Columna de Paula Escobar: Nada de fome
Sobrio, sencillo y formal. Así fue el momento de la instalación de los 24 miembros de la Comisión Experta, que -en plazo récord- tiene que entregar un anteproyecto de nueva Constitución, que será deliberado y votado por las y los consejeros que elegiremos el 7 de mayo, y plebiscitado en diciembre con voto obligatorio.
Esa falta de estridencia es lo necesario para el momento en que estamos, con dos procesos fallidos a cuestas, en que las personas están más cansadas y desapegadas emocionalmente del nuevo proceso.
Es normal: nadie puede sostener emociones intensas -positivas o negativas- durante tanto tiempo. El elástico de la atención se desgasta.
Sin embargo, no hay que confundir menor atención con menor importancia. Una cosa es que las personas no estén en vilo, pegadas al televisor, y otra es que no consideren importante una nueva Constitución, que represente una salida institucional a la grave crisis social, y que proporcione más estabilidad y certidumbre. Las personas siguen considerando que es muy relevante cerrar el tema constitucional. Lo reveló una encuesta Criteria: la ciudadanía siente mayoritariamente (53%) que “es indispensable un nuevo proceso constituyente para darle estabilidad política al país y retomar la senda del desarrollo económico”. La encuesta TúInfluyes reciente, de hecho, dice que el 59% se encuentra interesado o muy interesado en el desarrollo del proceso.
Entonces, la sobriedad del estilo del nuevo proceso -incluso se ha hablado de “fomedad”- no debe confundirse con que haya una expectativa de falta de contundencia en los resultados. Que el tono sea fome no equivale a pensar que el resultado debe serlo. Y ese es el riesgo de este proceso: no que se pase de pueblos, como se dice, sino que se quede algunos pueblos atrás. Especialmente porque tras el rechazo contundente del 4S, la derecha se debate entre dos almas: una que declara estar a favor de un reformismo gradual y de la importancia de los derechos sociales, versus una derecha donde se impone la pulsión por el estatu quo, o por “arrastrar los pies” frente a los cambios, como los bautizara el senador Lagos Weber. En especial en los últimos tiempos, el último grupo gana protagonismo: el tono se ha endurecido. Lo que pasó con el Rechazo completo a la sola idea de legislar la reforma tributaria, lo refleja.
La propuesta constitucional III no puede ser estatu quo ni gatopardiana. La expectativa por transitar hacia un Estado de bienestar, con mayores derechos sociales, mayor equidad, está latente, así como siguen existiendo los problemas y desigualdades que llevaron al estallido social. Algunos que lo entendieron en esos días, parece que lo estuvieran olvidando ahora.
Entonces, una clave para el éxito es que ponga en el centro aquello que la Convención pasada abordó ya entrado el proceso: los derechos sociales. Llegó a ellos cuando ya el ánimo estaba caldeado, cuando ya la atención estaba desgastada. Hoy, uno de los 12 bordes es el Estado social y democrático de derecho; aquello debe ser central en la fisonomía de la Carta Magna. Más allá de las discusiones semánticas, en este proyecto debe quedar claro que las y los chilenos seremos iguales en lo básico, al menos en lo básico. Educación, salud, vivienda, al menos. E igualdad de género. Sin esa igualdad en lo básico, no se puede hablar de libertad. La libertad y la igualdad van juntas, como dice la filósofa Elizabeth Anderson.
Lograr esos acuerdos, restaurar un sentido de lo común, requiere habilidad y lucidez. En ese sentido, es una muy buena señal la elección de Verónica Undurraga como presidenta de la Comisión Experta. Su sello es el diálogo, la experticia constitucional y también la firmeza sin estridencia. Es una mujer progresista, ese es su horizonte, a la vez que se da cuenta de que sin la construcción de mayorías no se avanza. Tiene el potencial para liderar a un grupo que debe comprender su responsabilidad y el enorme costo que tendría fallar.
El éxito del proceso requiere que todas las personas involucradas comprendan que -tal como dijo el experto Domingo Lovera- están ahora jugando para la Selección Nacional y no para sus equipos particulares. Más allá de quiénes o cuántos los eligieron, se deben a los millones que vivimos hoy en Chile y, sobre todo, a los millones de niños y niñas que van a nacer.
Si se ponen la camiseta de Chile y se sacan la de su propia “tribu”, no reconociendo más mandante que esa ciudadanía presente y futura, podrán construir un proyecto habilitante, sobrio, que aunque no sea recibido con vítores, bombos y platillos, sea aprobado por una contundente mayoría. Y nos permita tener una Constitución democrática, garante de derechos, hecha en y para el siglo XXI y con la que los distintos gobiernos puedan, justamente, gobernar.
No sería poco lograr algo así.
No sería nada de fome.
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