Columna de Paula Escobar: Lecciones del 4S (y del 17D)

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Las directivas de los partidos de ChileVamos realizan declaración por la conmemoración del segundo aniversario del triunfo del Rechazo, en el frontis de la Iglesia de San Francisco de Borja. Foto: Javier Salvo/Aton Chile

A pesar de la fatiga, el pesimismo y el desgaste después de los fracasos constitucionales, es alentador que las personas reclamen sensatez.



Fotos celebratorias de la oposición, con banderas y entusiasmos; caras largas por la derrota por el otro lado. Así fue la postal de esta semana con motivo de los dos años del plebiscito del 4S. Y podemos vaticinar que este 17D, cuando se cumpla un año del segundo plebiscito, la postal va a ser igual, pero al revés. Los que hoy ríen se silenciarán y viceversa.

Ambos procesos fueron adversariales y polarizantes. Ese modo de hacer política produce lesiones, dificulta los resultados y no ayuda a sacar lecciones comunes. Genera miedos y resentimientos que obstruyen el aprendizaje y arriesgan dinámicas sin fin de revanchismo. Los dos procesos trataron de movilizar o atraer votantes con emociones de alta intensidad, con muchas señas de la identidad propia. Y también trataron de acorralar, “pasarle máquina” al adversario político. No hubo cuidado por quienes tenían ansiedades, temores, críticas o franco rechazo a algunos de los cambios que se planteaban. En otras palabras: la hegemonía dentro de la Convención y del Consejo Constitucional se dedicó a la barra brava, ninguneando las diferencias con los otros, e incluso socavando su legitimidad para discrepar y discutir en democracia. La frase icónica fue: “Nosotros ganamos, ustedes perdieron“, dicha por Stingo y por Luis Silva. Uno gritando, el otro engominado y con una sonrisa, pero el contenido, el mismo. Si gano, tengo derecho a pasar aplanadora, el ganador se lleva todo. O sea, en este país no caben todos y todas, solo caben los que sacaron esta vez la mayoría. Primera lección entonces, que los y las chilenas debiéramos incorporar: no solo importa la satisfacción de los que están de acuerdo, sino cuál es el nivel y la profundidad de la insatisfacción de quienes no concuerdan. ¿Discrepan o, más bien, quedan alienados, abatidos, dañados en algo que les parece esencial? Y esto no por razones de realismo, de cuál será la permanencia y sustentabilidad de una política pública, o ley, o regla, en que quienes han perdido se sientan amenazados en valores fundamentales. También porque implica la mirada sobre la democracia misma. En ella importan las mayorías, pero también las minorías, que por definición son circunstanciales y pueden modificarse en la siguiente elección.

Segundo: los modos republicanos sí importan. El respeto al rito, a la tradición, a la amistad cívica más básica son importantes. Y esto no es solo modales o formas (aunque los modales también importan). Con o sin disfraz, hubo convencionales y consejeros que se comportaron de modo hostil, llenos de hubris o mal de altura, esparciendo rabia, sembrando miedos. Los gritos que acallaron a la Orquesta Juvenil cuando partió la Convención. El llamar a votar para “que se jodan” los rivales políticos el 17D. Las funas a los convencionales. Qué desperdicio. Y qué contraste con las actitudes republicanas que sí estuvieron presentes en estos procesos constitucionales fallidos, y que fueron muy valoradas: Carmen Gloria Valladares en el primero y la Comisión Experta, en el segundo, por citar dos ejemplos. Dignidad republicana, sentido de responsabilidad, sobriedad.

Tercero: los independientes no son el comodín para robustecer la democracia, sino lo contrario. Más allá de méritos y defectos individuales, cambiar políticos por independientes no ayuda a sacar adelante el país con acuerdos, sino que los dificulta. “El pueblo unido avanza sin partidos”, que decían alegre e irresponsablemente algunos convencionales, se probó falso. Los trasquilados partidos deben fortalecerse, porque no es el personalismo, el caudillismo o los emprendimientos propios los que harán que los adversarios no se vean como enemigos, hagan la pega y entonces logren acuerdos para que Chile avance. La reforma al sistema político es un imperativo para combatir la fragmentación y el desorden, aunque sea en modo “minimalista”.

Y a pesar de la fatiga, el pesimismo y el desgaste después de los fracasos constitucionales, es alentador que las personas reclamen sensatez. Quieren líderes que privilegien acuerdos, aunque tengan que ceder sus posiciones (65%, encuesta CEP), prefieren reformas graduales en vez de rápidas (Informe PNUD), están dispuestos a esperar si las reformas van en la dirección correcta (PNUD) y hay un gran orgullo de ser chileno (encuesta COES).

Y esa es una lección muy importante. Se debe enfatizar lo que une como país, como nación, como sociedad, y no solo en lo que divide, para proyectar un futuro común. No somos una mera suma de agendas y sensibilidades particulares, por legítimas que estas sean, sino parte de algo mayor. El sentido de patria quedó muy claramente reivindicado, especialmente tras el 4S. Un patriotismo profundo, no cliché. Uno que exprese y encarne que nuestro destino como país no es sino uno compartido.

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