Columna de Ricardo Lagos: Cambio climático, la unidad es imprescindible para preservar la vida
A la cumbre virtual convocada por Joe Biden asistieron los 17 países responsables del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero, junto a otros que han padecido el impacto del cambio climático. Y como nunca, todos demostraron disposición a ponerse al día.
Tres temas cruzaron todas las intervenciones en la cumbre sobre cambio climático convocada por el Presidente Biden este jueves y viernes: 1. Tomar medidas es tarea de esta generación, para no dejar una crisis de vida a la próxima. 2. El impulso de la economía verde debe ir a la par con la creación de nuevos tipos de trabajo. 3. El esfuerzo global para un desarrollo Carbón Zero es tarea público/privada. Y todo ello cruzado por la urgencia de acelerar el cumplimiento de las metas del Acuerdo de París (2015), mientras los desafíos de la pospandemia reclaman innovación y cambios económicos mayores.
Biden se desmarcó de la política climática de su antecesor y convocó a 40 países a una cumbre (en el Día de la Tierra) para ver colectivamente, en vista de la próxima COP26 en noviembre en Glasgow lo que se ha avanzado en esta materia, así como analizar las enormes tareas que quedan por delante y que involucran a todas las naciones del planeta. Es un tema no menor para Chile, responsable de la COP25, que deberá dar cuenta de la situación al traspasar el mando de este foro global.
En la víspera de este encuentro -expresión máxima de la diplomacia digital vía Zoom- había dos preguntas en el aire: ¿Podrán Joe Biden y Xi Jinping estar cara a cara tratando este tema sin pasarse otras cuentas ligadas a confrontaciones recientes? ¿Asumirán esos 40 líderes y demás invitados la extrema gravedad de la situación, cuando el aumento de temperatura de la Tierra va más allá de 1,5 grados? Y todo ello, con la pandemia como telón de fondo y su impacto en millones de contaminados, cientos de miles de muertos y efectos profundos en la economía mundial. Tal vez por primera vez el análisis del efecto invernadero y el cambio climático tuvo otro referente -el Covid-19- para demostrar que existen desafíos globales mayores frente a los cuales sólo cabe actuar unidos.
En este contexto se desarrollaron preparativos importantes antes de llegar a la cumbre. El encuentro más trascendental ocurrió una semana atrás en Shanghai, entre el delegado del cambio climático de Estados Unidos, John Kerry, y su homólogo chino, Xie Zhenhua. En esta reunión, de carácter presencial, ambas autoridades definieron puntos en común y se comprometieron a reforzar la implementación del Acuerdo de París. Ello evidencia la magnitud de la crisis, que logra convocar a las dos potencias antagónicas más importantes del mundo y hacerlas conversar, pese a tener diversos conflictos paralelos, que fueron puestos de lado en el afán de encontrar un camino común frente a un peligro de carácter global.
Entre los concurrentes a esta cumbre virtual estuvieron los 17 países responsables del 80% de las emisiones globales de gases invernadero, junto a otros que han padecido fuertemente el impacto del cambio climático. Pero como nunca, todos demostraron disposición a ponerse al día, actualizar las cifras e impulsar soluciones que minimicen, con la urgencia que se requiere, el calentamiento de la Tierra. Este regreso al multilateralismo ambiental, devuelve al centro de las negociaciones a las Naciones Unidas: la COP26 es una conferencia en donde cada país fijará sus metas para que el planeta esté libre de gases invernadero hacia el 2050.
Cómo se procederá está por verse, pero el hecho de que Estados Unidos vuelva a participar de la política ambiental internacional y que China, con el 20% de la población mundial, ya contribuya con el 39% de todas las energías renovables existentes en el planeta, son dos pasos enormes para la transformación que el fenómeno del cambio climático exige. Llegó la hora de transitar desde un modelo de producción industrial basado en carbón, petróleo y gas (cuyas emisiones duran 120 años en la atmósfera) a uno de energías renovables: eólica, hidráulica, hídrica, energía solar y la biomasa.
En ese marco emerge un nuevo paradigma como referente clave de la Economía Verde: tener como medida de desarrollo el índice de emisión de huella de carbono por habitante. Esto, porque al 2050, estimando una población de 9.000 millones de habitantes, el per cápita de emisión no puede pasar de dos toneladas de CO2 por persona. Hoy nos encontramos con un dato poco conocido: el mayor contaminador del aire per cápita es Estados Unidos: 15 toneladas de CO2 por millón de habitantes; China, llega a las ocho toneladas por millón de habitantes, pero aún tiene metas de crecimiento por alcanzar, como muchos otros países en desarrollo. Y ese es el gran dilema contemporáneo: tener crecimiento, pero ir rebajando progresivamente la contaminación de la atmósfera. Por eso, la crisis que generan la pandemia y los retos del cambio climático convergen a un mismo vértice: aquel de la economía sustentable.
América Latina también estuvo en esta cita mundial. La Amazonía, la biodiversidad, una zona de protección en la zona marítima alrededor de la Antártica y la preservación de los equilibrios ecológicos en alta mar, propuesto por Chile, fueron temas desde este sur. Todos los ojos estaban puestos en lo que podría decir el Presidente Bolsonaro, quien desmanteló todas las políticas ambientalistas previas. Habló, pero nadie le creyó. Brasil emite más CO2 por el efecto de la tala de sus bosques que la contaminación generada por la producción para alimentar a su gente. Una estadística que no tiene ningún otro país en el mundo.
La pandemia trajo realismo y humildad a la humanidad del siglo XXI. El cambio climático llama a luchar por preservar la vida como tarea principal. Y eso reclama asumir un cambio de época donde economía, desarrollo, medioambiente e innovación sean un todo con el ser humano como centro y referencia.
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