Columna de Ricardo Lagos: Biden y la osadía de lo justo

U.S. President Joe Biden arrives in Newcastle, Delaware
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a su llegada a Newcastle, Delaware, EE.UU. REUTERS

El Presidente de Estados Unidos se jugó por una respuesta a la crisis con el acelerador a fondo. Para enfrentar los efectos de la pandemia, decidió traspasar dinero directo a las manos de los ciudadanos.



Las primeras décadas del siglo XXI han estado marcadas por dos grandes crisis económicas. La primera fue en 2008, cuando la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos reventó con efectos mundiales. La segunda llegó con la pandemia en 2020 y en ella estamos actualmente.

La crisis económica norteamericana de 2008 se expandió a una velocidad sorprendente y fue de tal envergadura que no sólo puso en cuestión la ideología neoliberal imperante, sino que demostró que la solución sólo podía venir desde la política y el Estado.

Con el presidente Biden ocurre hoy algo similar, pero con una audacia cuya profundidad justifica analizarla en su impacto y alcance.

Ante el estallido de 2008, el presidente George W. Bush, dejando de lado sus convicciones, entendió que la envergadura de la crisis era tal que no bastaba tratar el tema sólo con las economías más avanzadas, agrupadas en el G-7. Debía convocarse también a las grandes economías de Asia, como China, India y Corea del Sur, así como a Sudáfrica y otros países de peso mayor, entre ellos Argentina, Brasil y México.

En marzo de 2009, durante la primera reunión de este grupo y ya con Barack Obama como Presidente, el G20 se planteó como un foro de cooperación y consulta para llevar adelante políticas en favor del crecimiento y los mercados abiertos, considerando los alcances sociales y políticos de tales medidas. En materias más concretas, se autorizó el aumento de capital del Fondo Monetario Internacional, pasando de 200 mil millones de dólares a 750 mil millones. ¿Cómo se sumaron estos 500 mil millones de dólares? Pues 250 mil millones correspondieron a un aumento en el porcentaje de aportes que cada país realizaba a la institución, y los otros 250 mil millones respondieron a los llamados “derechos especiales de giro”. Esta medida, más la reducción de la tasa de interés y la inyección de 100 mil millones al Banco Mundial y a los bancos regionales –como el Banco Interamericano de Desarrollo para América Latina y el Caribe– lograron regular las finanzas mundiales, algo que el mercado había sido incapaz de hacer hasta ese momento.

Once años después estamos ante una crisis de envergadura semejante, con la diferencia de que esta afecta no sólo al ámbito financiero sino especialmente a la economía real, y que ha elevado los índices de cesantía de manera inmediata. La pandemia y sus consecuencias son una lección de humildad para los seres humanos. Más de dos mil millones de personas estuvimos encerradas, rompiendo el mito de que éramos todopoderosos. Una medida que reaparece en distintas partes, como en Chile, ante la persistencia del virus mortal.

Esta crisis, por sus características, desnudó las carencias sociales que se venían acumulando a lo largo de los años y demostró la profunda vigencia de las desigualdades. La crisis económica generada por la pandemia ha revelado cómo aquellos que viven de la renta de un capital han visto acrecentar sus fondos, mientras que quienes sólo tienen como ingreso el trabajo de sus manos y servicios directos, se han tenido que quedar en sus casas, muchas veces sin trabajo ni recursos. Ante esta profunda desigualdad, ¿cómo se reactiva la economía y se saldan las deudas sociales que millones han contraído durante este tiempo?

Biden se jugó por una respuesta con el acelerador a fondo. Para enfrentar los efectos de la pandemia decidió traspasar dinero directo a las manos de los ciudadanos afectados e inyectar liquidez a la economía norteamericana. En cierta forma, algunos ven allí que Biden tomó el mismo camino elegido por el presidente Roosevelt cuando, al hacer frente a la crisis de 1930, impulsó el “New Deal”. Esa política económica consistió en realizar un enorme plan de infraestructura para mejorar el país –que además lo necesitaba–, y que luego continuó después de ese gobierno y bajo esta misma lógica, cuando durante la II Guerra Mundial, se dejaron de producir autos para ser reemplazados por tanques y aviones militares. El nuevo mandatario norteamericano tuvo ahora también la referencia de Obama en 2009 y su política keynesiana. Pero Biden, con audacia, fue más allá. Lanzó un plan de reactivación económica que incluye cheques directos, subsidios por desempleo y ayudas estatales y locales, siendo lo más significativo la entrega de 1.400 dólares mensuales por persona a quienes ganen menos de 75.000 dólares al año.

En este sentido, esta política de reactivación salda en algo la deuda social puesta en evidencia por la pandemia, a la vez que estimula la demanda por bienes esenciales y servicios nacionales o importados, movilizando al mercado interno. Tanto la Reserva Federal como la Secretaría del Tesoro han aprobado esta política, e incluso se han comprometido con proporcionar 2.5 trillones de dólares para que no falte liquidez ante las transferencias comprometidas. Y todo eso controlando la inflación. Una política que podría inspirar a Europa donde, el control del gasto y la austeridad, llevaron a una crisis social aún no resuelta.

Biden apostó con osadía, teniendo como referencia las enseñanzas de hace décadas y las recientes. Enfrenta la crisis con decisión, asume la desnudez social relevada por la pandemia y vuelve a vestir al desprotegido. Opta por lo único que es válido de hacer si no queremos una crisis total en la post pandemia: colocar al ser humano en el centro de las decisiones políticas.