenadamente, pieza a pieza, norma a norma, con mirada microscópica en vez de panorámica.

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