Columna de Paula Escobar: “Monos” que distraen
El debate sobre los “monos peludos” ha dado para todo. La poco feliz metáfora de la presidenta del PPD causó rechazo tanto por el lenguaje despectivo hacia agendas que son históricas de su partido, como por el tono tan hostil y adversarial hacia quienes se supone que son sus socios dentro del gobierno.
Pero el daño mayor, quizás, es que los “monos peludos” han resultado ser un arma de distracción masiva: la atención se fue a la selva, dejando de lado imprescindibles reflexiones de fondo tras el fracaso oficialista y el arrollador triunfo de repubicanos en el Consejo Constitucional.
En primer lugar, llama la atención la ausencia de accountability o rendición de cuentas de la propia Piergentili y su estrategia; en vez de tratar de entender su derrota, transfiere el fracaso de la elección de constituyentes hacia “afuera”, hacia “los otros” (¿les otres?), que también deben reflexionar, cómo no. Pero ella no asume que lideró, y hasta puso su cargo arriba de la mesa, si no iban en dos listas distintas. Una apuesta política destinada a acercar a la llamada centroizquierda por el Rechazo, que fracasó. Aunque sacaron 900 mil votos, lograron lo imposible: que el resultado fuera peor que el de la Convención, en que PPD y DC tenían un solo miembro.
Ir en dos listas como Socialismo Democrático era una cosa, pero cuando el PS decide ir con Apruebo Dignidad, la presidenta PPD y su mesa perseveraron en una aventura arriesgada, que debilitaba la marca de Socialismo Democrático, y que ponía en riesgo la posibilidad de influir decisivamente en el Consejo Constitucional. Y así pasó. Desastre numérico (cero electos), desastre estratégico (pérdida de consejeros que habrían acercado al tercio), pero también desastre de identidad. Hasta ahora nada revela un auge en la valoración del PPD en la ciudadanía, o de la DC o el PR, o que se haya comprendido por qué eran una alternativa distinta y/o más valiosa.
Esos tres desastres requieren comprenderse y aquilatarse, así como también el magro resultado del oficialismo en general. Se debe entender por qué un sector político que, como bien dijo la misma Piergentili, antes generaba mayorías, hoy alcanza un menguado 38% en las dos últimas elecciones, ambas con voto obligatorio, el que llegó para quedarse.
En segundo lugar, los “monos peludos” tapan un debate sobre lo que realmente significa mirar la crisis de la izquierda desde el prisma de la crítica a las “políticas de la identidad”. Pareciera que se toman ciertos elementos, pero se omiten otros de ese marco conceptual. Un autor que causó gran impacto con esta tesis fue Mark Lilla, quien en su libro El retorno liberal, reflexionó sobre el triunfo de Donald Trump. Lilla piensa que las políticas de la identidad, como eje de la izquierda, han “alimentado” a la extrema derecha trumpiana, pues han dividido al electorado tradicional de ideas progresistas.
Pero Mark Lilla no está en contra de la defensa de las minorías y sus derechos. No se trata de no luchar por quienes han sido discriminados e injustamente tratados en la sociedad. Lilla reconoce allí un sincero deseo de proteger a los más vulnerables, pero que, sin embargo, ha “balcanizado al electorado, promovido el ensimismamiento en vez de la solidaridad, e invertido sus energías en movimientos sociales en vez de en los partidos políticos”, dice Lilla. La clave para la izquierda es, a su juicio, “recuperar la noción de lo que compartimos como individuos y de lo que nos une como nación… Una imagen de cómo podría ser nuestra forma de vida compartida”.
Lilla, a su vez, es muy crítico con Trump y con el Partido Republicano norteamericano, que se “trumpizó” y se perdió. “Hemos perdido un partido político. El Partido Republicano no tiene política exterior. No tiene política económica. No tiene política educativa. No tiene política de bienestar. No tiene política de transporte. ¡No tiene políticas!”, dice.
Por ello, las reflexiones sobre esta materia deben conducir a comprender lo prioritario que es lograr ganar elecciones. A juicio de Lilla, si hay algo que el avance del “Partido Republicano radicalizado” debiera enseñar a la izquierda, es que ganar elecciones “se trata de la única manera de garantizar que las protecciones recién ganadas para los afroamericanos, para otras minorías, para las mujeres y para los gays estadounidenses, permanezcan (...) No necesitamos más manifestaciones, necesitamos más alcaldes y gobernadores, legisladores estatales y miembros del Congreso”.
Ganar elecciones es justo lo que la apuesta del PPD no logró.
¿Qué lecciones para el progresismo sobre cómo construir una visión común, sobre cómo enfrentar el auge de la ultraderecha y sobre cómo realmente ganar elecciones se pueden sacar de la elección de consejeros?
Ese es el debate que el escándalo de los “monos peludos” tapó.
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