Columna de Rafael Sousa: Es hora de defender la tolerancia en las universidades

Foto: Reuters.


Casi todas las comunidades comparten una característica: sus miembros no han elegido estar juntos. A veces participamos en ellas por las oportunidades que nos ofrecen o por los valores que representan, en otras por tradición o resignación, pero rara vez lo hacemos en conocimiento de todos quienes la integran. Así, resulta evidente que la primera dificultad de cualquier comunidad es la convivencia, una pendiente que se empina en la medida que lo hace su nivel de heterogeneidad. La diversidad no es una bendición, sino un hecho y un desafío propio de la vida moderna, en cuyos laberintos nos podemos hacer más humanos o más bestias. Es una prueba para el valor que sostiene a las comunidades libres que prosperan: la tolerancia.

En la vida universitaria esto cobra especial importancia. En un espacio que debiera consagrar la expresión libre de la razón, pocos valores –si es que alguno- podrían reclamar una mayor prioridad. Quizás por eso para las autoridades de la Universidad de Chile es tan difícil resolver la toma de uno de sus patios por parte de un grupo de estudiantes, porque no saben cómo sacarlos y mantener su compromiso con la tolerancia al mismo tiempo. Pero el dilema es solo aparente. La tolerancia es una muy mala defensora de sí misma. Quienes abusan de ella lo saben y descansan en el supuesto de que sus promotores no abandonarán el libreto del diálogo.

Lo difícil es determinar cuándo el diálogo se vuelve en contra de la tolerancia. Esta definición siempre debiera estar sujeta a una triple evaluación. La primera es si persistir en el diálogo refuerza o debilita el valor que queremos preservar. La segunda, si la demanda sobre la que estamos abiertos a dialogar goza de legitimidad. Por último, si existe una autoridad legitimada para reestablecer la normalidad. Sobre estos tres criterios, podemos decir que la tolerancia, en cuanto base de la convivencia, está resultando más erosionada que robustecida como consecuencia de permitir que un grupo, por la fuerza, monopolice la expresión en un espacio que debiera ser libre. También que las demandas de estos estudiantes no parecen gozar de mayor legitimidad y que existe una autoridad facultada para terminar la ocupación.

Todos quienes participamos de la vida universitaria debemos sacar lecciones de esto. Lo que hoy sucede en la Universidad de Chile es parte de un mal extendido en varias universidades de nuestro país y del mundo. Así como, en buena hora, muchas han alcanzado progresos relevantes en materia de género, equidad, inclusión y participación, también debieran proponerse cuidar la tolerancia, promoverla activamente, desarrollar e implementar políticas y protocolos al respecto, comunicarlas y socializarlas con los estudiantes, generar espacios de diálogo orientados a reproducir prácticas que permitan el debate razonado. Un buen punto de partida sería cambiar la forma en que se defiende la tolerancia, de manera que no sirva como instrumento de quienes la abusan.

Por Rafael Sousa, socio en ICC Crisis y profesor de la Facultad de Comunicación y Letras UDP

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